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Un resplandor

Jul 31, 2024 | 2 Comentarios

Dejo a continuación un nuevo avería dedicado en esta ocasión a El resplandor, el filme de Kubrick. El cual recomiendo leer escuchando un tema de la banda sonora realizada por Jonathan Snipes y William Hutson para el jocoso e interesante documental (Room 237) basado en el mismo: «To keep from falling off».

 

Un resplandor

¿Qué se puede decir a estas alturas de El resplandor? Muy poco. El filme de Kubrick es de los más comentados de la historia. Pero aún así continúa provocando fascinación. A fuerza de ser sincero, a mí era de todas sus obras la que menos me gustaba pero la he visto recientemente y me ha parecido sumamente sugerente. Una película hipnótica, por momentos delirante, fuera de tono, alucinada, que casi que es más una excursión por las paranoias humanas que un clásico filme de terror.

A este cambio de opinión ha contribuido sin dudas el que haya visto al fin la versión más ajustada a lo que Kubrick deseaba. La primera que se estrenó (y que luego el director se vio obligado a acortar en Europa por temor a un descalabro comercial). Una toma de casi dos horas y media que da más tiempo al espectador para introducirse en la historia. Es más parsimoniosa. Más atmósferica. Más psicológica. Que es lo que creo que deseaba Kubrick (aunque no sé si lo terminó de lograr, probablemente porque no se lo permitieron).

Para entendernos, la versión de dos horas era casi un slasher. Tal vez demasiado frenética. Demasiado bestia. Las sutilezas y los claroscuros quedaban ocultos tras la mirada de odio de Jack Nicholson y sus hachazos a una puerta. Sin embargo, la original (o al menos la más cercana a lo que tenía realmente Kubrick en la cabeza) es mucho más cerebral. Es casi una tela de araña. Una experiencia. Es una película en la que la persecución final es lo que menos importa. No deja de ser una consecuencia de toda una serie de pequeños detalles oníricos que van creciendo hasta hacer estallar completamente la pantalla.

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Estaremos de acuerdo en que hay papeles que marcan a ciertos actores. Le tenía un poco de manía a Jack Torrance porque creo que es el responsable en parte de que Jack Nicholson se convirtiera en determinados momentos en una caricatura de sí mismo.

Jack Torrance es un papel que, en gran medida, se ha comido a Nicholson. Lo vemos y pensamos inmediatamente en el desequilibrado escritor. Hay películas en las que Nicholson gesticula y yo al menos no veo a Nicholson sino a Nicholson bajo los efectos de haber interpretado a Torrance. Algo parecido, por ejemplo, a lo que le ha ocurrido a Joaquin Phoenix cuya composición de Napoleón recordaba demasiado a la que hizo en Joker.

El resplandor es una película tan icónica y vasta que caricaturizó a Nicholson de tal modo que bastaba verlo para recordar un sinfín de célebres frases (y gestos, sobre todo gestos) que aparecen en el filme. Debo decir, no obstante, que en esta ocasión me ha gustado mucho más su interpretación. Hay matices, hay ondas siniestras en la misma. Cuando se despierta de una pesadilla, su rostro de niño violado da casi más miedo que cuando ejerce de verdugo.

Sobre todo, me interesan las escenas en las que todavía no es un monstruo. Ahí Nicholson se luce. Hace un muy buen trabajo. Aunque, sin dudas, las escenas de antología son todas aquellas en las que dialoga con los muertos, viejos espíritus y el último asesino que hubo en el Overlook. Ahí directamente Nicholson toca el cielo (como el filme). Tengo la impresión, por cierto, de que esas escenas no desentonarían en uno de los filmes de David Lynch y posiblemente el cineasta norteamericano las contemplara con interés más de una vez para dotar de extrañeza a unas cuantas de sus imágenes. De hecho, es difícil no vislumbrar en ellas el germen en agraz de todas esas excursiones por la habitación roja de Twin Peaks.

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Otro de los aspectos que más he disfrutado en esta ocasión ha sido la arquitectura del Overlook y, sobre todo, la de los pequeños espacios. Esos colores, esas simetrías tan modernas, tan de Kubrick, que es posible, a su vez, hallar en La naranja mecánica o 2001. De hecho, convendremos que la fotografía que dejo a continuación de la célebre habitación 237 podría pasar perfectamente (quitando los aparatos domésticos) por la de un cuarto o cámara de las múltiples naves que aparecen en su odisea espacial.

