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Planeta salvaje

Sep 26, 2013 | 0 Comentarios

Hace unos días contemplé Planeta salvaje (1973). Un film que posee un aura que lo hace especial y se encuentra lleno de magia probablemente debido a la armonía con la que Roland Topor (el dibujante), René Laloux (el director) y Alain Goraguer (el compositor de la banda sonora) aunaron sus esfuerzos para adaptar de la forma más poética y bella posible la novela de Stefan Wuls, Oms en serie, protagonizada por los Draags (unos gigantes de piel azul tecnológica y espiritualmente muy avanzados) y los Oms (seres humanos esclavizados y amaestrados por los Draags).

Planeta salvaje es una película magnética y equilibrada. Algo comprensible teniendo en cuenta que los tres artistas habían ya colaborado anteriormente en dos cortos animados también muy recomendables como Les Temps morts (1964) y Les Escargots (1965). No era la primera vez, por tanto, que se unían para trabajar. Y dispusieron del tiempo suficiente para preparar con tranquilidad una obra que pudiera inmortalizarlos y dejara un recuerdo de su fecundo encuentro artístico para siempre. Los tres eran conscientes, por tanto, de encontrarse ante un proyecto especial. Y, desde luego, actuaron en consecuencia.

La banda sonora compuesta por Goraguer por ejemplo es tan evocadora como efectiva. Su recurrente tema principal combina una melodía tenue y bella con cierto tono marcial que, a través de sus frecuentes repeticiones, nos introduce de lleno en la cruenta historia. Contribuyendo a que observemos con total normalidad lo que allí sucede (el control, muerte y constante sacrificio de salvajes, casi primitivos seres humanos por los Draags) sin por ello perder el hálito poético que subyace detrás de una historia terrible que nos es contada con delicadeza. Equilibrando la extrañeza y onirismo de las imágenes mostradas con la naturalidad con la que actúan sus personajes. Mismamente, los tonos progresivos y dejes psicodélicos de la banda sonora contribuyen a que el espectador se deje llevar por las imágenes presentadas. Las disfrute como quien tiene la oportunidad de realizar un viaje de amplias dimensiones y resonancias. Y sus tonos melancólicos contribuyen a que nos adentremos en las tristes aristas de una película donde muchas de las creencias del ser humano son cuestionadas y a que nos vayamos familiarizando con el planeta en que se desarrollan los acontecimientos. Consiguiendo que a escasos minutos de la proyección, creamos haber estado allí mucho antes, en otras vidas, o en otros tiempos.

Por otro lado, Topor realiza un trabajo excepcional. Respetando la descripción de los Drags realizada por Wuls y siendo fiel a la enigmática visión del planeta Yqam que podemos extraer de la novela, consiguió realizar unos diseños gráficos exquisitos y sumamente creativos donde dejó su impronta personal muy marcada. Al carácter lunático y neutro que necesitaba para adaptarse a las pautas del relato de ciencia ficción, le agregó lógicamente ciertos componentes surreales (entre Chirico y Dalí) que terminaron por dotar a lo representado de un aire histórico y totalitario. Absolutamente mágico. Llevando a cabo constantes y sutiles referencias a los lienzos del Bosco, a las narraciones de Lewis Carroll o a los retablos de maravillas propios del teatro negro de Praga que encajaban perfectamente con la historia descrita. La cual fue filmada por René Laloux con reposo y suavidad. Permitiéndonos que extrajéramos nuestras propias conclusiones como el humanista que fue. Un hombre que practicaba el género de la ciencia ficción buscando metáforas y parábolas que iluminaran la condición humana. Y encontró un medio ideal para representarlas en esta historia deudora de Rosseau y emparentada, casi hermanada, con las viejas y maravillosas aventuras de Gulliver descritas en su célebre libro por Johathan Swift.

Se siente, se percibe el espíritu de la época por estos fotogramas. El miedo a un apocalipsis nuclear y el deseo y la necesidad de que la convivencia entre los seres humanos fuera factible y la guerra fría concluyera. Y también se dejan sentir por sus fotogramas tanto la apertura mental y sexual de la década de los años 60 del pasado siglo, los experimentos pedagógicos tan en boga entonces o la semilla que estaban empezando a sembrar las filosofías orientales en Occidente. Afortunadamente, todo este maremagnum de ideas encaja perfectamente (aunque hay partes del final que no me parecen del todo conseguidas) pues se encuentran a disposición de la historia y no al revés. Consiguiendo convivir en grácil armonía en una película que tiene el mérito de describir los mayores horrores prácticamente con un elegante tono naïf y sin revolcarse en lo escabroso. Como demuestran ciertas escenas -aquellas en las que el humano redentor es usado como mascota por un Draag niño o esas otras en que los hombres son tratados y exterminados como si no fueran más que insectos- verdaderamente impactantes que consiguen el objetivo que se habían propuesto sus creadores: enseñar deleitando. Mostrar el más absoluto horror con dulzura y sencillez y casi como algo inevitable.

Desde luego, es un auténtico placer contemplar Planeta salvaje. Una película que el tiempo tal vez ponga en el lugar adecuado. Porque tras ella subyacen tanto respeto al cine como arte como fascinación por narrar y crear. Algo que le confiere dignidad y le ofrece su estatuto de clásico disfrutable más allá de épocas y modas. De hecho, podría formar parte tanto de una sesión de cine surrealista, ciencia-ficción o animado porque tiene la virtud de ser permeable y adaptarse a toda clase de gustos y paladares sin perder por ello su carácter de obra de culto. Su poso arquetípico capaz de remover ciertos resortes e instintos inconscientes en cada uno de nosotros tal y como le ocurrió  al mismísimo David Bowie. Quien le dedicó uno de los temas, Fantastic voyage, más sugerentes de Lodger. Un disco al igual que esta película, atrevido, sugerente y fascinante que me hace soñar cada vez que lo escucho con realizar decenas de viajes a través de Oriente sobre una alfombra mágica y es capaz de lograr que aparezcan ante mí como alucinadas metáforas de un mundo maravilloso, los ojos inquietos de ciertos vendedores de ungüentos y los labios de los magos en los instantes previos a su desaparición delante del público. Shalam

الصبْر مِفْتاح الفرج

Cuando el carro se haya roto, muchos os dirán por dónde no se debía pasar

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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