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Perros

Jun 18, 2019 | 0 Comentarios

 Para Toto

En la mayoría de textos literarios en los que los perros aparecen como protagonistas, los autores o bien los hacen hablar o bien permiten que escuchemos sus pensamientos. Un recurso comprensible porque la literatura se compone de palabras y sin ellas, sería imposible concebir su intervención en cualquier obra. No obstante, la escritura es una actividad humana y aunque ha sabido captar perfectamente los meandros más extraños y ocultos de distintas personalidades, seguirá -pienso- siendo incapaz de captar la nobleza de estos animales. Por lo que los textos más agudos sobre perros han sido ante todo declaraciones de amor. Descripciones de la vida en común con ellos como es el caso del famoso de J.R. Ackerley y no tanto excursiones imposibles por su psique como las realizadas por Paul Auster o Bulgákov.

Hablar de perros desgraciadamente es considerado infantil actualmente. Una moda provocada por las crisis económicas y la radical incertidumbre contemporánea. Algo que lógicamente dice más del cinismo de nuestra época que de los perros. Porque, en realidad, poco, muy poco más se puede añadir a la manida frase que reza que son los mejores amigos del hombre. Uno de los dichos más exactos que hay. Tanto es así que se me ocurre que para hacerles verdadera justicia sería necesario realizar un documental en los que pudieran observarse con precisión las decenas de gestos cariñosos que realizan cuando más los necesitamos.

El desprendimiento no es asunto de humanos sino de perros. En cualquier persona siempre existe el deseo de que retorne con bendiciones lo dado. Pero las caricias, lametones y achuchones de los perros no esperan necesariamente correspondencia. Ellos se complacen al darse. Y por ello se han convertido en los mejores psicólogos de la era del vacío del mismo modo que antes fueron los sanadores de mendigos y labriegos que volvían destrozados a sus hogares. Introducir un perro en nuestra vida ha pasado de ser una opción muy recomendable a una necesidad. Casi una píldora contra el suicidio. La última frontera contra la aniquilación y -aunque suene paradójico- la deshumanización. Un toque de cordura y una limitación contra el poder de las redes. Una vuelta al mundo natural.

Los perros son tan nobles que convierten a cualquier escritor en Coelho al hablar de ellos. Podrían transformar por ejemplo a Thomas Bernhard en Lobsang Rampa y a Jean Paul Sartre en un cursi. Por eso las mayorías de películas que hay sobre ellos nos los muestran ladrando y en actitud un tanto agresiva. Porque son tan cariñosos que en su estado natural siempre parecen sobreactuar.

La miseria del mundo moderno nos ha acostumbrado a la soledad y al egoísmo y cualquier descripción del comportamiento de un can con su amo nos resultaría un cuento de Navidad. Una acaramelada novela romántica. Un insulso chiste lleno de azúcar. Básicamente, porque su amor es incondicional. Da realce y sentido a la palabra lealtad. Tanto que no resulta en absoluto inverosímil concebir una película de dibujos animados japonesa en la que un perro se reencuentra con su familia tras recorrer cientos de kilómetros y superar duros avatares. De hecho, probablemente ya se encuentre rodada y haya logrado sacar las lágrimas de gran parte de las personas que la hayan contemplado sin importar sus edades. Porque el amor, la mirada de un perro es tan fuerte que acaba con múltiples resistencias. Con decenas de costras y cicatrices que se han ido sedimentando en la piel y el corazón transformándonos en los autómatas sin piedad que necesitamos ser para sobrevivir en la jungla contemporánea. En medio de esa marea de cifras, documentos, leyes desoladoras, promesas rotas y palabreo constante que convierten a estos animales en masas de carne cuya pureza hace rememorar los destellos paradisíacos. Tal vez también la infancia. Esa época en la que lo que estaba prohibido era dudar y era obligatorio confiar para crecer. Haciendo prácticamente indispensable que para dirigirnos a ellos tengamos que utilizar un lenguaje poético. Una mezcla de versos y metáforas aplicables con bastante probabilidad únicamente a los niños.

No sé si hay un cielo para los animales y otro para los humanos. Y también desconozco si existe la reencarnación pero sí tengo claro que los perros son una constatación, casi una promesa de su existencia. De hecho, son en cierto sentido ángeles. Enviados divinos. A veces incluso grandes interlocutores. Y por supuesto, amables compañeros de viaje. Y por eso se dice que no hay perro malo sino humano malo. Porque son un reflejo veraz del alma de quien los posee y sus mordiscos y arañazos son más una manifestación de los deseos profundos de sus amos que un comportamiento natural en ellos.

En cualquier caso, hoy en día la salud mental de un gran tanto por cierto de la población se sostiene gracias a sus miradas. A la firmeza con que se arrojan a los brazos de quienes los acogen. Es obvio que el arte salva vidas. Pero también lo es para quienes conviven con un perro que estos animales ayudan a evitar la consulta del psiquiatra. Por eso cuando alguien acoge o salva a un perro se salva a sí mismo. Se regala unos cuantos años de vida. Y por eso quien los trata mal se condena. Porque sus ladridos y miradas de aceptación y cariño son la constatación de que la felicidad añorada y perdida existe y la bondad puede ser tan asombrosa, amplia y compleja como la maldad, en este caso concreto gracias a la sencillez. A la salvaje nobleza que el cariño feroz y absoluto de estos fieles animales que muchos consideran sus hijos, impone y segrega sobre la tierra. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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