Greg Lemond se convirtió definitvamente en un icono popular entre 1985 y 1986. Antes era alguien conocido por los amantes del ciclismo pero en esos años se transformó en un símbolo del deporte. Cualquier aficionado podía distinguirlo en el pelotón o reconocer su nombre y en Norteamérica se convirtió en profeta y embajador ciclista.
¿Qué ocurrió para que diera este tremendo salto de popularidad? Dos Tours (los del 85 y el 86) que son, por momentos, indistinguibles y complementarios. El primero lo perdió pero fue en gran medida el vencedor moral y el segundo lo ganó pero su rostro expresaba estupor y cierta tristeza contenida como si hubiera sido derrotado. ¡Misterios de la vida y de la competición!
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Queda claro que si, en principio, Greg Lemond se convirtió en un icono deportivo fue por el oponente al que tuvo que vencer para conorarse: Bernard Hinault. Un animal competitivo. Uno de esos hombres para los que vencer es cuestión de vida o muerte. Un ciclista de facultades extraordinarias tan sólo superadas por un superlativo ego que lo hacía realizar machadas increíbles, achantar a sus rivales y lo forzaba a demostrara cada momento quién se encontraba en control de la prueba.
Lemond parecía haber crecido contemplando los discursos de J.F.Kennedy e Hinault leyendo diariamente la biografía de Napoleón. Lemond podía pasar por un seguidor de los Beach Boys que, de tanto en tanto, fuera a California a hacer surf. Sin embargo, Hinault parecía el general malhumorado de un ejército. Un militar empeñado en convertir a sus subalternos en máquinas de matar. Lemond parecía un demócrata e Hinault un dictador. El francés, desde luego, era alguien que no hacía amigos. De esos que hacían bullying laboral a quienes no se plegaban a sus deseos. Te miraba y te mataba. Era, sí, un líder antipático que generaba, a su vez, admiración porque también era bastante impetuoso. Le daba igual demarrar e iniciar una escapada estando de líder que optando al pódium. En este sentido, era lo contrario a Lemond. Un chico tímido que sólo atacaba cuando debía hacerlo, sonreía a todo el mundo y medía muy bien sus fuerzas. Un muchacho contenido que hacía de la discrección virtud. Al contrario, Hinault procedía de la escuela de Merckx. Si se veía con fuerzas disputaba hasta las metas volantes. Así que, como se comprenderá, ni mucho menos iba a perdonar un Tour. Ceder un metro a un ciclista por mucho que fuera su compañero. Algo impensable estando en juego el sexto maillot amarillo. ¡Lo nunca visto! ¡La gloria eterna!
Hinault había nacido para pasar a la historia. De haber sido militar, su nombre habría podido aparecer en el célebre libro de Thomas Carlye sobre los héroes y grandes hombres. ¿Cómo cojones alguien iba a pensar que iba a bajar el ritmo del pedaleo? ¡Ni en cien vidas! ¡Antes muerto que rendirse!
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El principal problema que Lemond e Hinault tuvieron y contribuyó a crear un trasfondo polémico a su rivalidad en aquellos Tours radica en que ambos formaban parte del mismo equipo. Más bien un superequipo: la Vie Claire de Bernard Tapie. Una especie de dream team ciclista cuyas rencillas internas convirtieron su día a día en una pesadilla. Es por este motivo que el duelo Lemond-Hinault fue más que un enfrentamiento deportivo. Tuvo tintes fratricidas. Convirtiendo algunas etapas del Tour en dramas de corte shakesperianos llenas de engaños, traición e hipocresía. A Hinault le tocó ser el malo de la película. Papel que interpretó a la perfección. Utilizando todas las artimañas psíquicas para desestabilizar a un Lemond que se hizo hombre en aquellos Tours. Se convirtió definitivamente en adulto de la mano de los engaños de su director de equipo, las afrentas de Hinault y el resquemor de un público obsesionado con las victorias del Tejón.
Aquellos dos Tours no fueron sólo competiciones deportivas. Fueron batallas estratégicas. El Waterloo del ciclismo. Austerlitz. Reflejo justo de un momento en el que el deporte de las dos ruedas remitía al Olimpo y a la aventura. Era una novela épica de dimensiones colosales. Un asunto de héroes y elegidos.
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Sin Fignon (lesionado), el Tour del 85 se planteaba como un paseo para Hinault. Lemond era muy bueno pero también muy joven. Tenía toda una carrera por delante. El francés hubiera tenido dudas de la victoria de encontrarse el norteamericano en otro equipo, pero estando junto a él, parecía que aquella carrera estaba en sus manos. Venía, además, de ganar el Giro y estaba pletórico. Tal vez le quedaran uno o dos años en el máximo nivel y pensaba dejar hasta el último aliento antes de despedirse.
