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Prosa sonajero

Oct 23, 2024 | 1 Comentario

Hace unos días vi una entrevista en la que Sánchez Dragó hablaba largo y tendido sobre Paco Umbral. Allí Dragó esclarecía muchos detalles sobre el escritor madrileño. Merece la pena ver esa charla tan bien llevada por Luis A. Achondo.

Dragó era un acaparador. Era el muerto en el funeral y el niño en el bautizo. Había vivido y leído tanto, había tenido tantas experiencias que resultaba difícil que no hablara de sí mismo (directa o indirectamente) en cualquiera de sus intervenciones. Daba la impresión (otra cosa es lo que ocurriera en realidad) que no existía una conversación en la que, antes o después, no aludiera a sí mismo. Una sensación un tanto falsa porque tampoco cesaba de hablar de los libros que amaba y sus entrevistas eran incisivas y profundas. Mucho más que la mayoría de las que aparecen en televisión. Otra cosa es que el personaje cayese más o menos simpático y que su estilo gustara. Dragó no se callaba. Era más difícil hacerlo callar que  encontrar un político capaz de reconocer un error o de dimitir. Tenía verborrea. Pero también enjundia.

Un hombre que había leído tanto tenía por fuerza que distinguir lo esencial de lo accesorio. He de reconocer que a mí me abrumaba. Su energía cultural me tumbaba. Su pasión por los libros no me transmitía curiosidad sino desgana. Sin embargo, echo mucho menos de su figura. Disfruto volviendo a ver programas antiguos en los que, más allá de la vanidad, se trasluce un enorme y muy fundamentado amor por la literatura, por la filosofía, por la vida. A Dragó no le amedrentaban los retos difíciles y era capaz de explicar en lenguaje claro y seco algunos de los experimentos literarios más abstrusos. Básicamente porque no tenía pelos en la lengua. Si no había podido terminar un libro lo decía y se quedaba tan ancho. No era un crítico temible sino más bien un lector tan voraz como sincero. Alguien fiable que, desde luego, hubiera sido un placer tener como amigo, conocer en las distancias cortas. En cualquier caso, Dragó se metía en tantos líos y saraos que, antes o después, acababa desbarrancando. Su afán de protagonismo lo terminaba traicionando. Y por eso, muchos preferían tenerlo lejos. Causaba un rechazo visceral en las nuevas generaciones que no se fijaban tanto en sus palabras como en sus continuas alusiones a sí mismo. Ese orgullo por sus conocimientos culturales y aventuras amorosas que, en determinados momentos, se confundía con la vanidad.

En fin. Hay dos cosas que quedan claras al observar durante unas horas a Dragó. Que amaba la literatura y se gustaba mucho a sí mismo. Tenía una muy buena relación consigo mismo. Probablemente, lo importante a la hora de valorar este aspecto de su personalidad radique en si las habituales referencias a su vida y hazañas eran pertinentes o no

Dicho esto, justo es decir que Dragó era lo más parecido a un culture star que hemos tenido por aquí. Era alguien incontenible. Por un lado, parecía ser un ascético. Aspiraba al misticismo. Aseguraba amar la filosofía hinduista y buscar en el silencio las respuestas a los asuntos trascendentales del ser humano. Dragó envidiaba secretamente a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Vivía en un pueblo encerrado en una suntuosa mansión llena de libros. Pero, por otro lado, tenía la necesidad de torear en todas las plazas. Se sentía cómodo cuando las cámaras lo enfocaban. Cuando era el protagonista de la obra de teatro. Así que lo mismo ejercía de periodista que de tertuliano o de consejero sexual. Su vitalidad era demasiado desbordante como para contentarse con ser un escritor o un entrevistador. En realidad, era un hombre espectáculo. Alguien mucho mejor persona de lo que decían sus detractores pero demasiado obcecado como para bajar los brazos cuando era conveniente.

Dragó siempre salía al quite. Daba la cara. Eso le honraba. Pero también le perjudicaba. Porque a veces la callada es la mejor respuesta a un ataque. Porque a veces no se tiene siempre la razón y, por lo general, se razona mejor con serenidad que en medio de una reyerta. Le honraba, eso sí, desenterrar la pipa de la paz con la misma facilidad que sacaba el hacha de guerra.

En realidad, los enfrentamientos literarios le divertían. No creo que llegara a tomárselos totalmente en serio. Lo que no significa que no les concediera la importancia debida. Los utilizaba como propulsores para conocerse mejor a sí mismo y ganar fama, seguir ganando escalones en el terreno literario. Fundirse con la memoria ancestral de los escritores del Siglo de Oro. Reverdecer los tiempos de Quevedo y Góngora en pleno siglo XX. Algo de eso hubo en sus combates contra Umbral. Un escritor que había convertido su máquina de escribir en una navaja y no vio con buenos ojos que un escritor advenedizo, Sánchez Dragó, saliera aparentemente de la nada y viniera a robarle parte de su fama literaria gracias al tremendo éxito de Gárgoris y Habidis.

Ahora que tanto Dragó como Umbral se encuentran en el más allá, resulta casi cómico, risible, rememorar los enfrentamientos que ambos tuvieron y que, aparentemente, quedaron saldados tras la célebre entrevista en Negro sobre Blanco donde ambos se mostraron cordiales. Adultos dispuestos a profundizar en el arte literario más allá de sus nutridos egos.

