Despertar en el infierno es una película completamente adelantada a su tiempo. Hay de hecho escenas, gags y secuencias que podrían aparecer en Twin Peaks o Mulholland Drive. Basta verla para comprender por qué muchos pensamos que Under the silver lake es un insoportable bluff. Todo lo sugerido en el incoherente disparate rodado por David Robert Mitchell se expresaba con mayor franqueza y acierto en la película de Ted Kotcheff. Una deliciosa mezcla entre un capítulo de La dimensión desconocida y un tratado de filosofía existencialista. Uno de esos clásicos ocultos que van cobrando relevancia con el tiempo y que o bien pasaron inadvertidos en su momento o bien fueron incomprendidos.

Despertar en el infierno no es una obra perfecta. Es irregular. Pero es franca y verdadera. Parece una novela de Mario Levrero. Estoy seguro que al escritor uruguayo le hubiera encantado de haberla visto. Porque Uruguay y Australia fueron durante décadas no-lugares en los que nadie parecía entrar y nadie parecía salir. En los que nada y todo parecía ocurrir. Países ideales para vivir auténticos infiernos mentales similares a los experimentados por el joven profesor que protagoniza esta película basada en un libro de Kenneth Cook que confío pronto leer. De hecho, ya hice hace años un avería sobre El koala asesino. Un colección de cuentos libres, anárquicos y salvajes (sin llegar, eso sí, a los extremos delirantes de los relatos de Horacio Quiroga) llenos de cazadores, jóvenes extraviados y alcohólicos parecidos a los que aparecen en este espejismo fílmico. Una prueba de que no es necesario morir para visitar el purgatorio y de que si la vida es vida es porque se encuentra llena de puntos vacíos. Shalam

لا تُمنح الحقوق بل تُنتزع

Los derechos no se conceden, se conquistan