AVERÍA DE POLLOS: Inicio E Literatura E Madrid

Madrid

Ago 24, 2024 | 2 Comentarios

De tanto en tanto, a mi ritmo, estos días voy leyendo la Trilogía de Madrid de Umbral, como quien viaja en un descapotable por un terreno montañoso y no sabe dónde irá. Una comparacion que no sé si es muy adecuada pero entiendo que puede servir para describir el continuo vaivén al que somete al lector la prosa de Umbral. Una prosa parecida a un puñal que no mece en ningún momento al lector. Más bien lo sobresalta, lo reta, lo ataca como si Umbral fuera un navajero, un chulo, un chulapo, un carnicero que sacara el arma y nos desafiara a un duelo por desconocidos motivos. Alguien que encontrarámos en la calle y nos asaltara sin una razón aparante.

Esa es la impresión que tuve nada más abrir el libro y encontrarme con esa prosa florida, llena de retruécanos, ingenio, mala uva, zorrerías y desbordante talento que, por momentos, parece que se inventa la lengua española. La hace removerse de sus entrañas y la obliga a ponerse el traje de luces o bien para recibir  piropos y salir enaltecida o bien para recibir desgracias y salir escaldada. Umbral convierte a la literatura en un ruedo. A la lengua en un instrumento sexual con el que hace lo que quiere (o lo que le dejan). Las palabras no salen indemnes de su contacto con Umbral. Alguien que parece jugarse la vida en cada frase. Chulea y al mismo tiempo acaricia al lector, al lenguaje. Como quien da un beso en los morros porque sí a un desconocido y lo deja sentado preguntándose qué ha pasado.

Bastan como muestra estos dos fragmentos extraídos al azar, un poco a lo Umbral:

«Dandismo es sublimación: del colegio, del uniforme, del edipismo, de lo que sea. (…) El caballero de la mano en el pecho, del Greco, no es todavía un dandy, porque el retrato es un retrato de clase, más que de individuo. (…) Dandismo es un brazo de menos y saber llevar ese brazo que no se lleva».

«El simultaneísmo de Madrid está en que los reyes godos se encuentran todos en la plaza de Oriente, de pie, poniendo posturas como de la baraja. (…) El simultaneísmo de Madrid es que los heterodoxos de don Marcelino están todos en el cementerio civil  haciendo corro en cipresal de parados. Madrid es que los cojos de muleta tengan mucha familia. (…) Madrid eran los muchos niños que le sobran a Madrid».

Hace unos meses realicé una avería sobre el escritor y no deseo repetirme. Pero es que bastan dos páginas, tres páginas, una frase, unas cuantas palabras, para que Umbral nos ataque a degüello. Umbral no deja títere con cabeza. Su Trilogía es un momumento lingüístico. De eso no cabe duda. Pero es también una rebanada sin parangón a la historia de la literatura española. Umbral realiza entrevistas a autores que están muertos, se inventa diálogos, cose oraciones maltrechas y las devuelve convetidas en amenazadoras sentencias. Transforma aforismos en frases con doble o triple sentido que dicen más sobre la vida, (y sobre su vida), que un ensayo.

Umbral realiza en su Trilogia algo muy difícil: enjuicia a algunos de los más respetados escritores de nuestra tradición, los sienta en un café a leerles la lección, los tutea irrespetuosamente, como si fueran sus compadres, y nos los devuelve vivos. De repente, Inclán, Baroja, Galdós precisamente por ser atacados sin piedad, por ser expuestos, por haber caído en la trampa, se convierten en autores vivos, a los que podemos escuchar respirar. A los que necesitamos leer como quien necesita una aspirina, un vaso de agua para continuar. Para ver qué tal.

