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Lancelot du lac

Ene 14, 2015 | 0 Comentarios

Lancelot du lac no es una película. Lo han dicho muchas personas y yo lo corroboro: es un estado espiritual. Una forma de ser y estar en el mundo y también de mirar. Una forma de comportarse y orar. Y también de amar y cantar. Un brebaje alquímico. Porque Lancelot du lac es la vida y no una obra de arte. Una isla situada en medio de tierra árida. Un campo de fruta repleto de trigo. Una montaña de cuyas rocas brota agua continuamente. ¿Quién sabe? Lo que es seguro es que su aliento inextinguible sólo le pertenece a ella. Es algo nunca visto. Sin dudas. Una especie de milagro que brota de las pantallas de cine ante cuya dimensión y sorpresa es inevitable reaccionar de las formas más diversas. La mía, ha quedado claro ya, es de arrobo. De reverencia y estupefacción. De admiración al ver caminar ante mí a mis vecinos convertidos en caballeros de la corte del rey Arturo. Contemplar levantarse de la tumba de las letras a hombres y mujeres legendarios y ponerse a hablar con absoluta naturalidad. Pidiéndome que los acompañe a un mundo que no es el Medievo exactamente y es mucho más que el Medievo porque se desarrolla en otra dimensión. Eso que los críticos de cine denominaron la dimensión Bresson.

¿Son caballeros medievales los protagonistas del lienzo de Bresson? ¿Qué es lo que son exactamente? A veces, cuando los veo luchar como en la sobrecogedora primera escena de esta respetuosa oración, pienso que son extraterrestres. Que no son humanos. O al menos que son hombres y mujeres desplazándose por un planeta lejano. Uno similar pero a la vez diferente de la tierra donde los sellos del Apocalipsis no son guardados por ángeles sino por lobos e hienas que estuvieron en el arca con Noé y cientos de lanzas sobrevuelan el horizonte sin detenerse nunca. Algo lógico porque nadie ha respirado, susurrado, dialogado, amado y caminado como ellos en ninguna obra cinematográfica. Nadie. Absolutamente nadie. Ni siquiera James Dean en Al este del Edén o Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo. Sus murmullos por ejemplo parecen proceder de un lejano territorio sobrenatural. Un territorio donde hay cientos de estrellas del mar incrustadas en caminos de tierra, la hierba reverdece y crece antes, los océanos son más profundos y los animales rugen con menor intensidad. Y es que Lancelot du Lac, sí, es un grabado en movimiento. Una performance sobre el alma cristiana y caballeresca. Un sueño perdido de Chretrien de Troyes. Una visceral, personal incursión en el ámbito espiritual del Medievo que en vez de despejar incógnitas las abre. Nos hace dudar de nuestros sentidos mientras nos interroga acerca de nuestros conocimientos del arte cinematográfico.

Lancelot du lac, sí, es un río en calma. Un afluente que bebe de un mar de corrientes artísticas y se separa de ellas construyendo su propio espacio. Permitiendo que la sangre fluya a su propio compás. Razón por la que pienso no es una obra que invoque un final de ciclo ni un futuro agónico. Es un texto de instantes y momentos que no preludia resurrección alguna. Simplemente se desliza por el tiempo. Baila a través de la pantalla hasta confundirse en el vacío como esos viejos ideales que todos desprecian.

Lancelot du Lac no encaja en ninguna parte. Y nunca lo hará. Porque su tiempo es la eternidad. Es similar a la brisa. O el viento. Seguirá soplando cuando ya nos hayamos ido. Es una armadura que camina sola sin soldado que la porte y cuando se ve rodeada de enemigos los embiste sin miedo de caer al suelo y no levantarse jamás. De hecho, podría haber sido rodada por un monje, un eremita o por dios. Pues tengo la sensación de que si la divinidad existe, ha de percibir desde su atalaya al hombre como lo visualiza Bresson.

Lancelot du lac podría perfectamente desaparecer. Porque su esencia no es de este mundo. Ni probablemente del «otro». Testifica el estruendoso derrumbe de la catedral europea sin apenas inmutarse. Con la mirada puesta en los antiguos cruzados. Dejando entrever que tanto en los combates con otras civilizaciones que lo llevaron a su esplendor como en su progresiva decadencia y pérdida de valores podemos encontrar muchas de las causas y razones que explican nuestro mundo actual. Ese reino de caos y ruido en el que las princesas destripan su vientre ante un grupo de hambrientos cerdos, los señores se masturban en las esquinas de cuadras malolientes huyendo de los jardineros y nadie busca el Santo Grial porque ni siquiera nos planteamos que pudiera, como el amor, existir. Shalam

عِنْد الشدائِد يُعْرف الإخْوان

  Las migas son también pan

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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