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Por cierto que al volver a contemplar la famosa escena en la que la esposa de Torrance (Wendy) descubre aterrorizada que su marido ha estado tecleando durante meses la misma frase en la máquina de escribir, no he podido evitar preguntarme con una sonrisa quiénes serían los encargados de redactar todas las páginas que vemos en pantalla. ¿Cuánto les llevaría realizar un libro en el que los párrafos están perfectamente separados y estructurados (incluso hay algo parecido a caligramas) como si en vez de una sola frase, se contara en verdad una historia?

Creo que la imagen preclara de la locura se encuentra precisamente en el hecho de que Torrance no dispone las frases desordenadamente, como si no tuviera ninguna importancia lo que está escribiendo, sino con una estructura totalmente lógica, casi marcial.

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En realidad, no sólo hay un laberinto en el filme. Hay muchos más que el formado por setos en el que fallece Jack Torrance mientras persigue a su hijo. El hotel Overlook, por supuesto, es también un laberinto. Un laberinto vivo, una casa de hadas llena de recónditas sorpresas. Pero también la mente de Torrance es otro laberinto. Y si me apuran, el filme en sí mismo es otro laberinto. Basta ver las múltiples interpretaciones que hay sobre la fotografía en blanco y negro del final para tomar conciencia de este hecho.

A este respecto, si alguien desea pasar un buen rato revisando todo tipo de (más o menos) fecundas interpretaciones, le recomiendo que vea el divertidísimo y, a su vez, espectral documental Room 237, donde diversos fans del filme refieren sus teorías sobre el mismo. Hay por cierto para todos los gustos. Hay quien asegura que El resplandor es, en realidad, una película cuyo trasfondo es la matanza india y quien tiene muy claro que es una visión apocalíptica de lo que fue el holocausto nazi. Todo tan lógico, bien argumentado y contrastado que, por momentos, a uno le quedan dudas de si ha visto la misma película que estas personas.

En cualquier caso, lo que deja claro Room 237 (tal vez voluntariamente, tal vez involuntariamente) es lo fácil que es caer en el exceso sobreinterpretativo con los filmes de Kubrick (¿cometí ese mismo error yo en mis averías sobre Eyes Wide Shut?) y lo sencillo que es crear, fabricar y creer teorías de la conspiración. Entiendo, de hecho, que ese es el objetivo central de Room: demostrar hasta qué punto pueden las personas comunes creer en las teorías más inverosímiles sobre la realidad. Lo sencillo que resulta manipular a los demás y, sobre todo, engañarse a sí mismo.

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Lo cierto es que de todas las teorías que se exponen en Room sí que hay una que me convence. La que afirma que Jack Torrance es el minotauro y su familia, víctimas solitarias perdidas en un inmenso laberinto. En todo caso, si estoy de acuerdo no es tanto por las razones que da el interlocutor sino porque creo (como acabo de indicar) que El resplandor es, en gran medida, un laberinto. Un laberinto mental y metafísico. Aunque también podría ser comparado con un puzzle cuyas partes nunca terminan de cerrar como resultado de ser un retrato expresionista del mal, de la enfermedad mental. De hecho, hay piezas que se cambian de sitio, planos que no encajan, una televisión que funciona sin electricidad, alfombras cuyos colores mutan de un segundo a otro.

Ocurre que todos estos elementos (aun estando a la vista) no son expuestos con la claridad que se suele hacer en las efectistas películas de terror. Están filmados con frialdad, con absoluta sutileza. De tal forma que uno no sabe si lo que estamos contemplando es el funcionamiento habitual de una mansión encantada o si todo es resultado de la imaginación y mente enferma de Torrance.

El resplandor puede llegar a confundirnos en algún momento porque Kubrick filma a los espirítus en determinados momentos como si estuviera jugando al ajedrez. Cerebral y no emocionalmente. No busca, de hecho, tanto asustar sino describir y, sobre todo, que nos fundamos con el tormento interno sufrido por Jack. Motivo por el que El resplandor tiene más concomitancias con Repulsión que con El exorcista o La profecía. Es una ilustración no tanto del mal sino de una malformación mental.

Kubrick, sí, queda claro, aceptó adaptar a Stephen King pero para corromper su legado. Transformar su novela en un texto mucho más complejo y realista. Más desequilibrado y ralo. Ganándose el desprecio de un King que no comprendió lo que Kubrick hizo con su libro. Posiblemente, de hecho, vio demasiado expuestas las costuras de su novela. Se sintió desnudo o, más aún, violado. Kubrick, al fin y al cabo, deseaba que la película concluyera con la muerte de todos los personajes. Algo que hizo subirse por las paredes al escritor norteamericano y puso en guardia a los ejecutivos de la Warner.

