Hace unas semanas escuché una reflexión de una monje budista que no puedo quitarme de la cabeza. Decía concretamente que uno de los grandes problemas actuales es la rapidez con que llevamos a cabo cualquier acción. Citaba, por ejemplo, los años en los que vivía en Vilasar de Mar y debía desplazarse a Barcelona. Lo mucho que le sorprendía e inquietaba aquel trayecto debido a la velocidad con la que todo transcurría en el tren. Las personas escuchaban música, hablaban en voz alta, se desplazaban de un vagón a otro, leían, miraban sus teléfonos, etc… Actividades que se multiplicaban aún más en la ciudad condal donde la vida se convertía directamente en vorágine. Grupos de personas festejaban por las calles, otros bebian, los había que gritaban los goles de sus equipos de fútbol favoritos, los que hacían sonar el claxon de su automóvil a la menor oportunidad, quienes caminaban con celeridad para llegar a tiempo de recoger a sus hijos del colegio. Y, de una u otra manera, decía la lama, esto se reflejaba en la psique colectiva de nuestra sociedad generando todo tipo de malestares, presiones y estrés agregados a nuestras neurosis básicas.

Este testimonio me tocó bastante porque yo mismo hubo un tiempo en el que viajé mucho. Tanto que creo que, hasta el día de hoy, intento asimilar alguna que otra experiencia que no tuve tiempo de digerir como debía. En cualquier caso, no deseo hoy concretamente hablar de mí mismo sino resaltar el hecho de que casi todo el mundo actúa en contra de la reflexión de la monje.

La mayoría de personas entienden que se están perdiendo algo o que caminan más lentos en la vida de lo que deberían. Todos deseamos llegar cuanto antes a una meta inexistente. Ansiamos realizar cuantas más actividades sea posible en vez de llevar a cabo una o dos y hacerlas bien. Todos, asimismo, deseamos viajar a más lugares sin más razón que la imposibilidad de estar con nosotros mismos a solas. Y así se producen conversaciones vacías. Momentos sin fuste. Hace unas semanas, por ejemplo, hablaba con una chica que acababa de llegar de un viaje de Tanzania tras una ruta por la India. Pero, lejos de transmitirme sabiduría o enseñanza alguna sobre aquella experiencia, sentí cierta tristeza al escucharla pues ninguna de sus palabras llenaba mi corazón. Parecía que relataba una comida en un restaurante o la compra de alguna prenda de ropa en una tienda y no una inmersión cutural.

En fin. Creo que casi todos estaremos de acuerdo en lo importante que resulta tomarse el tiempo necesario para digerir un libro, una película o un cuadro. Casi seguro en que también coincidiremos en considerar que nuestros encuentros con amistades o conocidos no son baladíes. Poseen su importancia. Sin embargo, casi todo lo que hacemos va en contra de esto. El problema no es tanto que lo que diga la lama sea una verdad sino que toda nuestra sociedad actúa sin tenerla en cuenta. Nos parece una ridícula y simple obviedad. Así, puesto que nadie está dispuesto a disminuir el ritmo y mucho menos a conocerse a sí mismo hasta el fondo, el mundo se parece cada vez más a un psiquiátrico. Un psiquiátrico donde exigimos  precisamente trenes más rápidos, navegación por internet más veloz o más y más novedades que, en vez de ocultar nuestro vacío o remediar el colapso psíquico, lo ponen de manifiesto a la perfección. Shalam

فقط المخالب والأشواك تولد في المكان الذي تخيم فيه الجيوش

Sólo zarpas y espinos nacen en el lugar donde acampan los ejércitos