El silencio es un huracán. El torbellino más amplio. Una violación necesaria de la ley cotidiana. Motivo por el que los profetas afirmaban que deberíamos callar al menos un día al año. Recluirnos en nosotros mismos y no pronunciar palabra alguna ya fuera en los confines del desierto, bajo dunas de arena parecidas a las olas de un maremoto, o en una humilde habitación iluminada por una vela negra.
Basta, de hecho, dejar de emitir sílabas y vocales por unos instantes para que ya sea nuestro malestar o nuestro bienestar se hagan palpables. Y comiencen a acudir a nuestra mente voces e imágenes luchando por restablecer nuestra armonía y devolvernos al confín de los tiempos. A la llanura de los palacios derruidos. Esas fronteras en las que las estatuas no tardan en convertirse en polvo y arena; al igual que el dinero, la mente de los sultanes y reyes y los guerreros acostumbrados a matar tigres y los poderosos.
El silencio nos enseña que el lenguaje que perdura y es aceptado universalmente por lo general se pronuncia en voz baja. Casi susurrando. Porque si alzamos demasiado el tono al hablar, no podemos escuchar a dios que no es más que el eco de la conciencia que se escucha al callar. Una voz que, por otra parte, no necesita pronunciar palabra ni hacer esfuerzos para ser oída puesto que aquello que emerge de su boca es el Universo. El rayo que destruye iglesias y hace temblar catedrales.
Callar, en realidad, implica matar al ego. Destrozarlo, introducirlo en un embudo y achicarlo. Dejar de suministrar el veneno a la serpiente gracias al que el flautista la hace contornearse suavemente ante los espectadores. Por eso los vagabundos saben que dios existe y muchos ricos lo dudan. Aborrecen tanto a Cristo y al Buda que siempre llevan una imagen suya en las manos para escupirla. Y la mayoría toman droga para acallar o al menos aminorar los susurros que nublan su mente cotidianamente.
¿Quién sabe? La mayoría de sabios han dejado dicho que sólo podemos aspirar a conocer estas y otras verdades si callamos porque el silencio es un torbellino. Un huracán. El grito de una mujer violada escuchado hasta la eternidad por los culpables. Razón por la que avería quedará en silencio durante al menos los próximos cuatro días. Tal vez alguno más. Pues, al fin al cabo, si la escritura no calla, nunca se transformará en corriente sagrada. No se convertirá en lengua divina transparente capaz de reflejar la voluntad del creador. Y, por tanto, no permitirá que corroboremos que, exactamente, somos tanto el sueño como el soñador. Semen del diablo esparcido por el suelo y orín de muerto limpiando el vientre de la madre tierra. Y que para trascender, debemos crear. Romper el cordón umbilical que nos une a la matrix e ir en busca de la semilla dejada por dios en el hombre. Shalam
إِنَّ الْحَدِيدَ بِالْحَدِيدِ يُفَلُّ
Si una semilla crece hacia el cielo es porque sus raíces se han extendido hacia el centro de la tierra
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