Hace unos días vi Posesión y realmente, me sorprendió. Casi tanto como lo hizo en su momento El globo blanco. Otra película de Andrzej Zulawsky: un cineasta excesivo e interesante, en cuyas obras resulta realmente difícil diferenciar lo que hay de impostado y artificioso como de auténtico y verdadero. Lo que hay de serio y lo que hay de irónico así como sus influencias, homenajes y su originalidad.
A mí, desde luego, sus películas me parecen muy interesantes. Pues son capaces de ponernos en contacto con lo desconocido, retratan los traumas del ser humano contemporáneo de forma extrema y son, en esencia, absorbentes experimentos. Un día habrá que dedicarle un avería a El globo blanco. Hablar de esta «rara avis» cinematográfica sin un mínimo de reflexión y tiempo, me parece una falta de respeto ya que sus imágenes son tan sugerentes, enigmáticas y extrañas, que considero que debemos encontrarnos en una mínima sintonía espiritual con ella para expresarnos de manera adecuada. ¿Cómo si no, teniendo en cuenta que parece un cruce entre el Incal, Dune,una tragedia griega, un ensayo sobre culturas arcaicas y cierto cine fantástico europeo vanguardista? ¡Palabras mayores!
No obstante, desearía hacer referencia hoy únicamente a Posesión, aunque sea brevemente. Existe un componente de esta película que me atrae bastante. Y en este caso, no me refiero tanto a la historia ni al asfixiante ambiente de terror y vacío existencial retratado. Tampoco a la escalofriante interpretación de Isabelle Adjani o a la soberbia manera en que el director polaco nos describe, casi como de pasada y sin poner excesivo énfasis en ello, el Berlín oriental de antes de la caída del muro. En concreto, me gustaría aludir a la abigarrada mezcla de géneros de la película. Sobre todo, porque me parece fascinante cómo Andrzej Zulawsky resuelve este tema, forjando una obra que vincula el terror psicológico y la ciencia ficción. Y al mismo tiempo, preanuncia gran parte del cine de Cronenberg, mira de refilón a Alien y anticipa toda una serie de productos y subproductos televisivos y cinematográficos protagonizados por monstruos sediciosos. Formas enmascaradas posiblemente de criticar nuestra despiadada sociedad de consumo.
Lo increíble en el caso de Zulawsky radica, a mi entender, en cómo imprime un sello personal a su película sin renegar de sus influencias: el cine y teatro europeos (Antonioni, Bretch y Godard dejan poso en sus fotogramas) y sus orígenes polacos, que provocan que ciertas escenas de su film puedan ser comparadas con algunas de Krzystof Kiéslowski, Roman Polanski, etc. Algo que me parece sumamente interesante, teniendo en cuenta que, a día de hoy, es prácticamente imposible construir arte sin combinar culturas diferentes o hacer alusión a obras de referencia clásicas en las cuales se apoyarán nuestras creaciones para intentar llegar a otros lugares.
Exactamente, es ahí, en esa mezcla violenta de géneros, donde encuentro la genialidad, creatividad y originalidad de Posesión. La cual llega a su cenit en una escena que considero una de las más repulsivas y fascinantes que se han rodado jamás en la historia del cine: aquella en la que el alien, intruso o marciano penetra a una Adjani que se revuelca en gritos de placer. De todas formas, quiero aclarar que si bien la secuencia me parece soberbia, lo que más me atrae de ella es que aparezca de manera sorprendente en una película que, durante su primera hora, parecía ser un experimental, negro y abstracto retrato de una separación amorosa. Y que posee por cierto una banda sonora de Andrzej Korzynski, cuyo divertido, misterioso y repetitivo «The night the screaming stop», se ha convertido en uno de los temas que más estoy escuchando para escribir El jardinero. Novela que, ahora mismo, se encuentra en su tercera revisión y me parece que al fin, al fin, al fin, está alcanzando su forma definitiva.
Volviendo, por otro lado, al tema del cruce genérico, ese virus inoculado en el arte occidental desde el barroco, me gustaría añadir que tal vez otra explicación de la intensa atracción que siento por el país mexicano, se encuentre precisamente en mi afición a las obras que mezclan todo tipo de recursos de forma personal. Pues en México, varios siglos y culturas conviven caóticamente, ofreciendo vivencias, producciones artísticas y espectáculos sobrenaturales que, en muchos casos, desafían la capacidad de raciocinio occidental. Muestran la vida como una construcción sin acabar, siempre abierta y desbordante. Un círculo que nunca termina de cerrarse sin ser una espiral ni un cuadrado porque no hay forma que pueda definirlo. Como no existe un solo género que pueda categorizar el cine de Zulawsky, a no ser el de la demencia. Pues si algo nos deja claro su arte, es que únicamente la pasión y la locura salvan. Y, añadiría yo, regeneran. Shalam
وعاد بِخُفّيْ حُنيْن
Cuanto más grande es el caos, más cerca está la solución
0 comentarios