Uno hace planes y la literatura los desbarata. Pensaba terminar este pasado junio El jardinero y por una serie de circunstancias, lo finalicé hace tres semanas. Un hecho que me sorprendió puesto que creía que iba a estar involucrado con su corrección toda esta navidad. Pero debido al amplio trabajo ya realizado y mi persistencia, di por concluida la novela en unos pocos días.
En El jardinero hubo una serie de personajes que conforme trabajaba en el texto, desaparecieron y algunos otros que fueron apareciendo cuando menos lo esperaba a pesar de que yo jamás los había imaginado. Algo que me agrada bastante pues significa que cuando el libro hablaba, en vez de encerrarme en mí mismo, era lo suficientemente abierto para entender lo que deseaba comunicarme.
Pues bien, este proceso está comenzado a suceder con Ruido del arte. Este fin de semana he estado trabajando en el texto y ya me he encontrado varias sorpresas que no esperaba. Como ya comenté en un avería anterior, el libro estaba formado por un intenso monólogo sobre nuestra época realizado por un intelectual en medio de una discoteca. Así se mantuvo desde su primera y única redacción hasta ahora. Pero ha bastado ocuparme unas horas de la novela para que este marco haya cambiado. Absolutamente.
Ahora el protagonista del texto es el escritor de El jardinero. Una persona que odia a los escritores, vive aislado en un pueblo de México trabajando en un libro llamado El escritor imposible. Y cuando, harto de insípidas preguntas sobre su novela, una muchacha se acerca a él para interrogarle sobre cuestiones más profundas sobre el arte y su tiempo, comienza a soltar una perorata inacabable. Un monólogo que, confío, sea el sostén del libro. Aunque quién sabe ya qué ocurrirá. A estas alturas, no sé qué pensar. De momento, lo que haré, será organizarlo, reescribirlo y proseguiré atento a las señales. Y ya en un tiempo, veremos cómo y de qué manera alcanza su forma final que como ya he dicho antes, aunque pueda ahora intuir, no me atrevo a indicar con rotundidad. Pues acaso únicamente tengan la respuesta a este enigma, los dioses, los señores del ruido y los gritos de los músicos y artistas a quienes van dedicadas sus páginas. Shalam
الصبْر مِفْتاح الفرج
Que nadie le diga a alguien lo que tiene que hacer, si ya ha decidido su destino
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