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Vivir abajo

Dic 15, 2024 | 2 Comentarios

No sé si es aconsejable para los escritores acercarse a una novela como Vivir abajo.

Me explico. Es un libro tan salvaje, frondoso, visceral, revoltoso que yo al menos, cuando lo terminé, me quedé -además de impresionado- vacío. No sentía, no tenía ganas de escribir. Las imágenes de la novela se agolpaban en mi mente como si fueran lianas, madejas de madera húmeda. De repente, todo lo que yo había escrito (Martillo, Bruja, El jardinero, Un reino oscuro) me parecía liviano, ligero en comparación con esta barbaridad, con esta demente, barroca espada. Un libro de esos que obsesionan,  en los que dan ganas de quedarse a vivir durante semanas y de los que duele terminar. De hecho, mi primer impulso al terminarlo fue volver a iniciarlo. Rellenar los huecos vacíos que aún tenía, más por despistes míos y por la vastedad de lo allí expuesto, que por impericia de su autor. También, claro, por necesidad, deseo de seguir impregnado de esa porosa, tumultuosa prosa parecida a un huracán, a un maremoto que, como ocurre con los libros salvajes, con algunas grandes obras, nos arrastra hasta el abismo sin que podamos resistirnos y luego, nos deja tirados en algún negro rincón. Allí, sin resuello, llenos de sudor, como escoria, cuerpos ya sin alma.

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Lo que cuenta Vivir abajo es importante, muy importante. A estas alturas, (voy con un retraso de cinco años) cualquier lector informado ha de saberlo: las conexiones y vínculos entre el nazismo y las dictaduras hispanoamericanas, la historia de Sendero Luminoso y la importancia de la CIA (a tono con la oquedad norteamericana) en el impresionante historial de torturas de muchos de los regímenes hispanoamericanos del siglo XX. Casi todos ellos avalados, resguardados de uno u otro modo por la Casa Blanca.

Como suele ocurrir con los grandes libros, Vivir abajo va de eso, por supuesto, y también de mucho más: del mal, del horror, de la locura, de la libertad, de las prisiones, de los círculos concéntricos del infierno, del Bosco, de Pizarnik, de la impotencia de los intelectuales, de las masacres, de las manías, de las obsesiones, de la destrucción, del cine político, del olvido, de la selva y de la venganza.

No obstante, debo confesar que a mí lo que cuenta Vivir abajo no me interesa tanto como esa prosa, la prosa utilizada para narrarlo. Una prosa parecida a una ventisca que no importa de lo que hable, te acaba envolviendo, te acaba arrastrando.

Me explicaré. A mí, por ejemplo, me dan absolutamente igual todas esas novelas que en la segunda parte de la obra reciben Laura Trujillo y su marido, el ornitólogo y profesor Clay Richards, que luego sabremos que han sido escritas por el chileno Mano Manzano. Un escritor frenético cuya suerte, motivación y destino también me son indiferentes.

Sin embargo, la prosa de Faverón es tan absorbente, tan incisiva, tan punzante, hace tanto daño, es una prosa tan metralleta, tan deslavazada y al mismo tiempo precisa, que me acabo creyendo esas historias (o las paso por alto) para no perder el  hilo, el rastro de una novela tan abultada y caótica como los países que refleja, como la tradición de la que procede, que no sólo continúa sino que expande.

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Llegados a un punto, incluso me da igual por qué George W. Bennet mató a Reiner o su relación con Ariadna Ezensberg. Sin embargo, todas las descripciones de George me fascinan. Me obsesiona cómo anda, cómo se mueve, sus paseos por el cine, su panza, cómo respira, su forma de vestir, su máscara, sus conversaciones.

A decir verdad, Vivir abajo podría terminar en la primera parte (con miles de flecos abiertos) y ya sería una novela considerable. Un enorme abismo. Un gran misterio. Pero la novela sigue y sigue y lo mejor de todo, es que los misterios se agrandan, se bifurcan, se contraen y se amplifican de tal manera que, en realidad, me importa una mierda que los flecos queden cerrados. Lo que tengo ganas es de seguir y seguir leyendo. Continuar en ese mundo zafio, sucio, con esos personajes viscosos que tan, tan bien reflejan el alma de tantos hombres anónimos con los que nos cruzamos cuando recorremos las calles de Lima, Buenos Aires, La Paz, Santiago de Chile, Managua, San Salvador o Asunción.

