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Sol

Abr 5, 2017 | 0 Comentarios

Nunca he escrito ni creo que escriba un libro de poesía. Pero si lo hiciera, estos son los temas que trataría: el calor y el tarot.

Me gustaría ser capaz de hacer un texto en el que cada verso describiera las sensaciones de agobio, asfixia y desasosiego de distintas personas que, a lo largo del tiempo, recorren el desierto, son quemadas en la hoguera, sufren quemaduras provocadas por el sol o deben soportar un insufrible verano lejos del mar. Obviamente, en el texto me ocuparía de ciudadanos anónimos e inexistentes pero también de algunos cuyos casos aparecieron en los periódicos y, por supuesto, los mezclaría con mitos clásicos y hechos históricos en los que el calor hubiera jugado un papel importante.

El segundo libro, lo imagino como una descripción de distintas tiradas de tarot que una anciana, desde la Edad Media hasta nuestro presente, va echando a diferentes consultantes. Intentaría crear allí un ambiente de fantasía con el fin de que cada lector leyese los versos como si fueran sortilegios o hechizos y el texto en su conjunto fuera un ritual cabalístico. Me imagino urdiendo ambos libros en secreto durante años y dándolos a conocer al final de mi vida y he de reconocer que me siento feliz. Casi dichoso.

No obstante, no creo ser capaz de escribir un solo verso de cualquiera de los dos textos. Sobre todo, porque no tengo yo talento poético. Y además, ocurre que me da vergüenza ese oneroso calificativo: poeta. A muchas personas que conozco, les agrada. Luchan por ser considerados poetas. Verdaderos poetas. Pero a mí, sinceramente, esa palabra me produce pavor. Si alguien me dijera poeta, me sentiría agredido. Casi golpeado.

Esto no quiere decir que me encuentre a gusto con la palabra novelista. Cada vez que alguien se ha referido a mí con este calificativo sentía que me estaban encasillando, como si yo formara parte de un supermercado literario. En realidad, si una palabra me agrada es la de escritor. Esa, desde luego, que sí. Mucho más que la genérica artista.

Ciertamente, para mí todo gran creador literario es un escritor. No un poeta ni un cuentista ni un novelista ni un ensayista o tan siquiera un periodista. Los grandes son escritores. Y cualquier otro calificativo, los reduce. De hecho, en muchos casos, es accesorio que practiquen un género u otro. Al final, acabarán trascendiendo estos corsés y limitaciones. Por ejemplo, la palabra poeta no suena igual si se utiliza para nombrar a Fernando Pessoa o a César Vallejo que a muchas de las personas que dicen ser (y probablemente sean) poetas. Cuando denomino a César Vallejo poeta, vislumbro inmediatamente un sinfín de sílabas moviéndose y palabras rompiéndose, como si fueran almas de personas. Veo el alfabeto llorando y la lengua española convertida en arena. Y cuando repito la operación con Pessoa, las palabras se transforman en trajes de colores, muy parecidas a los de los arlequines, y contemplo un cielo del que no cesan de caer ojos y corazones en medio de una lluvia que parece sacada de un baúl antiguo.

Estos dos escritores no son poetas. Escriben poesía que es, a mi entender, muy distinto. Sin embargo, muchos de los poetas que conozco, por lo general, escriben poemas. Son, ante todo, poetas. Y finalmente, al leer sus libros no vislumbro más que un corazón que desea ser poeta cuya máxima ambición radica en que le confirmen que es poeta y que en su lápida, una inscripción lo atestigüe. ¿Es necesario añadir algo más? No creo que sea muy distinto el infierno de lo que acabo de relatar. Shalam

إنَّ الْهَدَيَا عَلَى قَدْرِ مُهْدِيهَا

Allí donde el agua alcanza su mayor profundidad, se mantiene más en calma

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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