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Esa sombra entre los perros y los sueños: Mario Bellatin

Ago 6, 2013 | 0 Comentarios

Ayer noche soñé con Mario Bellatin. Probablemente porque estos días estoy terminando al fin de corregir La risa oscura. Lo cierto es que es la cuarta revisión seria que hago al texto y es la primera ocasión en que me pregunto qué es lo que sentirá tal o cual persona al leerlo. Señal de que lentamente, el libro comienza a separarse de mí. He de confesar que me ha costado bastante emprender esta corrección porque, en esencia, estaba satisfecho con la novela pero, dado que en una ceremonia de peyote que ya relate aquí, se me indicó que debía efectuarla, me he decidido por llevarla a cabo. Y, finalmente, he disfrutado mucho al realizar una serie de cambios que eran necesarios, intentando hacerla más entendible y disfrutable para un lector (medio), sin por ello hacerle perder atrevimiento,riesgo, complejidad o rigor.

He soñado en dos ocasiones con Mario Belltin. La primera fue en Cartagena. Mi ciudad de nacimiento. Días después de haber participado junto a él y otros compañeros en un taller literario, y pasar en su compañía la mañana de un domingo nublado. Cuando me dirigía a recogerlo a su hotel, iba preparado para cualquier cosa. Durante toda la semana, había constatado cómo intentaba evitar esta cita de todas las maneras posibles, ejerciendo su papel de divo literario. Por lo que no me hubiera sorprendido en absoluto que el recepcionista me dijera que había dejado ya la ciudad. Hubiera sido lo normal, teniendo en cuenta la forma en que se había comportado durante los días pasados. Pero, por otra parte, Bellatin es inteligente y además de que tal vez necesitara relajarse dando un paseo, tampoco iba a boicotear un proyecto -el mío- sobre su literatura que probablemente fuera interesante. Con el tiempo, además comprendí que siempre se comportaba de la misma forma. Si mi texto sobre su escritura estaba en riesgo, se molestaba en dedicarme un minuto o contestarme un correo. Y al contrario, si sentía que se encontraba encauzado, ni se inmutaba: no respondía los mails o se complacía despistándome entre los muros de un bar.

Puesto que Mario Bellatin entremezcla continuamente datos falsos con verídicos en su literatura y sus presentaciones públicas, yo sabía que aquella mañana de domingo era clave para hacerme una idea real de quién estaba detrás de esa escritura excéntrica y sugerente que me había seducido meses antes. Cuando adquirí en la capital de México, una recopilación de sus textos publicada por Alfaguara y a los pocos días, asistí a una charla sobre su proyecto estético que impartió, acompañado de un perro. Experiencia que me hizo comprender que, para lo bueno y lo malo, no estaba ante un escritor más. Que Mario Bellatin era un auténtico personaje. Uno de esos que no dejan indiferente a nadie y es capaz de concitar amor y odio a límites extremos, dado que es una especie de actor sufí, niño cruel o cyborg del castigo que se complace provocando a quien se cruza en su camino sin importar su cargo ni responsabilidad. De tal modo que nadie se encuentra exento de ser blanco de su enojo y frustración u objeto de sus morbosas reflexiones.

Lo cierto es que su personalidad -a pesar del miedo que puede llegar a despertar- se me antojó bastante atractiva. Sobre todo, teniendo en cuenta el servil, áspero y vacío mundo en que vivimos. Y desde luego, contribuyó a hacerme aún más fascinante su obra. Esa raras, enfermizas y atípicas novelas parecidas a discos de ambient llenas de frecuencias y ritmos distantes que entendí, probablemente transformarían mi manera de concebir la literatura y podrían servirme de impulso para construir mis propios libros sin temor a caer en extremos ni experimentar todo lo que fuera necesario. Pensaba yo que en los textos de Bellatin encontraría estímulos, inspiración e ideas para terminar de talar mi propio estilo. Poder lanzarme sin ataduras al abismo, persiguiendo un aullido literario eterno. Y por ello, durante mi encuentro con él, intenté extraer el mayor número de enseñanzas que me fuera posible, prestando mucha atención a las anécdotas reales de su vida para luego poder entremezclarlas en la ficción que deseaba dedicarle sin que chirriaran en exceso. ¿Qué puedo decir? Sin dudas, Mario Bellatin es un gran fingidor. Un buen actor. Y asistí divertido a sus reflexiones, aspavientos y quejas. Las cuales me permitieron comenzar a familiarizarme con el personaje. Uno de esos artistas que se cuelgan de las palmeras esperando halagos pues piensan que su presencia y sus obras bastan para conseguir todo aquello que se proponen. Algo que, por lo general consiguen, debido a que pasan la mayor parte de su tiempo maquinando en cómo lograr sus objetivos, son fríos y saben estudiar a quien tienen delante. A lo que hay que unir un talento innegable y una especie de «don» mágico que permite que, con o sin su presencia, la mayoría de proyectos en que se encuentra implicado, salgan adelante. Algo a lo que hago referencia, por primera vez, en esta nueva versión de La risa oscura. Y achaco a una bendición concedida por su abuela materna, doña Emilia, para contrarrestar la maldición a la que su bisabuela doña Tere sometió a su propia familia tras descubrir que su marido le engañaba con su propia hermana.