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Esta frase de Vivir abajo es para enmarcar. Esta frase justifica una novela entera y explica toda una literatura. Sólo por esta frase habŕía merecido la pena pasar varias horas, varios días leyendo la novela: “La tortura produce sentido, genera historias, ficciones, la mitad de la historia de América Latina, la mitad de la historia de América, no existirían si no existiera la presión de hablar bajo castigo, la mitad de la historia del mundo. Los miles de torturados del planeta, imagínenlo así, los miles o millones de torturados del planeta inventan miles o millones de historias que se entretejen, forman un haz de historias, un haz tupido de historias vinculadas, que no se refieren a nada real o se refieren a la realidad débilmente, pero que sí se refieren, en cambio, unas a otras, o a un mundo que es producto de ellas. Millones de historias los interrogadores de todo el mundo deciden aceptar como reales, a pesar de que saben que son ellos quienes han forzado su existencia. Es como si debajo del relato real (la Historia) creciera ese otro relato complejo y soterrado, una historia paralela hecha de mentiras”.

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Bolaño y Faverón. Faverón y Bolaño. Llevo más de quince años sin leer a Bolaño. Cuando lo cito en avería, lo hago de memoria, por las impresiones que sus lecturas me dejaron. El poso. Así que no puedo aportar mucho al debate. Los hay que comparan Vivir abajo con 2666 y Los detectives salvajes. Algo comprensible. Pero creo que Faverón va más allá que (y de) Bolaño.

Seré sincero. Terminé Los detectives salvajes y 2666 y sentí que nunca más las iba a leer. Que ya no necesitaba más. Todo me había quedado claro allí. Tan claro que pasó a interesarme más el mito Bolaño, el personaje Bolaño que sus novelas (que, sí, me gustan mucho). Con Vivir abajo me ocurre lo contrario. No siento deseos de conocer detalles de la vida o de la biografía de Faverón. Si fuera su alumno, asistiría mudo a sus clases, haría los exámenes y ahí acabaría todo. Si lo hay, no me interesa el mito Faverón. Pero nada más acabar Vivir abajo sentí que debía leerla otra vez. Y que mi vida no estaría completa si no leía El anticuario o Minimosca.

Hay algo en Vivir abajo demasiado salvaje, visceral, demasiado monstruoso y libre, como para intentar reducirla a ser una hija putativa de Bolaño. Si Bolaño está en la novela, está en lo peor de Vivir abajo. En los guiños. No en la pulsión destructiva. Digamos que Faverón se apoya en Bolaño como Bolaño se apoyó en Cortázar y Borges para ir a otro lugar. A otro mundo. Eso es lo que  convierte a Vivir abajo en un mundo aparte de Bolaño más allá del cruce de temas y estilos.

Pienso ahora en el retrato inmisericorde, vivo, letal de la CIA (en Hispanoamérica) y Sendero Luminoso. Eso no sé si lo ha hecho alguien tan bien y con tanta precisión como Faverón.

Hay otra paradoja. Tal vez por no ser Bolaño un profesor, por ser más un paria que un intelectual, tenía necesidad de intelectualizar los recorridos de los vagabundos y de los poetas infrarreales. Sentía urgencia por convertir las vísceras y la carne en un teatro de la crueldad. Siendo Faverón un profesor de Universidad, se da el caso contrario. No puede evitar intelectualizar pero su punto fuerte, donde vuela libre, es cuando más salvaje y brutal es. De hecho, Vivir abajo es mucho menos intelectual que las novelas citadas de Bolaño porque intuyo que Faverón necesitaba soltar lastre con la Universidad, se liberó escribiéndola. Buscaba retratar esa violencia que se olisquea en cada uno de los libros de la tradición hispanoamericana pero no se llega a conocer bien hasta que no se vive allí y se le pega a uno a la piel.

En fin. Por dejar de lado esta cuestión, cuando escucho a Opeth es muy claro que detrás de ellos están King Crinsom como también es meridiano que Captain Beefheart se encuentra detrás de multitud de tonadas y sonidos que aparecen en los discos de Tom Waits. Pero eso no resta ni un ápice de grandeza y personalidad a la banda sueca y al músico norteamericano.

