Entiendo que es necesario tratar las obras de arte como pozos de conocimiento. Presagios de futuro. Muchos consideran esto un ejercicio vacuo. Pero yo no lo creo. Si por ejemplo, continúo disfrutando de un disco como Spiderland de Slint es porque, de algún modo, conecta con el espíritu de su época y otras. Las presagia y prefigura. Las construye. Habla de acontecimientos que no están escritos en sus surcos pero podrían haberlo estado perfectamente. O al menos, permite intuirlos. Y por ello, cuando recurro a él, lo hago no sólo para dejarme llevar por la música, sino también para aprender sobre mí mismo y nuestra civilización.
La explosión de las grandes obras artísticas me parece que tiene un alcance amplio que desborda su presente, redefine en ocasiones el pasado y por supuesto hace estallar el futuro delante suyo. Lo reelabora aunque aun no haya ocurrido. Y uno de los escasos discos que consigue acercarse a ese precipicio es Spiderland.
Hablaba el pasado sábado del disco en avería pero no sé si fui lo suficientemente claro. Porque básicamente lo que deseaba decir es que la grandeza de la obra de Slint, entre otros aspectos, radica para mí en que supo retratar el infierno interior que para EUA supondría la administración de George Bush (hijo) años antes de que el pitchbull tomara el poder. Es un disco que podría haber sido compuesto horas después de la caída de las Torres Gemelas. Refleja con suma sobriedad a un alma presa por la desesperación. Avergonzada por vivir en una sociedad deshumanizada capaz de invadir un país extranjero encarnizadamente mientras dice ser garante de las libertades. De la idea de democracia.
Spiderland es una respuesta prematura, una constatación antes de tiempo de esa mentira. De hecho, no creo que sea casualidad en absoluto que apareciera meses después de la Primera Guerra del Golfo. Es un disco que otea ese mundo de simulacros y muertes en diferido, huele la sangre de «los otros» y la muestra. La hace suya. Porque, sobre todo, es una obra que advierte de la animalidad interior. De que el verdadero y más feroz peligro radica en el centro de nuestro corazón. Y, en este sentido, tanto sus guitarras como redobles de batería y gritos excéntricos parecen surgir del caos y las tinieblas con el objetivo de desenmascarar cualquier conspiración e invención, apuntando al verdadero enemigo: cada uno de los consumidores, admiradores o integrantes de la sociedad norteamericana.
Es lógico, por otra parte, que Spiderland se ajustara a los límites musicales (que rebasaría con mucho) de un género como el hardcore. El hardcore nació en un país que había sido explorado, después de una épica empresa de siglos, hasta sus últimos confines. Y cuando se alcanzaron, los seres humanos volvieron su mirada hacia las estrellas buscando otros paisajes o emprendieron nuevas aventuras interiores por medio de las drogas psicodélicas.
En este sentido, el hardcore -mucho más que el punk neoyorquino- mostraba la necesidad de replegarse. Reflejaba la furia y frustración por no poder seguir recorriendo parajes y tener que recluir el alma en ciudades infernales. Era un estilo musical o mejor, una bomba emitida por el espíritu de un viajero, un nómada, un colono que se veía obligado a residir definitivamente en un espacio. A hacerse sedentario. El hardcore es el final del western tal y como lo conocemos y no me extraña que desde su eclosión, algunos de los más destacados fueran o bien revisionistas u obras tan atípicas como Sin perdón o La puerta del cielo. Porque, en el fondo, el hardcore se encontraba más cercano al western futurista –Mad Max- o apocalíptico -Escape from New York- que al clásico, La diligencia, cuya marcha contemplaba con nostalgia y añoranza. Aceptando la huida del pasado mientras sus intérpretes golpeaban con rabia y franqueza instrumentos que eran los mayores aliados ahora para transmitir rencor y desesperación.
Sí. Hardcore es necesidad de cabalgar a lomos de un caballo que ha sido sustituido por un automóvil cuyo depósito no sabemos si podremos llenar esa noche. Porque, en esencia, es desempleo y frustración Hardcore es el nuevo mundo convertido en viejo en tan sólo un siglo o dos. El lienzo de un alma sepultado bajo la sombra de una civilización nihilista que no encuentra ni una salida exterior ni interior para su crisis y debe devorarse a sí misma como Saturno (autoatentados, televisión y comida basura, deuda abusiva) para sobrevivir.
En fin. Probablemente hardcore sea lo antes afirmado y mucho más. Sea el olor a gasolina y también las inmensas ferreterías y las carreteras desiertas que no utiliza nadie. Pero Spiderland no es únicamente eso. Lo es, claro, pero de una manera discordante y propia. Porque se alimenta de las heces del hardcore, de esa desilusión y rabia, para avanzar más allá. Retratar un mundo dividido sometido a cientos de presiones que los miembros de Slint proponían destruir. De hecho, Spiderland parece la creación de un suicida. El grito de un ser humano que habiéndose liberado de las cadenas, saltara de un inmenso edificio sabiendo que a su aterrizaje no le espera más que la muerte. Y, en este sentido, es metáfora de la destrucción de un sueño. La construcción de una pesadilla levantada en nombre de Dios y la libertad cuyo epílogo se había ido labrando mucho tiempo antes pero no tendría un sentido más o menos evidente hasta el 11 de septiembre del año 2001. La fecha justa -por más que pienso que el disco también habla de crisis económicas como la actual y del fin (no ya de la historia) sino del futuro- en que, de no haber sido sus componentes unos genios, debió haber aparecido Spiderland. Shalam
وعاد بِخُفّيْ حُنيْن
Cuando el gato no aparece, los ratones se divierten
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