Pienso que George R. Stewart tuvo que ser un hombre paciente. Si no, es difícil entender la tranquilidad con la que narra el viaje de Isherwood Williams por un paisaje post-apocalíptico en la célebre La tierra permanece (1949). Una novela en la que, sin premura, tomándose el tiempo que considera necesario, nos narra con sutileza y sin poner apenas el acento en los rasgos gruesos o sórdidos, los sucesos acaecidos tras la devastación de la humanidad producida por un virus que apenas ha dejado una serie de supervivientes. Acontecimientos sobre los que emerge la mirada de un escritor lúcido y comprensivo que, casi sin quererlo, inició la literatura de catástrofes con este relato augural al que lógicamente le deben mucho, gran parte de textos posteriores. Por citar obras recientes y muy conocidas, desde La danza de la muerte (1978) de Stephen king (en la que un arma biológica ha provocado la masacre de la mayor parte de la humanidad), o un cómic como The walking dead (2003) hasta la desoladora La carretera (2006) de Cormac McCarthy. De hecho, aunque el tono del relato de McCarthy es más escéptico, apocalíptico, sintético y desgarrador, resulta inevitable compararlo con el que maneja Stewart en la primera parte del relato. Pues sus protagonistas se enfrentan a situaciones similares dando lugar a una serie de reflexiones, descripciones y acciones que en gran medida, se encuentran hermanadas, por más que McCarthy concluya la novela en círculo. Poniendo, por tanto, el énfasis en la devastación y el desamparo y, al contrario, a partir de la segunda parte, Stewart baraje todo tipo de posibilidades para la construcción de una futura sociedad humana.
Por otra parte, en lo que se refiere a The Walking dead, es inevitable establecer un símil entre la tan famosa (y cacareada) ralentización que se produce en el cómic tras los primeros compases narrativos con el tono a través del que Stewart nos conduce por un relato que más que apocalíptico, es antropológico. Una exploración por el alma de las sociedades humanas. Los posibles inicios, orígenes y presupuestos en los que los grupos de seres humanos se basan para consolidar su unión: la prohibición o aceptación del incesto, el valor de la cultura, la relación con la naturaleza y los animales, la organización social, la visión y concepción del pasado y el futuro, etc. Algo en lo que Robert Kirkman durante The walking dead (al menos durante los 35 primeros números que llevo leídos hasta ahora) no profundiza tanto al poner más el énfasis en la supervivencia, la caótica situación y las distintas reacciones de los seres humanos ante hechos inasumibles. Trazando las oscuras líneas de un retrato nihilista y grotesco sobre los héroes contemporáneos.
Lo curioso, por otro lado, que sucede con el texto de George R. Stewart, es que en su relato no va a apostar por la refundación de la vieja humanidad, sino que intenta vislumbrar los fundamentos de una nueva sociedad sobre la que apenas puede emitir ciertas hipótesis y muy pocas certezas. Algo sumamente moderno. Tanto como las nulas explicaciones que nos da sobre la catástrofe o la visión que nos ofrece de los supervivientes y de una fantasmagórica y derruida Nueva York. En realidad, La tierra permanece es un recorrido por la conciencia humana estructurado a partir de referentes como el Crusoe de Defoe, La Biblia o las ideas de Rousseau sobre El buen salvaje. Es un fiel reflejo de esa conciencia del ocaso que la época nuclear trajo consigo y, a la vez, un adelanto de muchas futuras reflexiones como, por ejemplo, la que llevaría a cabo unos años después, William Goldling en El señor de las moscas. Aunque en el caso del narrador inglés, sus propuestas e ideas sobre la sociedad y un (posible) mundo futuro e idealizado serían conducidas al extremo de la barbarie. Acaso por la ausencia de adultos en el texto de Goldling que en el de Stewart son los que alguna forma, orientan y encauzan las dudas, rebeldía o inquietudes de los niños nacidos tras la destrucción de un pasado que se corroe, como las tuberías de agua o el hierro de los edificios y automóviles, frente a sus ojos.
Más allá, en todo caso, de su carácter moral y su talento para recoger el alma de la era atómica, lo que consigue Stewart es quitar el velo de una sociedad que se internaba de lleno en aquellos momentos en el consumismo. Plantear en suma, una reflexión desnuda que, pasadas varias décadas, todavía estremece por la exactitud de su diagnóstico. De hecho, La tierra permanece es un texto que se hubiera prestado perfectamente a un análisis crítico por parte de Guy Debord. Es una novela ideal para leer mientras se escuchan ciertos temas de Fugazi o Mogwai o el inolvidable primer disco de Godspeed You! Black Emperor F♯ A♯ ∞. Shalam
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