¿Que cuál fue el contenido del sueño que tuve hace ya unos años con Mario Bellatin? Fue algo disparatado. El escritor, subido a un elegante caballo negro y acompañado de decenas de perros, me perseguía por Marbella con una metralleta en sus manos. Organizaba una cacería por la playa levantina para atraparme. Y cuando lo conseguía, me declaraba su amor en una habitación con vistas al mar. Proposición que yo no aceptaba, puesto que me atraían las mujeres. Algo que él, tal y como delataban sus ojos cada vez más ensangrentados, no parecía comprender.

En fin. ¿He de añadir algo más? Justo cuando desperté, decidí que había llegado el momento de comenzar a escribir La risa oscura. Un mágico libro que he disfrutado muchísimo haciendo y en el que, como homenaje al sueño que acabo de relatar, varios personajes contemplan a quienes les rodean con sus ojos ensangrentados.

Teniendo en cuenta que, en cierto sentido, aquel primer sueño fue el mensaje que me indicó que debía iniciar el libro sin más tardanza, se entenderá lo tranquilo y contento que estoy con este segundo que se ha producido justo cuando termino de corregir sus cuatro últimos capítulos. En gran medida, me parece indicativo de que, ahora sí, ya estoy cerrando definitivamente el texto y no tendré que realizar más correcciones en el futuro que las justas. ¿Cuál es el tema de este segundo sueño? Mario Bellatin y yo caminábamos lenta, muy lentamente, por las calles de Murcia. Él llevaba La risa oscura en una mano y yo lo acompañaba, en ocasiones vestido de astronauta y en otras, como un salvaje amazónico. El escritor mexicano se sentía dolido porque pensaba que no había sido yo excesivamente justo con él y me recriminaba que no hubiera elogiado lo suficiente sus libros. Me preguntaba por ejemplo por qué apenas había yo realizado críticas a Sergio Pitol en mi ensayo Las máscaras del viajero y a él sí. A lo que yo respondía que porque el maestro Pitol, a su manera y dentro de sus posibilidades, siempre me había ayudado y, desde luego, no había sido, en ningún caso, perverso conmigo. Algo que me había permitido centrarme armónicamente en sus libros al contrario que en los suyos. A continuación, Bellatin comenzaba a interrogarme sobre El jardinero; si sería tan amable de dejárselo o de indicarle las obras musicales, pictóricas o literarias en que me había basado para construirlo. A lo que yo contestaba que prefería hablar de las referencias utilizadas mientras redactaba mi novela sobre su vida y andanzas entre las que se hallaban varias bandas sonoras. Y, justo en ese momento, me despertaba rememorando un sueño que me hace pensar que sería conveniente dedicar uno o dos averías más a La risa oscura; refiriéndome, en esta ocasión, a sus fuentes, influencias y sobre todo, la música que escuchaba mientras lo trabajaba. Entre las cuales, siempre destacó la interpretada por el grupo formado por Alex Brujas y German Coppini, Lemuripop y, en concreto, su disco Primo tempo.

No sé si interpreto bien el sueño. Pero desde luego que me parece muy sugestivo llevar a cabo este último análisis de la obra mientras termino de retocarla. De todas formas, antes me gustaría añadir un relevante apunte a lo que estoy aquí indicando. Me refiero a una conversación que tuve en España hace más de un mes con uno de mis más grandes amigos, Tinico. Tras más de veinte horas hablando sobre múltiples temas, le comenté la ceremonia de peyote en que se había entregado al fuego La risa oscura; y que todavía no sabía interpretar bien los cambios que debía realizar al libro. A lo que él respondió que me centrase únicamente en el hecho de que tanto la infancia como la adolescencia de Mario Bellatin habían sido muy desgraciadas. Y que, debido a su dolor y frustración, él podría haberse convertido en un asesino. Sin embargo, él era escritor. Mario Bellatin en vez de estar asesinando o torturando, estaba escribiendo libros. Lo que contribuía a limpiar su karma y el de su familia. Aspecto que debía precisamente terminar de intentar aclarar en La risa oscura, para llevar a cabo un retrato lo más completo posible del personaje. Alguien que no puede ni sabe ni quiere dar amor a nadie. Pero aún así, ha sido capaz de crear libros atípicos y oscuros que han iluminado la mente de muchos lectores a quienes, de darse otras circunstancias, no habría tenido remordimientos en asesinar, exterminar sin piedad. Shalam

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 Reza, pero no dejes de remar hacia la orilla

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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