La entrevista de Diego Torres a Tostão (uno de los más destacados integrantes de la Brasil campeona del mundo en 1970) publicada en El país a mediados del mes de junio de este año es una de las más lúcidas y esclarecedoras que he leído últimamente. Demuestra por qué era considerado el Pelé blanco. Un estratega, driblador y ariete de primera categoría. En realidad, la mayoría de sus declaraciones son para enmarcar. Una tesis de sensatez e inteligencia sobre el juego colectivo y la organización táctica. La importancia de trabajar en equipo. Pero, de entre todas ellas, destacaría la siguiente. Dice Tostão: «el pase es un símbolo del juego colectivo y de la vida en común, de la solidaridad, del respeto mutuo. Las personas tienen todo el derecho a querer mejorar su vida, a disfrutar de placeres y ganar dinero. Pero sin olvidar que los demás también quieren los mismo».
No puedo estar más de acuerdo. Los equipos que han pasado a la historia pocas veces lo han hecho por sus figuras. La mayoría han conquistado la gloria gracias a su sacrificio. Para que un jugador marque un gol, ha de haber generalmente otro que le de un pase. Un asistente. En este sentido, la asistencia es un arte tan admirable como el del gol. Desde luego, habla muy bien de la concepción del juego y de la vida de quien la ejecuta. Los goleadores suelen ser egoístas e irreflexivos. Ganadores natos. Pero los asistentes tienden a ser mucho más inteligentes y meditativos. Mucho más equilibrados. Son conscientes de que para que ellos triunfen, necesitan hacerlo también los demás. Y tienden a ser generosos y gozar además de un agudo sentido crítico. Las declaraciones de Juan Román Riquelme, Xavi Hernández, Pirlo, Caminero o incluso de alguien tan tímido y parco en palabras como Juan Carlos Valerón siempre venían cargadas de perspicacia y agudeza; de inteligencia pura. Porque si el delantero por lo general no tiene más que sortear que a uno y dos defensas y al portero, el organizador y asistente suele encontrarse muros aparentemente irrompibles de piernas frente a él. Está obligado por tanto a utilizar el cerebro casi más que su físico para sobrevivir. No sólo vive de sus técnica sino de su mente la cual debe forzar al límite para lograr encontrar huecos y espacios donde aparentemente no existen ni aparecen.
Hay algo que las personas que no le gusta el fútbol (o el deporte en general), no comprenden: que los equipos son empresas; colmenas; experimentos sociales. Y si se los analiza bien, es posible entender mejor la naturaleza del ser humano. La diferencia entre un goleador y un asistente suele ser que el primero tiende a creer que el resto de sus compañeros dependen de él. Por eso hay entrenadores que, jugando a ser psicólogos, engrandecen su ego para darles confianza ante el golpe certero y final. Y, por el contrario, el segundo sabe que él depende de sus compañeros tanto como ellos de él. Y, por consiguiente, tiende a tomar las decisiones en función del grupo y no de su ego. Están acostumbrados a medir y estudiar a sus compañeros y rivales y ponerse a ellos y sus aspiraciones personales en segundo plano. Los goleadores ganan partidos pero los asistentes ayudan a ganarlos. Son, sí, lo contrario a los ladrones y corruptos. Su voluntad siempre está puesta al servicio del colectivo. De hecho, un pase bien dado y ejecutado no sólo es arte sino también una muestra de solidaridad y empatía. Algo que Tostão demuestra entender perfectamente.
No terminan aquí lógicamente las declaraciones del mítico mediocampista brasileño. Hay muchas más. Pero por hoy me basta con citar su lúcida opinión sobre los motivos que han convertido al fútbol de su páis en muchas ocasiones en un campo de siembra perfecta para el crecimiento de jugadores anárquicos e individualistas parecidos a raperos (Adriano, Robinho o Neymar por ejemplo) cuya actitud dista mucho de la ejemplar, esforzada y dinámica que mantuvieron los héroes del 70.
Ahí va: «En Brasil creció una sociedad egoísta: una sociedad para la explotación de otra sociedad. El sentido de la comunidad disminuyó en la sociedad y en el campo disminuyó el juego colectivo. Brasil juega un fútbol brillante en lances individuales. Juega a meter goles. Nadie juega para el compañero, nadie busca una respuesta, nadie piensa en la organización. No es la lógica del juego, es la lógica de la ganancia. Tenemos más pegabolas que jugadores que piensan en lo que hacen. Driblan, driblan, driblan, rematan, rematan… Aparecen muy pocos jugadores. Muchos se pierden a medio camino. Salen de una sociedad que convive con la miseria. ¿Qué se puede esperar si el 50% de la población no tiene agua potable? ¡Es una vergüenza! Ese es el fruto de la ganancia de algunos. Así el fútbol se convierte en el juego de las individualidades, no en el juego del equipo. Porque el país es un país desigual, en donde unos persiguen ganar a toda costa y otros pierden todo. ¿Cómo podemos pedirle a los futbolistas que no sean individualistas y piensen colectivamente?». Shalam
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