Dicho y hecho, Hinault comenzó dominando el Tour del 85 de modo incontestable. Como si fuera Napoleón o un general de la gloriosa Roma. Empezó venciendo en la contrarreloj inicial, más tarde continúo arrasando en la primera contrarreloj seria y ratificó sus impresionantes prestaciones en los Alpes en una mítica etapa en la que se escapó junto a Lucho Herrera. A mitad de la carrera, el Tour era un trámite. Nadie dudaba que se encontraba en los bolsillos del bretón. Sin embargo, en la etapa 14 (una etapa en principio intrascendente) ocurrió un imprevisto. Hinault sufrió una caída a un kilómetro de meta y las dudas comenzaron a brotar por todas partes.
Los días posteriores, Hinault parecía que estaba dañado físicamente y que comenzaba a sufrir el cansancio. De repente, de intocable se había convertido en vulnerable y, por ahí, Lemond oteó la posibilidad de conquistar el Tour. En principio, la idea del norteamericano era ser fiel a Hinault pero cuando éste desfalleció camino a Luz Ardiden, entendió que si apretaba los dientes y metía quinta podía colocarse el maillot amarillo.
Es en ese momento cuando empieza la historia de traiciones que mortificaron a Lemond durante años. El director de la Vie Claire le miente al indicarle el tiempo que le saca a un Hinault desfondado obligándole sutilmente a ralentizar el ritmo y Lemond llega cariacontecido a meta. Se convierte en alguien observado por quienes lo debían aupar. Comienza a desconfiar de medio mundo pero no se atreve a alzar la voz. De repente, Hinault aparece en plan patriarcal dándole las gracias por su gran trabajo y asegurándole que se pondrá a su disposición para que sea él quien conquiste el próximo Tour. Aparentemente, hay tregua. El mismo Hinault deja entrever que bajó un poco los pies de los pedales para que Lemond pudiera disfrutar del triunfo en la contrarreloj final del Tour. Se muestra fraternal en las entrevistas. Parece generoso. Al final, todos son hermanos. Todos son amigos. Hinault levanta orgulloso el quinto maillot amarillo, los franceses descorchan botellas de vino en su honor y, mientras tanto, Lemond, solo, mira hacia el infinito con el rostro mustio. ¡Ni Shakespeare ni Calderón de la Barca hubieran ideado un drama mejor!
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Se suele acusar a Hinault de todos los males experimentados por Lemond en los Tours del 85 y el 86, pero yo no iría tan rápido. Queda claro que Hinault forzó la marcha al límite y mintió para salvaguardar sus intereses. Pero Lemond pecó de ingenuo e inocente. De bisoñez. Parece mentira que un profesional como la copa de un pino como él no fuera consciente de dónde se estaba metiendo. Lo del 85 tenía un pase porque por entonces (antes de su lesión) el enemigo era Fignon pero que siguiera en el mismo equipo en el 86 resulta incomprensible de no ser, claro, por la millonada que cobraba en La Vie Claire.
Mas allá del aspecto económico, queda claro que la decisión fue pésima. Lemond acabó ganando ese Tour porque era un superclase, se encontraba en excelente forma e Hinault estaba en su ocaso, pero lo hizo a riesgo de su salud mental. A riesgo de dejarse varios jirones del alma en la carretera.
En cualquier caso, aquel Tour no fue un paseo. En gran medida, fue un calco del del 85. Hinault empezó mordiendo, controlando,alzando el cuello, marcando rueda y mirando por encima del hombro al pelotón. De repente, el bretón había olvidado aquello que había prometido con firmeza. De repente, eso de ayudar a Lemond era una frase hecha. El ganador lo dictaría la carretera. Así que se marca una etapa de ensueño en los Pirineos realizando una escapada de coloso junto a Delgado y le mete una minutada a Lemond. Obviamente, el norteamericano no comprendía nada. Tragaba saliva, se refugiaba en su esposa e intentaba aislarse del infernal ambiente que le rodeaba. Hinault debía ganar el sexto Tour y Lemond apartarse de su camino.
