Yo no soy ningún crítico. Yo soy un devorador de arte. Un apasionado. Por eso no comparto, aunque la comprenda, esa tendencia totalmente instalada (o implantada) en la sociedad actual de puntuar libros, discos, películas. Una prueba de que (¡es un decir!) probablemente la mayoría de aquellos adolescentes que criticaban antaño a sus profesores lo hacían no tanto porque estuvieran en desacuerdo con sus principios sino porque secretamente los envidiaban. Querían alcanzar su poder. Ocupar su puesto. Un signo más en definitiva de la mentalidad controladora de nuestra época de la que los exaltados gritos desde los balcones de media España contra los vecinos que rompían el confinamiento durante esta pandemia son tan sólo una consecuencia más. ¡La Gestapo somos todos!
Digo esto porque, de tanto en tanto, hago recuento de las lecturas que he ido completando en los últimos meses y han sido de mi interés. Y que, ante todo, no lo hago con ningún afán crítico sino hedonista. Porque me proporciona placer hacerlo. Me hace sentir bien. Y que, precisamente, por eso mismo, lo que sugiero sobre los libros tal vez hable más de mí que de ellos. Lo que no creo que, en cualquier caso, invalide al completo mis palabras pero, desde luego, sí que confío que reste cualquier trascendencia a estas breves impresiones que dejo a continuación.
Advierto, eso sí, que para no abrumar, publicaré hoy seis y próximamente las restantes. Ahí van.
Impresiones (1)
Francisco Ferrer Lerín: Mansa Chatarra.
Las reflexiones, sueños, narraciones o recuentos biográficos de Francisco Ferrer Lerín recopiladas en Mansa Chatarra son sumamente sugestivas. Yo intento leer cada libro de manera diferente. Como cuando era niño y me enfrentaba a un juguete. Destacando más las diferencias que las similitudes. Y este en concreto lo he leído acordándome de una sugestiva perfomance de Llorenç Barber y Mateo Feijoo, Concierto efímero para cuerpo, instrumento y voz, que tuve el placer de contemplar en el Centro Párraga de Murcia hace casi una década. Es decir; lo he leído como el testimonio de un conde herido; de un pintor perdido en su castillo. Ante todo, porque Mansa chatarra parece un manuscrito encerrado en un cofre durante años que da testimonio de las inquietudes de un ente fantasmagórico. Alguien que escribía, como lo hacía el personaje de Los diarios de Malte Laurids Brigge, a medida que la civilización se disgregaba y Occidente se destruía. Una sensación a la que, desde luego, ayudan las fotografías estratégicamente colocadas a lo largo de las intrigantes páginas de este libro parecido a un rito o un baile sagrado lleno de visiones sobre las epopeyas del hombre contemporáneo; de incertidumbres y misterios.
Nicholas Pileggi: Casino. El libro de Pileggi es una bomba narrativa perfectamente estructurada con declaraciones de testigos, entrevistas y datos periodísticos sobre uno de esos personajes, Frank «el zurdo» Rosenthal, que ni la más aguda imaginación de un novelista hubiera inventado y una época, (mitad del siglo XX hasta los 80) en la que Las Vegas se convirtió en una ciudad de novela. Se transformó en un mito a base de sobornos, disparos, asesinatos, sexo y juegos de azar.
Todo aquello que el magnífico filme de Scorsese no terminaba de explicar, Pileggi lo condensa en un texto que permite entender mejor las motivaciones de aquellos hombres de negocios y la estructura profunda de Norteamérica. Sin ir más lejos, podemos rastrear los orígenes en las apuestas deportivas del carismático personaje interpretado por Robert De Niro. La compleja red de soplones que logró coordinar para ir labrándose un nombre y poder posteriormente poner sus pies en Las Vegas así como los innumerables juicios e investigaciones que tuvo que afrontar para no ser apartado del negocio.
En realidad, Casino es un western. Demuestra que los no-lugares no surgen tanto del vacío y el tedio sino de la avaricia y la lujuria puesto que, ante todo, son espacios en los que no hay más ley que la del más fuerte y el dinero llena todos los huecos que arrastra consigo la ausencia de historia.
Ismael Orcero Martín: El tesoro de Jacinto Montiel.
Hay algo raro y mágico en El tesoro de Jacinto Montiel. No es fácil encontrar un libro así en la narrativa española. Una de sus vertientes es amable y recuerda la atmósfera de los filmes para adolescentes de los 80 que intentó recuperar Stranger things. Y otra es bastante más arisca y tradicional. Puesto que remite al mundo rural y al realismo mágico gallego y castizo. A Pombo y a Cela. Al musgo, las setas y aquellos pueblos de antaño en que las siestas eran eternas.