Umbral sabía a veces más de los miedos y dudas de los escritores que leía que ellos mismos. También sabía cómo se los gastaban los socialdemócratas, y los comunistas, y los fascistas. Para todos ellos hay tortas a degüello a través de metáforas dignas de Quevedo que nos devuelven a Madrid convertida en la ciudad barroca que nunca dejó de ser. Un esperpento valleinclanesco y franquista que Umbral se siente cómodo, muy cómodo describiendo, porque probablemente no se siente tan cómodo sobreviviendo en sus calles entre las que se agolpan los nombres de Mihura, Buñuel, Primo de Rivera o Edgar Neville. Todo el que ha sido alguien en Madrid o Madrid ha convertido en alguien.

En la Trilogía hay dos violencias. La de Umbral y la de Madrid. De esas dos violencias surge otro parto también violento: esa violenta Trilogía que deja claro que la vida no es violenta porque haya armas sino porque es vida.

Las críticas de Umbral a la sociedad de su época no es que sean concisas. Es que son morbosas. Y porque son morbosas, son exactas. Porque son valleinclanescas. Están hechas con tijeras y esperma. Hay que ser muy hombre para decir lo que dice Umbral de muchos contemporáneos vivos y tener mucho leído (y leído con atrevimiento) para realizar esas críticas. Y también, esas semblanzas. Umbral mira a un fontanero y a la portera de su pensión y lo mismo te los sitúa en la España de los Austria que en la de los Borbones. Umbral, si se pone, te los entronca con Velazquez sin necesidad de recurrir al Lazarillo o a La Celestina. Porque Umbral sabe de la importancia de los cronistas, de los escritores de medio pelo para la mitología de una ciudad. Entender su pulso diario y el del pasado. Que no sólo está en los artistas esos que Umbral baja al suelo para pelear con ellos sino también en el cronista que tuvo un día su oficina llena de dedicatorias, que la posteridad ha dejado vacía.

En su Trilogía de Madrid, Umbral nos cuenta sus andanzas con una minusvalida muy flaca, excesivamente flaca, (más flaca que Carpanta), sus amoríos con chicas de buen ver en una pensión plagada de homosexuales donde el raro es él por gustar de las mujeres y leer. Umbral es como un gato. Cuando crees que lo tienes controlado, que se ha calmado, te descoloca con un adjetivo o un exabrupto. Te cuenta, por ejemplo, que no había Dios que le recibiera un artículo. Que no había cojones a colocar uno. Tal vez porque lo que sobraba era talento y prosa en Madrid. Genios por las esquinas.

Umbral fue incomprendido (a la par que admirado por salir en la tele, por ocupar columna diaria durante demasiados años) en la sociedad española porque tenía que serlo. Había nacido para decir verdades en un lenguaje que mezclaba el cubismo, Larra, Quevedo y el desfase del periodismo de varietés. Era un simbolista castizo. Un descreído. Era soberbio porque era tímido. Un escritor erótico. Tenía una relación erótica con la literatura y con Madrid. En parte, Umbral sabía que todo polvo no echado acaba en un libro, en historia, o no es ni polvo. Se rumia en la tristeza.  Deprime. Su Trilogía no es el último libro suyo que leeré. Para mí, Umbral es ya, como Thomas Bernhard, parte de mi familia. Shalam

الموهبة، إلى حد كبير،هي مسألة إصرار

El talento, en buena medida, es una cuestión de insistencia

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen…el gatopardo…alain delon(+) o mejor burt lancaster 2imagen…por qué tengo que ser yo el narrador de «e la nave va»….. 3imagen … juana de arco en su buhardilla ….. 4imagen.robert mapplethorpe. 5imagen… grandísimos jóvenes por fin ya tengo una calle. PD..https://youtu.be/hJXqPBmE-cg?si=bhHZ17azeptSVH3A…. galop…nino rota…

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Soy el Velázquez de la escritura. Me paso a Goya por los meandros de la literatura. 2) Soy demasiado carnal. Incluso cuando soy tierno huelo a sexo. 3) A ver qué coño pasa con la vida. Uno escribe para ver si le invitan a algo y ver qué pasa cuando le invitan. 4) Hombre abducido. Una peli perdida de ciencia ficción que mezcla Godard y la serie B. 5) Ahora estoy más cerca de Lola, de Lola Flores. PD: Una melodía muy Fellini para Visconti.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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