En cualquier caso, si algo queda claro en la entrevista de Luis A. Achondo a Dragó es que al escritor soriano nunca le convenció la prosa de Umbral. De hecho, asegura que la única novela de las suyas que pudo terminar fue Los cuadernos de Luis Vives. Dragó incide también en el consabido apodo que Juan Marsé puso a la prosa de Umbral: prosa sonajero. Una prosa poética, llena de hallazgos literarios y de resonancias auditivas que era, en el fondo, una manera de desviar la atención de argumentos inanes e insustanciales. Algo de verdad hay en ello pero algo de resentimiento también.

Los artículos de Umbral y su amor por la poesía contaminaron, esto es consabido, sus novelas. Pero eso no signfica que fueran insustanciales. Basta leer su Trilogía de Madrid para tomar conciencia de la tremenda actualidad de una prosa incisiva como pocas, capaz de destripar y poner del revés la lengua española.

Tampoco estoy de acuerdo en lo que indica Dragó sobre Mortal y Rosa. Asegura que este lírico lamento está sobrevalorado por fuerza de su capacidad emocional. A Dragó se le percibe respetuoso, justo y contenido pero, en todo momento, deja traslucir que el personaje no le caía demasiado simpático. Algo lógico, por otra parte, porque Umbral imponía, retaba, destrozaba a sus rivales y amigos. No hay más que recordar el navajazo que le dedicó a casi todos los escritores con los que fue comparado.

Si bien no concuerdo con los juicios estéticos de Dragó (lo que no siginfica que no esté acertado y que tal vez el tiempo le acabe dando la razón), he disfrutado muchísimo con las anécdotas personales sobre Umbral. Dragó asegura que las famosas bufandas de Umbral no cumplían una función estética ideal para la creación de su imagen de dandy castizo sino que eran fruto de la hiperdrosis que sufría. Umbral sudaba muchísimo y para guardar su imagen pública se guarecía con bufandas, pañuelos y abrigos de cuello alto que fueron, a su vez, marca de estilo.

Por otro lado, resulta realmente fascinante saber las intrigas que hubo tras la concesión del premio Cervantes a Umbral. Al parecer, Cela se puso chulo, sacó al pitbull, marcó territorio y logró que el jurado finalmente se inclinara por Umbral en perjuicio de Carlos Bousoño. Algo que, tal y como recuerda Dragó, Umbral se lo pagó a Cela dedicándole un exabrupto en forma de libro tras su muerte. Un puñetazo en el vientre del único escritor que sentía que estaba por encima suyo, al que siempre envidió por aquel Nobel que convirtió a Cela en un tremendista espectáculo de feria. Una marca.

En fin. Dentro de todo, Dragó intenta ser objetivo y eso hay que agradecérselo. Resulta obvio que, a día de hoy, medio mundo ha olvidado a Umbral. Al menos al Umbral escritor (que no al personaje). Un pecado tan grande como olvidar a Cela. Entre los que no lo han hecho hay actualmente (yo formo parte de ella) una tendencia a mitificarlo. Para mí hay algo en Umbral parecido a Bernhard. Ambos son dos demonios y los amo. No salgo de mi asombro cuando contacto con la crudeza de su prosa. No obstante, hay asimismo, a día de hoy, otra tendencia a humanizar a Umbral. Disculpar sus salidas de tono por ser hijo de una madre soltera y la temprana muerte de su hijo Pincho. Hay, sí, una tendencia que intenta mimar a Umbral. Quitarle peligro a su prosa y personaje. Hacerlo menos arisco. Más humano.

Creo que lo mejor de Dragó es que ni perdona o salva ni mitifica a Umbral. Le da un aire real. Gracias a él, me queda más claro quién fue Francisco Alejandro Pérez Martínez. El nombre verdadero de aquel descreído y amoral chulapo de las letras españolas.

A decir verdad, no sé si alguien que no fuera Dragó hubiera conseguido este logro. Algo que habla muy, muy bien de alguien que fue vituperado a su muerte (y durante su vida) como si fuera el peor de los hombres y asesinos. Un hecho, por otra parte, normal en la historia de España. Tristemente normal. Esa tradición (como la envidia) sí que perdura y nadie nos la roba. Shalam

الوقوع في الحب لا يعني المحبة. يمكن للمرء أن يقع في الحب دون أن يتوقف عن الكراهية

Enamorarse no significa amar. Uno puede enamorarse sin dejar de odiar

1 Comentario

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen….de espaldas la evolucion ….de frente la idea fija.. ..wilfredo prieto-cuba-1976 (2 vasos de agua medio llenos)…..
    2imagen…todo me interesa (critico)…..
    3imagen….de lo oriental…. aqui esta el mandalismo (pintura)….
    4imagen…..academicismo…(quedaremos bien con todos)…uno de ellos con la oreja muy larga……
    5imagen….lo libresco….
    6imagen….soy un gran entertainer….
    7imagen….un puton… mas claro que el agua, jajajjj
    8imagen…me encanto mi pacto japones….continuare con mi espiritu hasta que me muera…..
    PD…https://www.youtube.com/watch?v=k5dkwQY-_tk….la bamba(los lobos)…yo no creo en fronteras….

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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