Obviamente, no lo hizo. Se mantuvo en pie. Aguardando lo inevitable. La desgastada rodilla de Hinault comienza a jugarle una mala pasada en el Izoard alpino. También los años. El tejón no aguanta el ritmo y Lemond demarra tras el suizo Zimmermann. El norteamericano es el nuevo líder del Tour. El día después ratificará su victoria entrando con Hinault de la mano en Alpe d’Huez en una inolvidable etapa. Los dos se escapan y aparentemente caminan amigablemente hasta meta. Pero muchos se fijan en cómo los relevos de Hinault no parecen relevos sino intentos de tensar a Lemond. Pruebas de fuerza para ver si puede dejarlo atrás. ¡Algo imposible! Así que se abrazan y entran victoriosos a meta. ¡El ciclismo también es teatro!
Días después, Hinault tiende amable su brazo a Lemond como un caballero. Asegura haber cumplido su palabra. No sólo es un campeón sino un buen perdedor. Un caballero de honor. Mientras tanto, Lemond mira al vacío. Lo que ha sufrido esos días no se le olvidará jamás. Sonríe, sí, en el pódium y ante las cámaras pero sus ojos están huecos. Parece un espectro. Nunca una victoria fue tan triste y áspera. Cuando mira a Hinault y a la prensa francesa, de fondo, le vienen recuerdos de aquel familiar que abusó de él en su infancia. Con razón, dicen que los héroes lo son porque son capaces de cumplir su deber superando sus traumas.
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Tras su triunfo en el 86, Lemond parecía destinado a reinar en el ciclismo pero su trágico accidente de caza le dejó en el dique seco durante dos años. En la salida del Tour del 89, nadie daba un duro por él. Muchos lo consideraban un ex-corredor y su nombre no aparecía entre los favoritos. En su biografía, Fignon deja claro que siempre lo consideró su máximo rival y nunca se fió de él. Pero creo que Fignon habla del Lemond que vimos a partir de la sexta etapa (la primera contrarreloj larga). Momento en el que dejó claro a todos que había vuelto. Porque antes del día en el que volvió a enfundarse el maillot amarillo, Lemond era un fantasma. Un muerto.
Realmente, no sé si es posible expresar con palabras lo que fue aquel Tour del 89. Fignon también había renacido, estaba desatado y soñaba con la gloria. Perico Delgado había perdido la cabeza y el Tour en las dos primeras etapas pero no las piernas y era una amenaza constante y un espectáculo en la carretera. Y Lemond directamente era una máquina mental. Dosificaba perfectamente su físico. No se adornaba. No daba un golpe de pedal de más. Realizó una impresionante carrera táctica. Los perdigonazos en su cuerpo no le permitían realizar ninguna proeza (al menos en montaña) así que estudiaba bien la rueda a la que seguir y cumplía perfectamente sus planes. Probablemente Lemond no fue mejor que Fignon en aquel Tour (a veces no le daba el cuerpo más, a veces se le notaba demasiado justo) pero sí fue el ciclista más técnico y frío. El más cerebral. Y, sobre todo, el mejor contrarrelojista.
Su casco aerodinámico, el manillar de triatlón y su posición en la bicicleta forman parte de la historia del ciclismo y son responsables de uno de los momentos más icónicos del deporte. A la altura de las medallas de Jesse Owens, las carreras de 100 mentros de Carl Lewis y Ben Johnson o los ganchos de Kareem Abdul-Jabbar. Me refiero a la mítica contrarreloj final de 24 kilómetros gracias a la que conquistó el Tour por 8 segundos tras vivir una trágica odisea.
Lemond había vuelto. Lo corroboraría meses después conquistando el Mundial. Y, sobre todo, había dado una lección de vida. Estoy seguro además que, de no haber sufrido lo que sufrió en los Tours disputados a Hinault, tal vez no hubiera sabido mantener la calma durante todas aquellas etapas en las que Delgado realizaba machadas sin descanso y Fignon lo miraba desafiante y realizaba declaraciones de esas que duelen con las que intentaba minar su moral. Confundirlo como años antes intentó el tejón.
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El Tour del 90 lo ganó Lemond por inteligencia y por piernas. A esa carrera llegó perfectamente preparado. Para entonces ya era un hombre de una sola vuelta. Las clásicas no eran más que excusas para preparar lo único que le importaba: el Tour de Francia.
Lemond ganó el Tour del 90 por su inteligencia táctica, por sus prestaciones como contrarrelojista y porque no tuvo ni un solo mal día. Cuando se sintió apurado lo disimuló. Siempre manejó la carrera en la sombra. Sin necesidad de destruir a sus rivales. Aguardando su momento. Es cierto que le favoreció que Banesto no confiase todavía lo suficiente en Miguel Induráin. Tal vez si el navarro (y no Perico) hubiera sido el jefe de filas del equipo español, hubiera tenido un rival en condiciones. Pero a Lemond le bastó con no fallar y aguardar su momento. De los tres Tours que ganó, este fue el más fácil porque no tuvo que realizar un sobreesfuerzo psicológico contra el histriónico Fignon ni contra el soberbio Hinault. Claudio Chiapucci no era lo suficientemente importante como para desestabilizarle. Así que Lemond simplemente se dedicó a correr. Estudiar a sus rivales. Prepararse correctamente. Y nadie pudo objetar nada a un triunfo que logró tanto por condiciones físicas como saber estar.
