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Twin Peaks: la pesadilla púrpura (2)

Oct 28, 2017 | 0 Comentarios

Prosigo a continuación con la segunda parte del texto Twin Peaks: la pesadilla púrpura (aquí su primera: http://www.averiadepollos.com/series-tv/twin-peaks-la-pesadilla-purpura-1/) que me servirá de apoyo para la exposición que realizaré mañana sábado en Alguazas sobre la enorme obra de Lynch.

Ahí va:

El capítulo 8 de la tercera temporada de la serie de Lynch se convirtió en una cumbre de la historia de la televisión desde el momento en que fue proyectado. No obstante, si tuviera que destacar una escena central por encima del resto -algo difícil en este monumento fílmico lleno de momentos icónicos- sería, sin dudas, la explosión de la primera bomba atómica en el Estado de Nuevo México. La impactante filmación del ensayo llevado a cabo por el ejército norteamericano previo al estallido nuclear en Hiroshima y Nagasaki. Básicamente, porque representó una prueba de la enorme potencialidad de EUA. Fue el detonante que la convertiría en nación vencedora de la II guerra Mundial y la pondría en cabeza de las  más poderosas del mundo pero, al mismo tiempo, fue la prueba fehaciente de su monstruosidad. Representa uno de los mayores niveles y grados de inhumanidad al que ha llegado cualquier civilización.

La bomba tuvo consecuencias inmediatas en el cine y vida de Lynch. En primer lugar, fue responsable directa de una de las más felices y consumistas décadas de la historia moderna de EUA: la de 50.  Años que se corresponden con su infancia y son rememorados en su cine en decenas de secuencias parecidas a postales rosa (entre las que podemos incluir las dedicadas al café Double R diner en Twin Peaks) sostenidas por la alegre y evanescente melodía de canciones que son himnos del bienestar económico. Inocentes semillas amorosas en su mayoría, entonadas con el corazón y las lágrimas en los ojos, que regaban con sus cánticos los jukebox de los cientos de establecimientos, locales y bares americanos inaugurados durante una época empeñada en esconder el mal y el dolor bajo la tierra.

Una época que cerró, en definitiva, de un portazo las cicatrices de la postguerra. Se empeñó en sellar los malos recuerdos y trató de ocultar la montruosa ideología de la que brotó el mal que provocó el Apocalipsis japonés, detrás de rostros sonrientes, relucientes dientes, modernos peinados y cierto descaro.

Una actitud que, gracias al progresivo crecimiento industrial y el apogeo del consumismo, hizo que, muy pronto, se pudieran contemplar hileras de enormes automóviles aparcados frente a las suntuosas mansiones con amplios jardines de las que comenzaba a disfrutar el americano medio. El prototipo de ser humano políticamente correcto cuya imagen va a destrozar Lynch en cada una de sus obras y, en cierto modo, cuestionaban tanto los espectáculos de feria llenos de freaks (a cuya sombra se ampararía para dirigir su lacónica y sombría El hombre elefante) como los telefilmes protagonizados por moscas gigantescas, locos psiquiatras, muchachos inadaptados y espeluznantes marcianos que, de tanto en tanto, eran estrenados en los cines de barrio de las ciudades, proyectados en sesiones dominicales y solían ocupar las portadas de revistas de culto.

En el episodio 8, contemplamos una escena protagonizada por dos edulcorados, tímidos jóvenes enamorados que, a pesar de haber sido de las últimas rodadas por Lynch, creo que podría ser considerada la madre de otras tantas que aparecen desperdigadas en su cine como el mítico flirteo entre Jeffrey Daumont y Sandy en Terciopelo azul. Ambas escenas remiten a ese mundo maravilloso y sin mácula norteamericano -imagen que sin éxito en algún momento desea dar de sí misma la población de Twin Peaks- surgido tras la Segunda Guerra Mundial que, sin embargo, esconde -parafraseando a Freud- su aspecto siniestro detrás de su belleza. Pues en la espeluznante conclusión del episodio 8, un repugnante insecto con cuerpo de batracio accede por la boca al interior del cuerpo de la muchacha inocente (que recuerda por cierto vagamente a Moira Kelly; la actriz que interpretaba a la ingenua Donna Hayward que acompañaba a Laura Palmer en la precuela cinematográfica de la serie, Fire Walk wih me) en lo que supone una violación simbólica que anuncia un ciclo posterior de violencia. Y el inteligente y despierto joven que protagoniza Terciopelo azul encuentra inesperadamente mientras camina, una oreja entre la hierba que le llevará a tomar conciencia del mal y la perfidia que cercan a una triste cantante que suele entonar con una melancolía y tristeza sin igual  el clásico de Tony bennet «Blue Velvet» en un club nocturno.

