Leyendo las biografías de Giacomo Casanova y René de Chateaubriand me llama la atención el respeto que ambos sienten por su pasado familiar. Antes de referir las importantes visicitudes de sus vidas se toman un tiempo para dar cuenta de sus respectivas genealogías. Chauteabriand hace más hincapié en los títulos nobiliarios de su familia y Casanova es más irónico y ligero y traza un pequeño mapa sentimental de sus ascendientes. En cualquier caso, me fascina la importancia que ambos le dan a sus antepasados lejanos. De hecho, Casanova incluso parece disculparse un poco por no ser capaz de trazar su genealogía más allá de dos o tres siglos antes de su nacimiento. Ambos, en definitiva, (sea por tradición, cultura o recurso literario) parecen tener muy claro que, sin hacer mención de sus antepasados, su recuento vital no puede empezar. Primero se rinde pleitesía al pasado, a los muertos, aquellos a los que debemos la vida, y después, ya con esa deuda saldada, es que está permitido hablar de la existencia mundana.

No creo que hoy en día la mayoría de los escritores actuaran así. Una gran parte de novelas y biografías (ojo, no estoy criticando, sólo describiendo) son grandilocuentes odas al yo. Muchas comienzan in media res sin darle relevancia e importancia al pasado del protagonista en ningún momento.

En fin, no quiero evidenciar algo que los múltiples estudios y artículos que existen actualmente sobre el yo discursivo o la fragmentación del yo ponen de manifiesto. No creo que sea necesario. Todos sabemos que el yo es el gran protagonista de las narraciones actuales. Algo que desde el descubrimiento de los límites del planeta tierra y la eclosión del psicoanáisis no ha hecho más que acrecentarse hasta tal punto que uno de los grandes méritos de mágicas biografías como la realizada por Alejandro Jodorowsky en La danza de la realidad radicaba en poner de relieve la importancia de nuestros antepasados (cercanos y lejanos) en nuestra vida; en la construcción de nuestro yo. Una verdad que, obstinadamente, el mundo moderno no niega pero sí que intenta evitar por todos los medios. Probablemente porque la idea es crear individuos aislados en su propia burbuja que, en cierto sentido, piensan que son autogénos o al menos actúan como si lo fueran. Una locura que explica en parte (sólo en parte) las decenas de enfermedades psíquicas que brotan, nacen y se reproducen sin control. Sobre todo, en Occidente y en sociedades donde existe un mayor grado de confort.

Teniendo en cuenta lo que acabo de referir y el hecho de que resulte difícil leer algo en la actualidad que no remita directamente al yo del autor, resulta relajante, agradable, encontrarse con las descripciones antes aludidas realizadas por Casanova y Chateaubriand. Más que nada porque ambos nos recuerdan que ni el pasado es tan deleznable como algunos piensan ni el futuro de la humanidad es sí o sí la extinción. Cada uno de nosotros ocupamos un lugar en el tiempo antes de desaparecer. Saber entender esto con la distancia y mesura precisas es necesario precisamente para no enfermar, vivir con esa serenidad sin la que no es posible convivir con los demás, tengan las virtudes y defectos que tengan y, sobre todo, para recordar que cuando dialogamos, besamos o maldecimos a alguien, eso mismo hacemos con sus ascendientes. Nosotros somos ellos y ellos son nosotros. El futuro también es el pasado. Shalam

من لا يعرف كيفيستمتع بالسعادة عندمايتعلق الأمر به ، لا يجبأن يشتكي إذا ذهببعيدًا.

El que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no debe quejarse si se pasa