Un artista sin influencias es imposible de hallar. Otra cosa es lo que se haga con ellas. Faverón ha creado un mundo propio que va más lejos (o a lugares distintos) que el de Bolaño. Algo parecido a lo de Waits y Opeth con sus indiscutibles referentes.

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Hay partes, fragmentos de Vivir abajo que nunca olvidaré.

Imágenes que se quedarán grabadas para siempre en mi memoria de lector. Imágenes más vivas que muchos de mis recuerdos, que muchas de mis vivencias reales.

Unas cuantas ya forman parte de la historia reciente de la literatura.

Citaré algunas.

George W.Bennet caminando por Lima con una máscara de oso. Rastreando, moviéndose detrás de una mujer. Entrando en los cines. Durmiendo con una máscara de oso, colocándose la máscara de oso. George W. Bennet disparando en una casa maloliente, abandonada. George W. Bennet. George W.Bennet. George W. Bennet. ¡Qué personaje!

Clay Richards parado en una calle de Valparaíso, en medio de una casa, buscando una librería que existe, que está ahí, pero al mismo tiempo no existe. Una imagen que podría hacernos rememorar la Alicia de Carroll pero que a los que hemos pasado buenas temporadas en el continente hispanoamericano nos obliga a rememorar las constantes desapariciones, el extravío, esos lugares (y esas personas) que están ahí y, de repente, no están y se confunden en el olvido de ciertos países en los que la única certidumbre es la muerte, el dolor, la tortura. Países en los que hay que ver sangre, sentir la sangre para saber que uno está vivo y no en el infierno.

La voz de Miroslav Valsorim al teléfono.

Un puñado de niños armenios sobreviviendo en un pueblo serbio durante la Segunda Guerra Mundial.  Rodeados de cadáveres, de soldados muertos, de enemigos destrozados. Chetniks descuartizados. Un puñado de niños armenios que se dejan violar, se dejan mancillar para matar, para asesinar a los enfermos, a los adversarios. Niños convertidos en putas que se tornan asesinos.

Werner Herzog trastornado, transformado en un demente, en un esclavista, en un tirano en medio de la selva, empeñado en recrear la memoria (falsa) de Brian Sweeney Fitzgerald («Fitzcarraldo»).

Una pariente de Rodolfo Walsh, una heredera de la Operación masacre, Raymunda Walsh, encerrada en un manicomio con aspecto de celda, de agujero kafkiano o en una prisión parecida a un loquero, sonriendo, hablando, mirando, provocando escalofríos a mitad de camino de los excéntricos personajes de Carroll y el Joker de Grant Morrison.

¿Pero era Raymunda Walsh la del sanatorio o la de la cárcel o era Adriana? ¿No eran Laura Trujillo y la Marce Donoso? ¿Quién coño era? ¿Qué más da? En Vivir abajo, el mundo es cárcel, es manicomio. Todos están dentro. Nadie escapa.

El mundo convertido en una cámara de tortura. Un mundo de sombrereros locos y crueles. De sangre y de vísceras.

El viaje en el que el narrador de la novela se encuentra al fin con George S. Bennett, con el americano sucio, allí donde el Che Guevara murió, fue asesinado.

Un pasaje en el que George se convierte por momentos en el Kurtz de El corazón de las tinieblas (aunque más bien recuerda al Kurtz de Apocalipsis now) y por primera vez nos habla. Pero nos habla como kurtz, como George y como kurtz, como Marlon Brando, y lo que dice impresiona, resuena, y se convierte, de repente, en una mortaja, en un puto mortero que atruena, que destroza los tímpanos, la psique de los lectores.

Las disgresiones sobre los personajes de El bosco, sobre la piedrecita de la locura, sobre los nervios del cerebro de los locos, la monjita con el libro en la cabeza y el médico con el embudo como sombrero, convertido en un delirante, en un tarado que está destrozando la vida de un hombre corriente sin remedio.

Pura psicopatía, gruñidos malignos, visiones, reflejos de la mente de un pintor «que caminaba por la calle tapándose la boca y el culo con las manos para que no se le metieran los demonios».

