Con cinco meses de retraso, me entero de la muerte de David Berman. Un músico al que apreciaba. No diré que era fan pero sí que cada cierto cierto tiempo sonaban sus discos en mi casa. Sobre todo, American water. Una obra mayor que nunca superó hasta Purple mountains. Su rotundo testamento. Una fuente musical parecida a uno de esos vinos secos que cuanto más retenemos en el paladar mayor sabor poseen.
David Berman era uno de esos escasos músicos capaz de hacernos sentir en casa con tan sólo entonar unos versos. Su voz era profunda y envolvente. Amable y árida. Penetrante y eficaz. Una mezcla entre la de un cowboy y la de un predicador. Su amor a la música era indiscutible. Cuidaba cada uno de los detalles de las canciones que entregaba sin sobrecargarlas. Por eso todas ella fluyen libres. Son el reflejo del alma de un hombre huraño y melancólico que no gozaba de una gran aceptación en el público. Todos éramos conscientes de su talento pero no esperábamos ansiosos sus discos que, al fin y al cabo, eran frutas maduras. Aparecían tras un lento trabajo de reflexión. Eran obras consistentes y atemporales que sabían a montaña americana. A prado. A río. A novela mayor. A cueva. Eran pura poesía de cuatrero; de bar de borrachos y pueblo perdido en medio de ninguna parte.
Berman tuvo la mala suerte de encontrarse en tierra de nadie. Aparentemente, su público era el indie. Pero, en realidad, tenía que haber sido mucho más amplio: el rockero en general. Porque combinaba de manera intensa y personal el folk y el country. De hecho, su obra tiene un inmenso aroma crepuscular. Es un caballo negro que apunta al anochecer con sabor a western que podría ejercer de perfecta banda sonora tanto en Deadwood o en el Sin Perdón de Eatswood como en los clásicos filmes de Budd Boetticher o John Ford. Aunque por supuesto también es ideal para escuchar en el coche, mientras atardece o se lee a Henry Thoreau en una cabaña o de camino al desierto.
Las causas de su fallecimiento no se han revelado pero se especula con el suicidio. Berman era un hombre introspectivo con un mundo interior enorme que solía refugiarse en la droga para esquivar el dolor. Sabía que no podía esperar demasiado de la humanidad y muy probablemente decidió marcharse como había vivido: catárticamente. Shalam
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