Lemond, de hecho, no respondía al prototipo de ciclista impetuoso. Era calmado. Tranquilo. A veces parecía tener horchata en la sangre y era eso precisamente lo que le permitió controlar ese Tour sin realizar excesivos desgastes.
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El último año bueno de Lemond fue el 91. En el Tour llegó incluso a enfundarse el maillot amarillo. Hasta mitad de la carrera, parecía tenerlo todo bajo control. Podía perfectamente repetirse la historia del año pasado. Pero sufrió un enorme desfallecimiento en el Tourmalet y, desde entonces, (ahora sí), se convirtió en una sombra de quien fue. Terminó aquel Tour en una digna séptima posición y continuó manteniendo la ilusión pero su tiempo había pasado. Un tal Induráin comenzaba a brillar como pocos ciclistas lo habían hecho hasta entonces y, sobre todo, la eritropoyetina (comúnmente conocida como EPO) comenzaba a circular por el pelotón como si fuera agua.
Lemond siempre achacó su salida del primer plano del ciclismo a la EPO. Según él, antes de la EPO había pausas, parones, etapas de recuperación en medio de las grandes vueltas pero desde su llegada, no hubo freno. Todos los ciclistas iban como motos y él, a pesar de seguir una rigurosa planificación física, se vio incapaz de aguantar el ritmo. Lo cierto es que probablemente (incluso sin EPO) Lemond no hubiera ganado el Tour del 91 pero sí creo que ese factor precipitó su despedida. De repente, pasó de estar aspirando a las grandes vueltas a diluirse en la insustancialidad. A ser casi un corredor mediocre. Algo que antes o después iba a ocurrir pero no con tanta rapidez.
En cualquier caso, lo que nadie podrá borrar jamás es la heroica imagen que dio durante sus años de esplendor. Su regreso como un ave fénix en el 89, su rigor, su estampa pop y su serenidad para soportar un sinfín de presiones que a cualquier muchacho de su edad lo habrían destrozado. Lemond son palabras mayores del ciclismo. De ser francés o italiano, se encontraría en un pedestal. Tal vez, de hecho, de no ser por su accidente de caza, estaría entre los cinco grandes. Se disputaría con Induráin una plaza tras Anquetil, Merckx e Hinault. Shalam
عندما تكون صديقًا لنفسك، فأنت أيضًا صديق للجميع.
Cuando uno es amigo de sí mismo, lo es también de todo el mundo
andresrosiquemoreno
el abril 10, 2024 a las 3:48 pm
1imagen….su corazon hacia «poom» el «poom» del comic y del doping….
2imagen…recuerdo que los ciclistas esta vez iban conduciendo cajas de carton vacias…..
3imagen…como es posible que anuncie el tabaco gitane..(todo vale para los consejos publicitarios)……
4imagen…machismo…cosas que pasan en el metro a hora punta.
5imagen…politiqueo….
6imagen…que hermosura la naturaleza (montaña verde)…..
7imagen….las venas de mis brazos son miguel angel buonarroti..
8imagen….fuente potable…fuente horizontal….fuente en dune…
PD…https://www.youtube.com/watch?v=Zy3WzlrWSlo…the velvet underground-1967-venus in furs..otro tipo de dopaje…sonrisa…
Alejandro Hermosilla
el abril 11, 2024 a las 3:54 am
1) La curva de la felicidad deportiva. 2) Dos devotos de los cuadros de Mondrian. 3) Hinault con la caja postal en el maillot. Un cazador olisqueando la nueva presa. 4) Dos hombres no frente al destino sino frente a sí mismos. 5) Entonces ¿cuándo me haréis caballero de la corte real? 6) Me encanta el polo verde del señor driector de la carrera, a juego con los Alpes. 7) Final de Rocky 1: Mariammmmmmmm. 8) Todos los aficionados con gorras blancas. Todos tienen muy buen estudiado el clima. No son primerizos. PD: geniales todos esos fotogramas. Muy buenas las criticas de la época. Me encanta esa definición que dice que eran una mezcla entre Bob Dylan y el Marqués de Sade.
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