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Raro es que yo hable mal de un novela o de cualquier libro en avería. No merece la pena. Eso no significa que me fascine lo que leo o lo que veo. Hay tantos elogios en el mundo actual a tantos libros que, a decir verdad, miro con sospecha las novelas que reciben demasiadas alabanzas. Cuando hay unanimidad respecto a un nuevo título me pongo a la defensiva. Dejo que pasen varios años antes de hincarle el diente a la hipotética obra maestra. No me gusta mucho lo que se hace con la literatura a diario. Las miles de novelas, colecciones de cuentos sobresalientes, imprescindibles, que supuestamente se publican. Esos premios cuyo ganador se sabe o se sospecha desde hace meses. Antes incluso de que se den a conocer las bases de los premios. Todo ese circo.

Precisamente, lo que me alegra de Vivir abajo es la sensación que tengo de que, por una vez, no hay intereses detrás de los elogios. Hay simplemente respeto. Tengo, de hecho, la impresión de que cuando me haya muerto, la novela se encontrará completamente inserta en la tradición literaria del Perú e Hispanoamérica. Casi todos los futuros escritores peruanos (y de muchos otros países) tendrán que pasar por ella, criticarla, alabarla, destruirla, amarla. Pero no podrán ignorarla. Pasarán los años y Vivir abajo estará ahí. Desmesurada, fuerte, inconcebible, desafiante, como las selvas, los ríos de allá.

Por favor, ¡Que nadie haga una puta película de Vivir abajo! Por favor, ¡Que nadie le de un premio! Por favor, ¡déjenla ahí, olvídenla, táchenla de sobrevalorada, hablen de Bolaño y olvídenla para que, algún día, dentro de unos años o décadas, alguien, un adolescente la abra en una biblioteca y, de repente, su contenido le rompa la cabeza para siempre y descubra sin intermediarios, así de golpe, lo que es el horror. Lo que de verdad pasa en Perú, en toda América, en el mundo!  Shalam

في أعماقها، المحاكاة الساخرة تخفي فقط الرغبة الهائلة في البدء بالبكاء.

En el fondo, la parodia, sólo disfraza el deseo enorme de ponerse a llorar

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen…una construccion de la epoca de velazquez, una parte de una catedral, una parte de una muralla……
    2imagen….sabra gustavo faveron que su produccion es valiosa o no?…..
    3imagen….el negro del muelle, el negro zumbon….
    4imagen….quien sale ganando de este movimiento?…(utilizacion).
    5imagen….bolaño parece no ser creyente…..
    6imagen….ho…hispaño-olivetti….hdos o….hdos odos….n htres ….quiza consigamos la piedra filosofal….sonrisa…
    7imagen….todos con el puño en alto en 2024 (habra que esperar un tiempo)…..
    8imagen….joker (ay joker eres mi numero uno)…el primer traicionado…..
    9imagen…la lectura es la hostia….todos con sus «sombreros» menos el burgues que usa de sombrero la sangre de cristo….
    PD….https://www.youtube.com/watch?v=l-bS0MXAUno…wehe khorazin…popol vuh….fitzcarraldo…1982….w.herzog…a este tambien lo tenia que trepanar el bosco….jo,jo,jo….

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Piranesi. Mirándolo desde lejos se podría confundir con una enorme bicicleta. Un dibujo de Leonardo da Vinci. 2) Claro que lo sabe. Ha recibido enormes críticas. Mi avería es sólo una más. Y es profesor de Universidad. ¿Cómo no lo va a saber? 3) Los hombres anónimos. La era del Psycho Killer. ¿Es un matón o un vendedor de pañuelos? 4) Los enemigos de lo ajeno. Todo debe ser común. Nadie sin una metralleta. 5) Las gafas de los intelectuales. ¿Para cuándo un ensayo sobre el tema? 6) Hubo un tiempo en que la máquina de escribir marcaba el ritmo de los tiempos. Ahora marca el ritmo del prestigio. 7) Pareciera una escena que podría haber filmado o gustar a Pasolini. Accatone. 8) Había creído leer la palabra «indecente» y no inocente. Ja,ajjajaj. 9) Esto es historia de la humanidad. Historia de Europa. Historia del arte. Por ver esto merece la pena estar vivo. Aunque esto sea el mal. PD: una enormidad. Cantos gregorianos y cantos selváticos. El prog rock convertido en un salmo cristiano y excéntrico. Todo una locura. Todo esquizoide. Todo una barbaridad.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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