Uno de los mayores agujeros negros de mi existencia tiene que ver con una traumática pérdida sufrida al final de mi infancia que, durante varios años, me irritó y desconsoló: la de mi colección de cómics. ¿Qué ocurrió? Pues que mi madre la arrojó a la basura debido al espacio que ocupaba puesto que creía que me había hecho mayor y ya no debía interesarme leerla. Es cierto que cuando este hecho se produjo, yo había perdido momentáneamente el interés por Spiderman, Thor, Dreadstar y demás colecciones en detrimento del rock, pero este hecho no dejaba ser circunstancial. Una etapa más en mi proceso de definición personal. Por lo que, cuando tras unos meses sumergido en los discos de Kiss, Mötley Crüe y The RollingStones, me dirigí a buscar aquellos entrañables cómics al garaje donde los guardaba y comprobé que ninguno de ellos se encontraba allí, no es difícil adivinar lo mal que sentí. Cientos de huecos vacíos entre las paredes de varios cajones fueron lo único que encontré. Y durante varios días, pensé en no volver más a mi casa e irme a vivir junto a los vagabundos y pobres a las calles de la ciudad en que vivía, que se me antojaba ahora de blanco y negro. Una especie de cárcel donde ya no podría soñar nunca más junto a Los cuatro fantásticos, El guerrero del antifaz o El capitán trueno. Esos personajes que pensaba que se habían ido de mi vida para siempre, teniendo en cuenta que si deseaba volver a gozar de sus aventuras, tendría que gastar cantidades de dinero bastante grandes, muy difíciles de asumir para un niño entrando en la adolescencia.
Obviamente, esto provocó que acentuase mis rasgos de rebeldía y profundizara aun más en mi amor por el rock que, por entonces, pasó a convertirse en mi afición favorita. Tras ser despojado de una parte de mi identidad, después de ser obligado a despedirme forzosamente de algunos de mis mejores amigos, (El jabato, Spiderman, Hulk, Superlópez), no encontré mayor apoyo que las voces de Steven Tyler (el cantante de Aerosmith), las composiciones de los hermanos Castro (Barón Rojo) o las páginas de una revista que me acompañó durante el difícil paso de la infancia a la adolescencia y de ésta a la juventud y todavía, hoy en día, continúo comprando: Popular 1. Una mezcla extraña, alucinógena, sugerente entre un fanzine de serie B y un libelo compuesto por apasionados fans del rock, abierto a los más diversos intereses, -cine, pornografía o asesinos distópicos entre otros muchos- cuyas páginas marcaron mi personalidad. Sirviéndome como escudo, arma y abrigo conforme iba teniendo problemas con los curas y profesores que integraban el cuerpo docente del colegio en el que estudiaba: los Maristas.
Pienso ahora, precisamente, que acaso la facilidad con la que buceo en los distintos estilos musicales y diversas referencias artísticas, tenga algo que ver con la fuerza con que me sumergí en el rock tras la terrible frustración vivida con los cómics. Por aquel entonces, desde luego, me encontraba necesitado de referentes para no caer en la tristeza, la nostalgia o la melancolía. Sentimientos que muy fácilmente podían asfixiarme tras haber sufrido varias muertes familiares y que mi hermana se marchara de casa durante largos años. De hecho, durante mucho tiempo, pensé que la vida no merecía la pena ser vivida y tan sólo sonreía muy de vez en cuando. Y cuando lo hacía, no me cabía duda que era debido a los artistas. Un gran número de transgresores músicos cuya existencia mostraba sin ambages la mentira en la que la mayoría de los seres humanos vivíamos. Razón por la que me fui adentrando cada vez más en mi gozosa jauría de discos, gritando con energía, al compás que lo hacían los cantantes de AC/DC, Deep Purple o Ratt.
Ok. La vida no me lo iba a poner fácil pero esto no significaba que yo me fuera a rendir o no pudiera vengarme a mi manera. No tardé mucho, por ejemplo, en destrozar algunos de los juguetes de mi infancia que mi madre, por algún tipo de prejuicio o creencia atávica, había conservado en el garaje, al contrario que mis cómics. Sí. Me refiero al barco pirata o al castillo de los clicks de famobil. Una tarde, mientras escuchaba un estruendoso disco de Ozzy Osbourne, encendí unas cerillas y quemé aquellos muñecos sin arrepentimiento alguno. Incluso con cierto orgullo. Pues, de algún modo, con ese pequeño incendio, estaba intentando incinerar simbólicamente el peso de una tradición familiar que no me permitía ni ser feliz ni vivir libremente, y manifestaba mi intención de imponerme a las dificultosas circunstancias que me rodeaban. No siendo extraño, por tanto, que varios días después, comenzase a leer Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn y quedara fascinado por ambos libros como, tan sólo un poco más tarde, por el James Dean desencantado de Rebeldes sin causa o algunos de los inconformistas films protagonizados por Marlon Brando, los riffs de la guitarra de Keith Richards, etc…
Pienso, en cualquier caso, que si los agujeros negros existen, es probablemente por alguna razón positiva. Algo que pude comprobar, hace unos meses, mientras buceaba en internet (ese otro agujero negro igual a nuestro inconsciente donde se pierde y recupera, se acerca y se aleja todo), y aunque no era este realmente mi objetivo, encontré una serie de páginas web donde se hallaban la mayoría de aquellos viejos cómics perdidos, editados en España por Vertice, Bruguera o Forum. No es difícil imaginar cómo me siento cada vez que dedico una hora diaria desde entonces, a revisar muchos de aquellos tesoros llenos de viñetas que creí que nunca más iba conseguir leer: emocionado, en otra dimensión, casi como un mutante que acabara de descubrir sus poderes ocultos. En muchas ocasiones, de hecho, imagino que me encuentro con un sinfín de muchachas perfumadas que se me arrojan al cuello y me dan a probar las bebidas y los manjares más suculentos. Pues ocurre que al gozo de volver a leer aquellas historias con las que crecí, debo unir el de poder satisfacer mi curiosidad y descubrir cómo continuaban muchas de las sagas cuya conclusión no llegué a conocer. Algo que, al igual que algunos otros sucesos que han acaecido en mi vida en los últimos años, me confirma que no existe la muerte, todo agujero negro se encuentra repleto de luz y que, antes o después, si somos pacientes y persistimos en nuestro camino, podremos alcanzar, experimentar la felicidad en su mayor grado. Pues nada se pierde absolutamente ni sucede porque sí, y tras cada dificultad superada, existe un cielo abierto para el creyente, el hombre de fe. Aquel que no por casualidad, todas las religiones y filosofías, ponen como ejemplo a seguir y a quien supongo, se referiría Jeladuddin Rumi en uno de sus más famosos poemas, cuando señalaba que «los grandes pájaros dibujan grandes círculos en el cielo con su libertad». Shalam
وعاد بِخُفّيْ حُنيْن
La vida es corta como la escalera de un gallinero y encima repleta de mierda
0 comentarios