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Rascayú

Oct 21, 2020 | 2 Comentarios

Me resulta realmente curioso que no haya demasiados surrealistas de cuerpo y alma en nuestro país. Cómicos sí hay muchos y muy buenos pero no hay prácticamente iconos surrealistas. La única explicación que se me ocurre radica en que nuestra realidad es ya de por sí tan surreal que no es necesario que surjan personalidades que recalquen o subrayen nuestro habitual disparate nacional. Es tan patente y somos en verdad tan irracionales que no estamos para finas sutilezas. Los españoles necesitamos astracanadas, groserías, chistes de Lepe y continuos chascarrillos. Carcajearnos hasta reventar. Por el contrario, el surrealismo es una risa, sí, pero una risa plana y hueca. Retumba en medio de una habitación vacía. Es una cuerda de guitarra destensada que contagia su ritmo a las restantes. Así que resulta lógico, por tanto, que triunfara en Francia. País donde un saludo de buenos días dicho a destiempo o con un tono más alto de lo habitual puede provocar un escándalo en determinados ambientes. Lo que explica -más allá del franquismo- el que, por ejemplo, Fernando Arrabal fijara su residencia en París a mediados del siglo pasado. Con toda probabilidad, aquí el melillense sería pasto de programas de humor nocturnos y ni la mitad de respetado que en la nación vecina.

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No tengo ninguna teoría sin embargo sobre el hecho de que de Aragón hayan surgido unos cuantos de nuestros iconos surrealistas: Luis Buñuel, Sergio Algora y Raúl Herrero. Sí que detecté cuando estuve en Zaragoza hace casi dos décadas que las personas eran sumamente profesionales pero también muy rígidas. Sonreían un poco menos de lo habitual. Probablemente se tomen bastante en serio a ellos mismos y no toleren tanto el humor socarrón como algunos de sus vecinos. Motivo por el que haya que utilizar armas más sutiles y rebuscadas para combatir la racionalidad y el tedio. Esas que suministra de contrabando con mucho gusto el surrealismo. Y haya, en definitiva, que tirar más de Fantomas y Gómez de la Serna que de Gila y Ozores para sobrevivir.

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Si he realizado estas pequeñas reflexiones es porque hace varios días leí Rascayú. La  primera novela de Raúl Herrero. Una oda al surrealismo castizo hispano, a los patios de colegio antiguos y a esos viejos pueblos en los que aparentemente el tiempo no pasaba, pero la existencia se encontraba contenida en su totalidad en sus calles desteñidas por el calor y la lluvia seca. Una de esas escasas novelas lúdicas en las que el lenguaje se convierte en miel poética. Cada frase podría corresponderse con el verso de un poema o ser parte de un refrán y, al mismo tiempo, tiene todo su sentido que aparezcan en un libro pulp o antropopsicodélico donde los géneros literarios y estamentos sociales son constantemente parodiados. Y lo único sagrado y que queda en pie es el sentido del humor: el bigote de un gato moviéndose constantemente en el centro de un lienzo.

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Lo que me fascina de Rascayú, repito, es el lenguaje. Esas frases que parecen trenzas de niñas, corbatas de inspectores o aforismos extraídos de una novela de Raymod Roussel. Da la sensación de que mientras la estaba escribiendo, Raúl solía tomarse unos chatos en una cantina madrileña junto a Miguel Mihura y Rafael Azcona o que acostumbraba a pasearse por un antro parisino de la mano de Boris Vian. Y que más que una novela, se propuso componer un espectáculo de magia. De ahí las constantes sorpresas argumentales, las innumerables referencias fílmicas, la quijotesca y siniestra atmósfera, las apariciones de hombres lobo e hipnotizadores de gallinas o las veladas alusiones a los crímenes cometidos un siglo atrás por rocambolescos y míticos personajes de nuestra historia negra como Romasanta y El Sacamantecas a lo largo de un texto que homenajea con sorna y sutileza al delicioso arte de serie B o considerado menor. Adjetivo que entiendo que se le suele adjudicar probablemente porque, a diferencia del arte mayor, en muchas ocasiones, es el más disfrutable. Aunque muchas veces es también el que más da que pensar.

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Creo que el candidato perfecto para realizar una adaptación fílmica de la primera mitad de Rascayú era Edgar Neville e Iván Zulueta de la segunda. Aunque también pienso, obviamente, en Jess Franco. Para la banda sonora, teniendo en cuenta que Waldo de los Ríos está muerto, escogería o bien a Jaime Sisa o a Pascal Comelade. Dependiendo, claro, del enfoque se le quisiera dar al filme (que imagino en un blanco y negro de televisión de los 60). Obviamente, de encontrarse vivo, uno de los actores tendría que haber sido Paul Naschy. El papel del Conde estaría sin dudas destinado a él. Con el del sargento Porocho tengo mis dudas. Pero lo veo o bien con los rasgos de José Luis López Vázquez o con los de José Saza. En cuanto a actrices, no sé en qué papeles en concreto, pero tendrían que aparecer sí o sí Julia Caba y Florinda Chico. En cualquier caso, y tirando de disparate, ¿Qué tal por cierto también una aparición especial de La Trinca o de Faemino y Cansado en medio de la película?

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Me parece muy sintomático que los nombres que se me ocurran para realizar una adaptación a la pantalla de Rascayú estén prácticamente todos muertos. Tal vez sea yo el único pero no interpreto solamente esta obra como una parodia del género detectivesco sino como una secreta novela de vampiros y zombies. Así que prácticamente no se me ocurre nadie vivo que pudiera aparecer en ella. Y si lo está, no es precisamente un adolescente. Probablemente porque Rascayú, como el surrealismo, se ocupa básicamente de fantasmas; de convertir el mundo fantasmagórico en real. Shalam

الملل هو تقبيل الموت

Aburrirse es besar a la muerte

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:…..grrrr!!!, te como…….
    2ºimagen:….me la cogere con papel de fumar!!!!…………..
    3ºimagen:…..ahora no puedooo, estoy abducido!!!!………..
    4ºimagen:…..amarrate al siglo xix……………..
    5ºimagen:…..si supieras que llevo los bolsillos llenos de sangre huirias del hachote divino, s.s………….

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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