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Juan Francisco Ferré: mímesis, magia, máscaras y simulacros.

Nov 29, 2013 | 0 Comentarios

Hace unas semanas, durante la celebración del Hay Festival en Xalapa, tuve el honor de conocer a Juan Francisco Ferré. Sin dudas, uno de los más grandes narradores que existen actualmente en España. Curiosamente, el encuentro no fue premeditado. He dicho varias veces que México es un país mágico. A mí me llevó un año tomar conciencia de este hecho. En principio, por ejemplo, no entendía la cortesía de muchos mexicanos. En el fondo, me parecía una máscara tras la que, antes o después, aparecería el rostro del neurótico depredador occidental. Pero nunca sucedió lo que esperaba porque, al fin y al cabo, la lógica interna de esta tierra es distinta de la occidental y cuando el monstruo ruge, lo hace a través de procedimientos y formas diferentes a las que los europeos estamos acostumbrados. Si se necesita tiempo para conocer a cualquier persona, México -dada su raíz «muda» e «invisible» mesoamericana- no iba a ser menos. Y me parece bien. Porque si algo he aprendido en este país es a valorar como se debe la paciencia. Huir de la prisa y la angustia y dejar perder mi ego en el inconsciente universal para sumergirme en el tiempo eterno de los mitos. Esos dioses ocultos que influyen de manera decisiva en la nación.

México, vuelvo a repetir, es un país mágico y por ello, no me extrañó en absoluto cómo se desarrolló el encuentro con Ferré. Previamente a su charla, me había encontrado con un locutor de radio, el entrañable Germán Aceves. Una persona que siempre me ha traído suerte en mi vida. Recuerdo que él, muy amigablemente, fue la persona que me presentó a Sergio Pitol hace ya unos años. Y en esta ocasión, al verme, debido a su temperamento amable, comenzó a interrogarme sin previo aviso para su programa de radio acerca de mi experiencia en el país hasta que, en un momento dado, cesó de hablar y comenzó a dirigirse a otra persona que animaba a unirse a nuestra mesa: Juan Francisco Ferré. A quien Germán me invitó a formularle alguna pregunta que en absoluto, estaba preparada pero permitió que ambos nos conociéramos.

En fin, podría comentar hoy Providence, Karnaval o La fiesta del asno pero entiendo que será mejor dejarlo para otro momento porque el texto de Ferré que tengo más fresco es su meduloso y admirable Mímesis y realidad. Un ensayo que abre vías para entender con precisión los flujos y reflujos de la novela contemporánea y, sobre todo, realiza un incisivo estudio sobre el concepto de «realismo» que se me antoja esencial. Por ejemplo, explica de pasada y sin hacer especial hincapié en ello, en las razones por las que la realidad ha acabado convirtiéndose en ciencia ficción: cómo el concepto de realidad ha ido evolucionando hasta devenir similar al propuesto por la ciencia ficción a través de esa especie de cinta de Moebius (que con tanta exactitud diagramara y explorara Philiph k. Dick en sus visionarios textos) que denominamos realidad virtual. Algo que, de una u otra manera, ya he sugerido en anteriores averías desde un punto de partida un tanto diferente (pero confluyente). Pues la ciencia ficción nace debido a que el ser humano ha conquistado al fin los límites del mundo «real». Lo que lo obliga a crear narraciones que lo conduzcan a otros mundos y lo enfrenten con monstruos nuevos, diferentes pero semejantes en cierta medida, a los dragones y gigantes de antaño. Es decir; lo fuerza a dar forma a una realidad virtual que, a medida que pasan las décadas, comienza lentamente a infectar la existencia y condicionarla. Porque no fue pensada ni imaginada por azar o capricho sino por unas necesidades muy concretas sin las cuales el género de ciencia-ficción (como prueban los textos de los siglos XVI, XVII o XVIII donde la space opera era la conquista de América y el viaje en nave espacial a la luna, el realizado en barco hacia el continente desconocido) jamás hubiera podido surgir ni desarrollarse como lo hizo.

En fin. No sé si averíadepollos es el lugar más indicado para desbrozar ciertos aspectos del ensayo de Ferré. Los blogs suelen estar a medio camino de todas las partes. Ahí radica su interés y probablemente también algunos de sus puntos débiles: en que son propuestas líquidas, ni totalmente evasivas ni totalmente comprometidas, que pueden ser sospechosas de fomentar la ideología dominante. Acabar con los pigmentos de la vieja y (buena) cultura. Razonamiento que en gran medida, me parece un error de juicio que libros como el de Ferré contribuyen a erradicar. Pues abordan la necesaria e inevitable relación entre literatura y tecnología, central en las letras anglosajonas y francesas y verdaderamente esencial para describir nuestra realidad ya indiferenciable del mundo catódico e internaútico, tal y como Warhol, Mekas y en gran medida, sí, muchos de los denostados escritores de ciencia-ficción preconizaban.