De algún modo, El tesoro de Jacinto Montiel mezcla la atmósfera de obras de José Antonio Cuerda como El bosque encantado con esa amabilidad turbia que se encuentra presente en algunas de las fábulas rodadas por Guillermo del Toro. Es una narración sinuosa y sutil que combina ciertas claves secretas del relato infantil con las del costumbrista con destreza. Tanto es así que la monstruosa aparición final no resulta forzada sino totalmente natural. Prueba probablemente de que los entes lovecraftianos actualmente ya no son tanto enigmas sino mascotas. Han dejado de pertenecer a la antigüedad para hacerlo al futuro. Son consecuencia del declive de las ciudades, la naturaleza y los ríos. Del deterioro infinito de la civilización contemporánea. Y ya no nos odian sino que imploran ayuda. Nos matan porque nos necesitan.
Víctor Mora: Diario de a bordo (sin navegar y al borde del naufragio). Diario de a bordo no despeja ninguna de las claves de la entrañable obra creativa de Mora porque, en realidad, es más bien un recuento de daños. Un ejercicio reflexivo a modo de tabla de salvación que el guionista catalán comenzó tras sufrir un derrame cerebral que le impedía prácticamente escribir. Por eso, en principio, me decepcionó. Porque es más un libro de autoayuda que un libro de memorias. Yo lo que deseaba encontrarme era un recuento de sus correrías en Francia, sus encierros en prisión durante el franquismo y sus anécdotas biográficas en el mundo del cómic. Deseaba conocer cómo surgió El jabato o el exacto momento en que se le ocurrió el personaje de El capitán Trueno y prácticamente (en lo que se refiere a sus creaciones) no alude más que a su faceta mucho más desconocida como novelista. No obstante, una vez pasada la decepción, reconozco que disfruté de algunas de la reflexiones de Mora. Sobre todo, porque reflejan una humildad y sencillez encomiables que lo sacan del mundo del mito y lo devuelven al real. Lo convierten en un anciano tan común como aquellos con los que nos cruzábamos en supermercados, piscinas y bares antes del confinamiento. De tal modo que, finalmente, su Diario es un fiel retrato de un hombre débil que no vislumbra ante sí más que la enfermedad y la muerte y lamentablemente, no goza del vigor de aquellos héroes cuyas vidas inmortalizó.
Gilbert Sorrentino. Aberración estelar. La novela de Sorrentino es una maravillosa alucinación. Otra vuelta de tuerca más al sueño americano y al juego de perspectivas planteado por Lawrence Durrell en su Cuarteto deAlejandría. El escritor norteamericano se centra en cuatro personajes -un niño, su madre, su abuelo y un atractivo caballero que comienza un romance con la mujer- cuya relación pone de manifiesto la eterna comedia humana. La destrucción de las ilusiones. La incesante locura. La ambición y destrucción de todo aquello en lo que pone su mano el ser humano.
Lo importante en Aberración no es tanto el qué sino el cómo. La notable manera a través de la que Sorrentino hace girar su lúcida peonza literaria y, a medida que ésta se desliza y mueve, muestra las grietas del sistema y la psique individual y colectiva. Irradiando luz magnética y artificial a una narración que capta hasta el último pensamiento de unos personajes que son emblema de una sociedad enferma. Algo que logra hacer, en cierto modo, de manera alucinógena. Retratando su mente y sus deseos como si formaran parte de una pastilla de LSD.
Óscar Navarro: Carta astral. He leído hasta en dos ocasiones, con el intervalo de varios meses, Carta astral y lo más probable es que lo haga otra tercera. Ante todo, porque, a pesar de su claridad, de que sus versos son directos y tersos, sigo sin saber a qué se refiere y a qué alude en su totalidad. Algo que en poesía habla muy bien del libro que llevamos entre manos. Por eso creo que en diciembre voy a introducirme de nuevo en este mar profundo literario cuyas palabras resuenan de tanto en tanto en mi cerebro y lo voy a hacer por primera vez como acostumbro cuando creo que voy a vivir una aventura. Con música. En este caso, la de Lambchop y, más concretamente, el disco Thriller. Puesto que, a mi entender, tanto la voz cavernosa de kurt Wagner como la densidad que logra extraer de su guitarra son ideales para profundizar más y mejor en un libro parecido a una cueva. Al corazón contradictorio de un hombre. Razón por la que, más allá de sus referencias al zodiaco o a poemarios clásicos, creo que aún sigo sin comprenderlo totalmente. Algo que, en definitiva, entiendo que puede deberse al hecho de que en una época fría y vacía donde la mentira circula tan rápido como el dinero, resulta difícil encontrarse con la verdad de golpe. Comenzar a viajar al poco de leer unos cuantos versos. Shalam
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