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Esta queja al aire

Oct 14, 2024 | 0 Comentarios

Ayer leí un poema que me tocó, me pareció sincero y creo que daba en la diana. No suelen ser muchos a lo largo del año, de la vida. Este que voy a dejar a continuación es uno de ellos. En el momento en que lo leí, supe que lo leería muchas veces más y que probablemente recurriría a él en momentos de crisis y de soledad pero tal vez también en un bar, en medio de alguna de esas conversaciones que no van a ninguna parte, insustanciales. Perdido en la marasma de las frías ciudades, la tecnología, la avidez, la envidia. De la puta y puñetera frivolidad.

La verdad es que no resulta difícil reconocerse en él. Me gustan su frontalidad pero también su capacidad de sugerencia. Lo dice todo pero también oculta cosas. Y precisamente porque oculta ciertos asuntos de relevancia, todo lo que expone suena tan crudo y verdadero. Tan real. Tan incisivo. Aquí no hay mentiras. No hay alardes de lenguaje. No hay vanguardia de esa estéril. No hay metáforas para la Academia ni para profesores de Universidad. No hay pedantería. Hay ovarios. Sombras. Sinceridad. Corazón. Verdad. Hay un alma que expresa con sencillez y contundencia lo que siente y lo hace con la precisión y esa suciedad descorazonadora y vital de los mejores temas de los Stones. Los de los 70. Sería estúpido decir que es un retrato generacional (aunque lo es) porque sobre todo es la descripición de un alma que sufre, que fripa con lo que ve y con lo que vive, con esa miseria en la que todos hemos acabado cayendo. El cinismo. Ese mundo que iba a ser mejor que el que nos dejaron y se ha convertido en mucho peor de lo que podíamos imaginar. Vergüenza de nuestros ancestros y nietos.

En realidad, repito, es el mejor poema que he leído este año. Pertenece a Cristina Pérez Escribano. Se puede leer aquí. En su blog. Y también aquí, en avería, porque la autora no es de esas que escriben pensando en mantenerse en el candelero, en los reconocimientos. Se nota que lo ha escrito porque lo necesitaba. Porque si no escribía el poema, se moría. Una parte de ella se oscurecía para siempre. Así que compartir su poema, es un modo de respirar, de continuar viviendo.

Aquí lo dejo.

Esta queja al aire

«Que ya lo he decidido, que voy a hablar porque aquí no habla ni dios,

tengo las manos cansadas, que se me duermen en las puntas de los dedos,

que no sé hasta cuándo andaré por aquí porque no soy ingenua y sé que poco,

que en cuanto la cabeza o las puntas de los pies colapsen ya va todo en picado,

que lo mismo ocurre en un cuerpo que en un ejército,

que es así, que el club de élite o la secta se va al garete en cuanto comienza el declive,

decir que estuve a gusto, sobre todo antes de saber, en la época aquella sin freno que parecíamos sacados de una película happyend,

pero que todo termina, que para los espíritus resistentes todo termina y se evoluciona y que es entonces cuando no se puede parar la carrera o el descalabro, o las dos cosas a la vez,

no hablaré demasiado de los datos concretos porque quiero mantenerme a oscuras…

Que así no se puede seguir, que se me ha cambiado el mundo en el que vivo sin mudar un ladrillo

y ya no me conozco ni yo,

que mis amigos, mis parientes están desfigurados hasta términos que son de no creer,

sus cabezas, sus ambiciones son sucedáneos pastel de lo que alguna vez fueron

o trataron de ser,

que están de tal forma que si escarbas un poco en su pensar,

en los ojos que no dejan de mirar a todas partes sin ver,

que oyes sus argumentos y te destroza oírlos de tan planos , de tan gastados, de tan antiguos,

porque aunque parecemos individuos de nuestra era la verdad es que somos seres parados en el tiempo,

estancados en un ayer con aplazamiento que llega hasta hoy, que miras y no lo ves, que preguntas y no te crees tanta majadería junta,

que hemos perdido el norte al ganar una modernidad que es paja,

una tecnología que es paja,

unos productos culturales que chupamos y sorbemos y vomitamos y que son paja y decrepitud,

resulta que murió el arte de la música por la artesanía de los ripios rimados hasta la extenuación, demolición, desolación, fornicación, canción,

y unos productos seudo teatrales cinéfilos, novelas por fascículos que dan bochorno, series interminables con temporadas que no son de huracanes y yo,

qué tengo que ver yo con todo esto, que me hablan y empequeñezco, que no sé por dónde seguir,

que mientras todos lo entienden y lo comparten yo escribo esta queja al aire porque sé que es verdad,

que los loros son verdad, las capicúas y los chimpancés,

y que el siglo veintiuno se ha convertido hasta donde estamos en una comedia de toda la risa, que si estuviera vivo Berlanga o Azcona o Quevedo o Cantinflas estarían rápidos a crear,

que si Nietzsche despertara de su locura o Herman Hesse abriera su tumba,

si tantos sacaran el rabillo del ojo,

si Goya o todas las mujeres que fueron anterior a 1950 estarían dando brazadas

buscando una razón,

ellos que comían mundos entendiéndolos de pé a pá,

que sacaban la cabeza y la palabra y la acción y los puños,

a dónde fue esa forma de vivir con los pies en la tierra y las manos en la tierra,

la fuerza, la convicción, las ganas…

Y ahora ¿a qué aspiramos tragando las decisiones de otros?

queramos o no, no somos otra cosa que humanos, con un pie en el barro y otro en las nubes,

una eternidad mortal,

una cadena de posibilidades sin fin, de belleza sin fin

y no lo sabemos,

que las bombas destrozan a quienes dan la orden de tirarlas

y a quienes las reciben,

pero que aún hay esperanza,

que somos sobre todo amor

y que estamos vivos,

canta, grita, tararea sin miedo…» Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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