Dejo a continuación unas breves impresiones sobre algunas películas que he contemplado durante las últimas semanas. Lo haré, eso sí, en dos averías diferentes para no abrumar.
De momento, aquí están mis opiniones (sin mayor importancia) sobre las primeras: Triangle, Thrick´r threat, Wild Boys, Clímax y Under the silver lake.
Triangle: interesante experimento de Christopher Smith que combina de manera equilibrada los reflujos temporales de Lost y Los cronocrímenes con las leyendas sobre barcos fantasmas y espíritus extraviados. Artefacto muy divertido, a pesar de ciertos manierismos e irregularidades, cuyo ritmo nunca decae que se contempla con verdadero interés.
Triangle es una de esas obras inclasificables que no se sabe bien dónde ubicar que conducen el cine de terror slasher a otra dimensión mezclándolo con el de acción, el de castástrofes e incluso el fantástico gracias a un buen guión que afortunadamente no se estira demasiado y se detiene en el momento adecuado para concitar el desasosiego justo. Un apasionado homenaje encubierto a El resplandor y a algunos de los modernos capítulos de La dimensión desconocida que entretiene y, debido a que no busca ni transcender ni epatar, casi que por momentos fascina.
Thrick´r threat: un filme sugerente, perverso y atrevido. Nocturno y diabólico Una muestra ideal de cine de terror moderno lleno de breves episodios que invocan secuencias cinematográficas del cine de los 80 y 70.
Michael Dougherty siempre va un paso más allá de lo esperado. Sus referencias son variadas y abarcan desde el slasher hasta el cine de aventuras a lo Goonies pero logra por momentos superarlas convirtiendo su película en una ópera demencial. Un paseo inquietante por un pequeño pueblo de Ohio que combina de manera equilibrada y desbordante secuencias que podrían haber aparecido perfectamente en Creepshow con el cine de vampiros o el de fantasmas en medio de una atmósfera irreal y sugerente. Circunstancias que convierten a esta película en la ideal para contemplar durante una noche de Halloween. Un indudable must. Puesto que cada uno de sus minutos recoge tanto la esencia subversiva como la magia espectral de una violenta festividad donde todo debería ser posible: desde dialogar con muertos hasta ser perseguidos por hombres lobo.
Wild boys: tal vez lo más decepcionante del primer largometraje de Bertrand Mandico, Wild boys, es su ginocentrista y doctrinario final pero el resto del filme es realmente muy interesante. Su película mezcla el ambiente marítimo y tabernario de las grandes novelas de Herman Melville con las distopías alucinógenas de William Burroughs y los cuelgues metafísicos de Philik k. Dick o J.G.Ballard. Es una auténtica marcianada bohemia que seduce por su ausencia de complejos. Porque lleva al límite su propuesta. Además, aunque es tremendamente moderna, permite rememorar L’Atalante de Jean Vigo y posee un sabor a clásico juvenil del siglo XIX en su interior.
No me extraña ciertamente que los críticos de Cahiers du cinema eligieran a Wild Boys la mejor película del año pasado pues está completamente pasada de vueltas. Es un cuelgue ácido y marítimo lleno de violencia que estoy seguro de que probablemente habrá gustado a Léos Carax y provocado sueños húmedos en los cinéfilos que aman el riesgo y la locura. Alucinantes por cierto tanto la fotografía como la banda sonora de Pierre Desprats.
Clímax: lo peor del último filme de Gaspar Noé radica en que se intuye cómo va a terminar desde el principio y en que su denuncia de la superficialidad de nuestra época se encuentra teñida, a su vez, de frivolidad. Y por eso mismo creo que este relato abstracto del mundo contemporáneo centrado en la esquizofrenia y locura que provoca el LSD en un grupo de bailarines habría funcionado mucho mejor como ballet contemporáneo que como obra de culto y filme de autor.
Clímax es un chicle. Es más un vaso de Sprite que un artículo de Gilles Lipovetsky. Nos cuenta lo que ya sabemos: que la juventud occidental de los 90 o principios del siglo XXI (lo mismo da) se encuentra perdida, es egocéntrica, vive de la moda y el éxtasis y es incapaz de reflexionar. Lo que importa por tanto es cómo el director argentino nos cuenta lo ya consabido. Y en este sentido, desde luego que merece la pena ver su radiografía del vacío moderno. Disfrutando del placer estético y sintiendo la desorientación sin hacerse ninguna pregunta. Pero no es eso precisamente lo que buscaba cuando comencé a ver el filme.
Sinceramente, me gustó mucho más Enter the void que Climax. Sugería lo mismo pero con mayor profundidad y alcance. Aunque, eso sí, tal vez aquella excursión posmoderna y espiritual era menos divertida. No lograba que los pies se movieran tanto como logra hacerlo esta última pastilla de ácido llena de burbujas y «groove» gracias a su banda sonora ochentera y el trabajo de los sobresalientes bailarines.
Under the silver lake: soy de los que detestan la película de David Robert Mitchell. Una de las más insoportables hipsteriadas que he visto jamás. Una mala digestión de la literatura de Thomas Pynchon, David Foster Wallace y la conspiranoia que no va hacia ningún lado y se pierde en sí misma. Supongo que habrá quien considere este filme como una maravillosa película rizomática o una irónica a la par que cínica visión de nuestro mundo contemporáneo pero, desde luego, no seré yo. No bostezaba tanto de hecho desde que contemplé Abre los ojos o La amenaza fantasma.
Under the silver lake es una obra tan errática, confusa y dispersa que hace bueno un malogrado experimento como Vicio propio y convierte el anterior filme de su director, It follows, en casi una obra maestra. Porque al menos allí sí había una consistencia y la flecha caía cerca de donde se había puesto el ojo. Al contrario, sólo puedo imaginarme disfrutando de Under the silver lake en medio de un bosque, puesto de ácido de arriba abajo y escuchando varios discos a la vez de Animal Collective o Flaming Lips. Shalam
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