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Tecodontosaurio

Jul 2, 2016 | 0 Comentarios

Hace una semana que los agujeros de mis oídos se abrieron como si estuvieran siendo martilleados o una voz de ultratumba gritase en ellos durante las noches. Justo, sí, en el momento en que descubrí una obra o más bien un trueno musical que me ha acompañado sin cesar las últimas tardes y noches e intuyo lo continuará haciendo durante todo el año. Me refiero, claro, a uno de los discos más divertidos y brutales que he escuchado en mucho tiempo: Nattesferd de Kvelertak. Una invitación a cazar jabalíes en taparrabos. Una roca de granizo rodando a través de montañas custodiadas por dinosaurios y monstruos onerosos. Un cruce entre la primera parte de El retorno del Jedi El resplandor. Un disco furioso y enérgico que ha hecho realidad uno de mis sueños: conseguir volver a emocionarme con uno de esas obras surgidas en las antípodas del rock. Una explosiva mezcla de death metal capaz de conjugar con una naturalidad demoníaca y bestial un riff de Van Halen, los ritmos destructores de Slayer y las profecías de Nostradamus con guitarras afiladas que parecen proceder de un disco de Judas Priest, Led Zeppelin o (tal vez incluso) Jethro Tull.

Nattesferd es un diabólico carnaval nihilista y festivo que invita a carcajearse de la cultura y, sobre todo, del arte contemporáneo. Una grosería que incita a alzar la mirada hacia los dioses griegos y nórdicos, comer con las manos o enterrarse en la arena con la intención de morir para siempre o renacer. Básicamente, porque Nattesferd es pura mitología nórdica y heavy. No cuesta en absoluto imaginar a Odín merendando fresas salvajes con su esposa entretenido por los ruidos de guitarras procedentes de este disco. Esa base rítmica ágil y potente que tanto se parece al sonido de los pasos de un gigante retumbando al caminar por la tierra y también al ruido provocado por el martillo de Thor al golpear los cielos.

A día de hoy, no he leído ninguna entrevista con ninguno de los miembros de Kvelertak. Y supongo que continuaré obrando de esta forma puesto que sin tener apenas conocimientos ni de sus gustos ni de sus influencias, puedo dejar volar mejor mi imaginación. Situar este dulce juguete del metal y sus dos consistentes predecesores –Kvelertak y Meir– allí donde lo desee.

Nadie me puede negar, por ejemplo, que fue concebido después de que su cantante contemplara en una sesión de madrugada Eyes Wide Shut y quedara impactado con la escena del ritual sexual. Tras una fiesta de carnaval adolescente durante la que una muchacha comenzó a echar sangre por su boca. O con la intención de darle de comer música compacta y alimento grueso a los dioses. Y, por tanto, puedo seguir celebrando como deseo un disco que no es sólo el cruce perfecto entre Slayer, Van Halen y el metal oscuro, el blues y la destrucción, sino que hubiera podido servir como banda sonora para el inicio y la conclusión de Nymphomaniac. Es un encuentro en la cuarta dimensión de la música entre Godzilla y Zeus. Una obra perfecta para ilustrar una orgía. Y, sobre todo, una amplia celebración de la sexualidad frugal. Del vino, los ritos, la diversión y la posibilidad y necesidad de continuar comiendo carne cruda con las manos si es posible.

De hecho, al escucharlo es posible vislumbrar a hombres primitivos corriendo detrás de bisontes, batallas a las puertas del Valhalla y bombas cayendo en el corazón de Asgard. Porque es una obra capaz de convertir el rock en un enorme banquete. Transformar a los músicos en orgasmos y al público en energía divina y demoníaca.

He de reconocer que siempre he respetado el death metal nórdico aunque había algo en mí que se resistía a abrazarlo. Sí, sé, que Nattesferd no es exactamente death metal sino más bien hard rock surgido en las cuevas e interpretado en revoltosos amaneceres, pero me hace entender mejor este estilo: un río nocturno parecido a los aforismos de Nietzsche y poemas de Hölderlin lleno de peligrosas guitarras oceánicas. Y visualizarlo no tanto como una reacción (y consecuencia) de la era de la información y la tercera (o cuarta) revolución industrial sino como una de los últimas fronteras donde aún anida el romanticismo.  Un eclipse de oscuridad surgido de las entrañas de los terremotos con la esperanza de que el Apocalipsis llegue al fin, los asesinos caminen de nuevo libres en los monasterios y los supervivientes de las catástrofes puedan como antaño follar libremente en acantilados y ríos. Una oda épica a aquellas tribus cuyo único objetivo era rescatar a la humanidad perdida. Shalam

 نَّ الْقَلِيلَ بِالْقَلِيلِ يَكْثُرُ

En el mar de las mentiras no nadan más que peces muertos

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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