En cualquier caso, ya que me he referido al texto de Ferré, me parece justo incidir en algunas de sus muchas virtudes. Sobre todo, ciertos artículos esenciales para entender su visión y forma de concebir la literatura que permiten conocer las bases de su escritura y ciertas claves sin las cuales resulta difícil orientarse en la narrativa contemporánea. Me refiero a sus ensayos sobre los narradores costumbristas, Emilia Pardo Bazán y, ante todo, su breve y magnífica reflexión sobre la novela histórica donde se haya una sentencia que bastaría por sí misma para comprender los mecanismos de la narrativa -también televisiva y cinematográfica- actual: «el gran problema de nuestro tiempo (…) consistiría en que la reconstrucción del pasado se ha vuelto tan imposible como la construcción del futuro».

Son igualmente interesantes en su libro, su refutación a Ortega y Gasset que me parece tan acertada como necesaria, su famosa (y aquí excelente y convenientemente reelaborada) visión sobre la literatura mutante así como los textos dedicados a Foster Wallace y Thomas Pynchon o los pasajes que dedica a Robert Coover y Don DeLillo. Pues Ferré se revela como un sagaz pensador capaz de ponernos en contacto con relativa sencillez con algunas de las más complejas, polisémicas y desbordantes propuestas narrativas contemporáneas. Ata cabos, concilia miradas y derriba muros aparentemente inquebrantables.

A día de hoy, puede resultar extraño pero lo cierto es que hasta hace no mucho, era sumamente complejo encontrar escritores españoles que mezclaran en su discurso la letra con la ciencia y la tecnología (a Góngora y Quevedo con Cronenberg o Lynch para entendernos) y se atrevieran a explorar los mundos (posibles e imposibles) surgidos de este choque frontal: el pop, el cómic, la publicidad y en el territorio literario, las obras de J.G.Ballard, Michael Chabon, Mark Z. Danielewski, Jonathan Lethem o William Gibson. De hecho, hasta hace unos pocos años, Arturo Pérez Reverte tenía todavía que explicar las razones de su amor por Dumas y Eco. Y en esencia, quien aludía a la narrativa posmoderna, pop o al folletín, lo hacía de una forma extemporánea (Juan Bonilla), a través del pastiche o el homenaje kitsch (Terenci Moix) o se veía obligado a ocupar un lugar excéntrico y periférico dentro de la cultura (Roman Gubern). Y por lo general, se refería a esta problemática más como una excusa o referencia para ambientar sus historias (caso de las alusiones al rock, al grunge o ciertos héroes pop y detectives de novela negra que existen en las novelas de Ray Loriga, José Ángel Mañas, Pedro Maestre o Benjamín Prado) que como parte de un discurso totalitario e integrador que se hubiera propuesto dialogar y reflexionar ampliamente con los referentes y se atreviera a confrontarse con ellos sin miedo.

Otro gran mérito del ensayo de Juan Francisco Ferré es el siguiente:  analizar cómo el influjo cervantino en las letras anglosajonas (muy presente por ejemplo en el Tristam Shandy), junto al de la tecnología y la ciencia dieron lugar a una cierta concepción de realismo distópico que termina por estallar totalmente en la obra de, por ejemplo, John Barth, Pynchon o Rodrigo Fresán. Un hallazgo que probablemente sea el motivo por el  que ha recibido más de un ataque de quienes hasta ahora, miraban de refilón las nuevas técnicas de la narrativa anglosajona, minusvaloraban la ciencia-ficción, continuaban invocando el nombre de Faulkner o Fitzgerald y apenas prestaban atención no digo ya a los cómics sino a la obra de autores como Douglas Copeland, Breat Easton Ellis -de quienes acaso leyeran sus libros sin saber ponerlos en el contexto global adecuado para entenderlos- o, sí, Stephen King.

Obviamente, Ferré no está sólo en este intento. Podría citar aquí los consabidos nombres de Fernández Mallo, Fernández Porta, Vicente Luis Mora o Beatriz Preciado o incluso el de Manuel Vilas. Pero me parece que lo que hace especialmente peligroso para el establishment literario hispano es que, acaso por motivos generacionales, a diferencia de sus compañeros de camino más jóvenes (y deleuzianos), Ferré tiende a cerrar sus reflexiones. Hacerlas comprensibles para un público no necesariamente culto (o entendido). O más bien, no permite que las burbujas (palabras y pensamientos) floten sin conducción alguna por el aire. Al contrario, mide muy bien sus estrategias y termina por ofrecernos textos (mejores o peores) pero terminados que inciden en el caos sin necesidad de descomponer y desestructurar el discurso. Algo que alguien tenía que hacer antes o después pues en parte, ordena y describe las bases a partir de las que Fernández Porta y Mallo construyen por ejemplo, sus híbridas creaciones y lo harán muchas otras que vengan en el futuro.

    En fin, me gustaría por último incidir en que detrás de Ferré me parece que se esconde un auténtico caníbal. Un hombre que devora y mastica cada obra y palabra. Un ser que digiere cada una de las reflexiones que dicta y lo hace a través del sudor y el esfuerzo; de un trabajo voraz bien entendido. Y que, más allá de lo que el tiempo nos diga de sus creaciones, me parece que lo más triste es que no existan más escritores y ensayistas como él en nuestro país. Una España en la que su voz debería ser una más entre muchas voces y no una de las escasas que se alzan y resultan comprensibles en medio del maremoto globalizador que nos asola. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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