Hace más de una década EUA invadía Irak. No me referiré aquí a las patrañas y mentiras que le sirvieron de excusa para hacerlo. Más cuando no existía conexión real entre Al Qaeda (con base en Afganistán y amplios vínculos con Arabia Saudí) y el país comandado por Sadam Huseim. Ese mismo Huseim a quien, como de todos es conocido, los países occidentales le abrieron enormes fuentes de financiación cuando observaron asustados el crecimiento de la revolución fundamentalista islámica en Medio Oriente, y en concreto, en el Irán de Ruhollah Jomeini.
Sé que no existen muchas dudas -visto el desarrollo de los acontecimientos- de que el motivo real de la invasión norteamericana fue el petroleo. Aunque, no obstante, entiendo que la explicación, siendo verdadera, no termina de hacer comprender totalmente las causas del virulento comportamiento del país norteamericano. Más que nada porque creo que existía latente un último deseo y motivo que puede explicar mejor la violencia insana con la que se destruyó aquel país: el olvido.
Me explico. En Irak, según los datos hasta ahora conocidos, nació la civilización. Los primeros Imperios, las primeras ciudades y la escritura, el arte, la epopeya de la inmortalidad de Gilgamesh, el imperio babilónico de Hammurabi y el imperio asirio de Shamshiadad. Se narraron las inmortales historias de Las 1001 noches, se construyeron los más hermosos tapices y con los siglos, se levantó una ciudad como Bagdag. Centro de diálogos interminable entre culturas.
Es decir, Irak significa el origen y la historia. La indiferencia ante los furores del presente. La conciencia de que todos los grandes hombres, quienes se han creído más poderosos que los dioses, han caído y caerán. En definitiva, todo un conglomerado de realidades e ideas opuestas al país norteamericano y lo que éste continúa pretendiendo implantar en el mundo. Que, al fin y al cabo, es un imperio de olvido o mucho más ajustadamente -citando a Heriberto Yépez- de neo-memoria. Algo que se antoja risible, casi como el vuelo de una mosca, para las vetustas tierras donde se encuentran los jardines colgantes del Edén y los zigurats y se desarrollaron la mayoría de los primeros mitos bíblicos que conservamos. De tal modo, que la mera existencia de un territorio con tan amplia historia significaría, en gran medida, una afrenta para EUA. Un desafío a todo lo que necesita hacer creer: que es la civilización más poderosa jamás vista en la tierra y su sistema político, el más elaborado y justo. Más aún, que su poderío es y será eterno. Cuando, en realidad, no es más que un enorme dinosaurio comercial y económico al que la mera presencia de un tabilla cuneiforme ridiculiza. Pone en su sitio. Lo que debe ser tan humillante como irritante para sus aires de grandeza. Y creo que permite explicar aún mejor su irrespetuoso y descerebrado comportamiento con monumentos, museos y, en general, las costumbres culturales de los irakies, para quienes nunca faltó un calificativo que resaltara su barbarie y fanatismo. El escaso respeto y constante saña que los medios occidentales tuvieron para con una de las más hermosas y bellas civilizaciones que jamás existieron.
Exactamente, lo que deseaba (además del petroleo) EUA al invadir Irak era destruir la historia. Imponer la suya. La cinematográfica. La de los negocios. O al menos, modificar un poco el pasado. Quitarle sabiduría y lustre. Acabar (o al menos transformar) con los orígenes de la civilización para volcar la conciencia en los regentes de la nueva. Conseguir que todo un pueblo olvidara los catorce siglos durante los que la antigua Babilonia fue la capital del mundo y volcara definitivamente y para siempre su mirada en la nueva.
Una operación para la que, probablemente, los jerifaltes norteamericanos se vieron apoyados desde las sombras por Israel. Pues es de suponer que no existe tampoco mayor oprobio para el sionismo que contemplar que las tierras en las que su libro sagrado cifró el destino del pueblo hebreo, se encuentran poseídas por impíos. De hecho, es lógico que el sionismo sueñe con ocupar o bien controlar todos aquellos territorios que aparecen en el Antiguo Testamento teniendo en cuenta que, al fin y al cabo, se consideran a sí mismos el pueblo elegido y a su dios Yahvé, el único dios verdadero. Lo que, supongo, permite entender mucho mejor por qué existen fundadas sospechas de que junto con EUA, haya financiado al ISIS. Un ejército terrorista islámico que es una contradicción en sí mismo. Pues sus armas -que se sepa- no apuntan ni a Israel ni a EUA o Europa (al menos hasta que Obama, Netanyahu y sus huestes den la orden de que se adentren en sus territorios y lleven a cabo un atentado de falsa bandera) sino a sus propios hermanos árabes (chiítas o sunitas) y, en concreto, a cientos de monumentos, museos y edificios del mundo antiguo. Las señas de identidad, sí, de Mesopotamia o Persia. De las primeras civilizaciones.
Un hecho que, en cierto modo, muestra que ISIS continúa con el objetivo de la Guerra de Irak pero por otros medios, (dejando además, en este caso, mucho menos expuesto al imperio norteamericano a la opinión pública): cimentar el olvido. Acabar con la historia. Fundar una nueva civilización -un enorme Gran Hermano- en la que -de la misma forma que en la Biblia los mitos e historias de los pueblos mesopotámicos y el Oriente Medio se encuentran modificados al servicio de la historia israelí- también puedan ser transformados y destruidos los datos y obras de arte históricas que puedan servir de acicate y oposición contra la nueva dictadura global. La cual para imponerse necesita cambiar la realidad si es necesario, violentándola, destruyéndola, y finalmente, manipulándola, para que, sin hacerla desaparecer del todo -algo, por otra parte, imposible- comience a emerger una nueva historia mucho más afín a sus intereses. Una neo-memoria que pueda imponerse como verdad. La totalidad unitaria.
En realidad, si nos damos cuenta, la guerra de Irak acaba de comenzar. La invasión, únicamente fue el prólogo. Y probablemente, el episodio menos peligroso. El hecho de que no sea televisada, a excepción de los destrozos de ISIS, no es sino un reflejo más de cómo el poder desea que nos olvidemos de lo esencial. Parafraseando a Baudrillard, diría que la cuestión, actualmente, en plena era global, no es si la guerra está teniendo lugar, sino cómo, cuándo y dónde.
La revolución, sí, seguramente no será televisada pero tampoco la guerra. Porque la guerra es ya únicamente manipulación, mentira y, en esencia, olvido. Sobre todo, esto último: olvido. Shalam
عِنْد الشدائِد يُعْرف الإخْوان
Por el amor de una rosa, el jardinero es servidor de mil espinas
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