Dos escenas que pueden tener su correlato biográfico en la vida de un Lynch que, desde niño, sintonizó con el sentimiento de superficial felicidad y opulencia que reinaba su país pero, asimismo, fue capaz de percibir los sentimientos de soledad, desarraigo y desasosiego instalados en la sociedad norteamericana que saltaron por los aires con la llegada del rock, la literatura beatnik y la contracultura de los 60, conforme se proyectaban en la televisión las primeras temporadas de esa Biblia del audiovisual llamada La dimensión desconocida cuyo nombre tanto se ajusta a su propia obra. Aunque, en verdad, el germen del estallido psíquico y social se había producido bastante antes. Probablemente, como sugiere Lynch, con la ya mencionada primera prueba nuclear que, en el caso concreto de Twin Peaks, rasga el tejido invisible que separa logias y mundos, provocando la caída de un gran número de arcontes oscuros al planeta tierra entre los que se encuentra Bob y no puedo evitar pensar que también, buena parte de esas almas negras que van a protagonizar sus películas como es el caso del inquietante y violento Frank Booth de Terciopelo azul o los gangsters de Carretera perdida.

Cualquiera de ellos, en verdad, podría haber aparecido en determinados episodios de Twin Peaks y no me hubiera sorprendido. Porque si bien considero la serie un ente autónomo, también observo múltiples huecos y pasadizos que la conectan con Corazón salvaje, Terciopelo azul, Mulholland Drive o Inland Empire y ponen de manifiesto que la ruptura que se produce en la atmósfera por efectos de la bomba atómica tiene consecuencias en el mundo Lynch al completoUn universo artístico, emocional y ontológico que se rige por los principios, conceptos y fundamentos desarrollados en su obra más amplia y extensa: Twin Peaks. Razón por la que considero al temible enano que impregna con su amenazante presencia Carretera perdida un componente más de la temible logia negra e interpreto en parte las fracturas psíquicas del protagonista de la película recién citada o de la Nikki de Inland Empire como manifestación de que sus almas se encuentran atrapadas en ese inescrutable y fantasmagórico mundo lleno de seres que se alimentan de una substancia, garmonbozia, producida por el sufrimiento humano.

Amenazadores espíritus cuya presencia se hace manifiesta en el cine de Lynch cuando sus correlatos humanos son vencidos por los miedos o no pueden afrontar sus culpas ni reconocer sus crímenes, como es el caso de la opulenta y desmemoriada sociedad americana surgida tras la masacre de Hiroshima; a la que, como he indicado repetidas veces, el director norteamericano va a colocar frente al espejo como si su cine fuera una profunda y destructiva (aun necesaria) sesión psicoanalítica.

Vuelvo a insistir en que cada una de las películas de Lynch se desarrolla en un tiempo y un lugar diferente al que lo hace Twin Peaks pero las reglas variables y mutables y, en cierto modo, constantes que rigen en la localidad, son también aplicables al resto de sus obras. Y debido a ello, encuentro, a su vez, conexiones subterráneas entre todos esos mundos que conviven en realidades paralelas que, como ocurre en la serie madre, de tanto en tanto se rompen, quiebran y fragmentan. Motivo por el que me complazco pensando que toda la trama protagonizada por Dougie Jones en la tercera temporada no es únicamente una proyección positiva de lo que el espectador medio desearía que ocurriera sino que es, asimismo, un deseo del personaje interpretado por Naomi Watts en Mulholland drive cuya trágica vida en aquel film tiene su reverso feliz junto a la nueva encarnación del agente Dale Cooper. O puedo imaginarme perfectamente a la posesiva y desquiciada madre que protagonizaba Corazón salvaje yendo a misa junto a la progenitora de Laura Palmer en Twin Peaks y cruzándose de tanto en tanto con la mujer del leño y, desde luego, que no me hubiera sorprendido si hubiera visto aparecer por cualquiera de las avenidas de la población al anciano idealista que protagoniza Una historia verdadera montado en su tractor o si, durante esta última temporada, Saylor (Corazón salvaje) hubiera aparecido entonando una canción con gesto de chulería en el Roadhouse.

Al fin y al cabo, la obra de Lynch (sobre todo, desde Twin Peaks) es un cerebro capaz de conectar todos los espacios y épocas, formas animales animadas e inanimadas, vivas y muertas. Un viaje a través de nebulosas en medio del que aparecen reflejos de vidas pasadas, sueños, trasvases temporales y espacios paralelos entremezclados creativa, caleidoscópicamente por una mirada artística que logra la fusión, combustión y engranaje de elementos aparentemente discordantes y aislados. Y que, por tanto, nos anima a realizar la misma operación. (continuará) Shalam

إِذَا أَرَادَ اللَّهُ هَلاَكَ النَّمْلَةِ أَنْبَتَ لَهَا جَنَاحَيْنِ

El hombre nace sin dientes, sin cabello y sin ilusiones. Y muere igual

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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