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Capítulo aparte merece la utilización de la música en el filme. Nadie (y cuando digo nadie, es absolutamente nadie) ha utilizado la música clásica como el director inglés en sus obras. Resaltándola de tal manera que parece un ser vivo, un actor o una esplendorosa mujer luciéndose el día de su boda o en un desfile de moda.

Efectivamente, lo han dicho muchos pero es necesario volver a resaltarlo. La banda sonora no es únicamente una banda sonora en El Resplandor. No acompaña ni subraya. No. Es un personaje más que se diría que por momentos toma el control o sus propias decisiones. La banda sonora forma parte del hotel Overlook. Es responsable también de la locura de Torrance.

El tema central de Wendy Carlos es una opertura espectacular. Una fúnebre secuencia de varias notas que reinterpreta el célebre Dies Irae medieval (atribuido a Celano) y anuncia futuros tormentos. La pieza de Bartok elegida es casi un reflejo de las átonas conexiones mentales, de la perturbación y de los espejismos cerebrales. La de Ligeti es un abismo. Un trozo de hielo petrificado que va disolviéndose hasta crear todo tipo de tensión, reflejar la locura y el horror. Y las de Penderecki son directamente cuchillos bien afilados que penetran en la psique del espectador con tanta violencia como lo podría hacer un arma blanca en la vida real. Son sierras, máquinas de matar, bombas musicales que remiten a genocidios, a la extinción y a las torturas psíquicas, que se ajustan de manera prodigiosa, casi diabólica, con las imágenes de una película que, en realidad, termina por ser una experiencia. En parte es un homenaje y en parte una subversión de los slasher. Tal vez sea una obra que nos anuncia, en cierto sentido, que el malestar psíquico, las enfermedades mentales han llegado para quedarse. Que el futuro será enfermo o no será.

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El resplandor es una especie de rapto. Un estado de ánimo. Creo que cualquiera que esté sufriendo una crisis vital puede utilizarla como ansiolítico. Basta ver a Torrance gesticular, perder el control, salir fuera de sí y hacer vanos esfuerzos por mantenerse en pie para que al menos yo me calme. Encuentre un hermano espiritual en mis esfuerzos por dar sentido a mis escritos cuando las cosas se tuercen.

Uno de los factores más importantes del filme radica en que es extremo. No se queda a medias. Sus bazas las juega al máximo sin por ello ser zafio y vulgar. Kubrick buscaba un éxito comercial después del fracaso económico de Barry Lyndon pero no a cualquier precio. Así que tiró de efectismos pero sin excederse. Tuvo más en cuenta la composición de la cámara, el cuadro filmado que el susto o el miedo. Una perspectiva extraña y sugerente, también enigmática, que tal vez explique por qué el filme continúe fascinando.  Por qué cuando vemos la fotografía final con Torrance haciendo de maestro de ceremonias de una fiesta celebrada el día de la Independencia de los Estados Unidos lo comprendemos de repente todo sin alcanzar a saber qué es lo que deberíamos comprender y si hemos visto lo que creíamos haber visto: un espejismo mental, un resplandor, una posesión o una historia de muertos similar a las de Henry James. Shalam

الأدب هو دائما رحلة استكشافية إلى الحقيقة

La literatura es siempre una expedición a la verdad

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen…tu dime lo que quieras(el bocadillo de lo que pienso es mi careto)…………
    2imagen….pasillo de los hermanos cohen(barton fink-1991)…el resplandor-1980)……….
    3imagen….mama tengo miedo (dedo)…..
    4imagen….¿en serio que no es un retrete chino?…..
    5imagen….aseo modernista(verde fantasma)…..
    6imagen….op-art…..
    7imagen….resfriada a punto de dar el golpe……
    8imagen….un regalo(abierto)…..
    PD…a gift(un regalo)..https://www.youtube.com/watch?v=WuHrG-SjA-Y…….lou reed-1976…..

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Estoy escribiendo una ópera llamada «La destrucción del mundo». 2) un suelo colorido al estilo de los jerseys de los niños de los 70-80. 3) Me gustaría chuparme el dedo pero no es así. Me lo chupo porque sé mucho. 4) ¿qué hacemos tu y yo en medio de un lienzo dadá. 5) Nave espacial ideal para los fumadores de opio durante el siglo XXI. 6) Primer manuscrito de «El resplandor». 7) Un lienzo de Mondrian convertido en laberinto. 8) Gritar de espanto pero me gustaría gritar de amor 9) La bella y la bestia. PD: tema de los buenos de Lou Reed. Esa bondadosa decadencia. Esa triste locura.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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