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El mordisco

Feb 19, 2024 | 2 Comentarios

En el pop y el rock siempre existieron ciertas tensiones entre negocio y arte. Dos ámbitos que parecían opuestos aunque era inevitable que confluyeran porque se necesitaban mucho más de lo que ambos estaban dispuestos a reconocer. Siempre existió, asimismo, una separación entre empresarios, músicos y  fans. Una relación que ha ido atravesando diversas fases oscilantes y que actualmente está llegando en algunos casos a un límite terminal.

Digamos que el rock no atraviesa su mejor momento. Yo disfruto de muchos discos actuales pero como movimiento se encuentra lejos, muy lejos, de todo aquello que generaba en las últimas décadas del siglo pasado. A esta circunstancia hay que añadir las frecuentes muertes de viejas leyendas y el lento ocaso de míticas bandas cuyos más grandes hitos creativos quedaron muy atrás. Muchos de sus componentes se niegan a echar el cierre a pesar de que artísticamente ya no aportan nada desde hace mucho tiempo.

Obviamente, estos músicos se encuentran en todo su derecho a seguir grabando discos y girando por medio mundo. Se lo han ganado a pulso. Nos han dejado obras incontestables. De la historia no los va a mover nadie. Pero tampoco creo que su trayectoria sea una excusa para justificar cualquier tropelía o capricho. De hecho, tal vez sería un motivo substancial para mostrar cierto decoro y cuidar con mayor encono algunos detalles tan importantes como, sí, el precio de las entradas de sus conciertos. O lo que viene a ser lo mismo, su trato con sus fans. Jóvenes o adultos que crecieron ilusionados escuchando sus discos, sacaron el dinero de donde pudieron para ir a conciertos en ciertos momentos de su vida y aún hoy en día, algunos hasta compran sus nuevos Lps en vinilo siendo fieles a un ritual sagrado.

En fin, a estas alturas supongo que todos tenemos claro que el precio abusivo de muchos de los conciertos se encuentra directamente relacionado con el declive de la industria discográfica. Lo que ha acentuado la despersonalización propia de estos espectáculos masivos que se han convertido en gran medida en frías operaciones empresariales para cuadrar balances y cuentas. Recuperar gran parte de lo perdido desde la eclosión de las descargas y Spotify.

En realidad, un precio tan elevado es también una especie de puñetazo. Pareciera que la industria (ayudada por el silencio cómplice de los grupos) nos dijera a todos: «Vosotros, cabrones, vosotros, jetas, vosotros, ladrones, habéis estado traficando con el sudor de los músicos, descargando una infinidad de singles y Lps en todo tipo de plataformas. Además, no sois capaces de pagar por un solo disco así que, vosotros, jetas del mundo, ladrones de arte, vosotros, saqueadores de canciones, sí, vosotros, os jodéis.  Si queréis ver a esta leyenda, si queréis disfrutarla, tendréis que pagar todo lo que os habéis ahorrado con vuestras putas descargas. Tendréis que cumplir una condena».

Resulta evidente que el problema de este pensamiento (con visos de maldición) radica en que, como sugería la Biblia, al final pagan justos por pecadores. Puesto que, por lo general, los fans de estas bandas suelen ser tan fieles que en cuanto pueden, compran su disco. Algo en sus vidas no se encuentra completo si no disponen de su fetiche musical en casa. Pero determinados precios (teniendo en cuenta que muchos seguidores necesitan además pagar viaje y hotel) consiguen que sean precisamente aquellos para los que el rock es un pasatiempo como otro cualquiera con el que rellenar su horas de ocio, los que acaben acudiendo a un concierto que no es demasiado relevante en sus vidas. Puesto que a esas horas podían estar contemplando un partido de fútbol, comiendo en un restaurante caro o reservando un vuelo al extranjero.

En cualquier caso, este desplante se agrava aún más si tienemos en cuenta que (por citar los estentóreos casos de dos bandas que pronto tocarán en nuestro país) ninguno de los componentes de Pearl Jam o AC/DC habrán probablemente sufrido muchos problemas económicos. Y si lo han hecho seguramente no será por culpa de aquellos fans que mueren por colocarse en primera fila de sus recitales.

En realidad, pareciera que con esos precios tan elevados, alguien intentara ocultar la falta de intensidad de los últimos discos de estas bandas así como la escasa relevancia social que a día de hoy poseen. Cuanto más caro es el concierto más se disimularía la decadencia de los grupos y su mínima influencia en la juventud. A su vez, por una especie de reflejo psicológico condicionado, el precio actuaría de estimulante para una parte del público. Ayudará a consolidar la idea en ciertos fans de que que los grupos que van a contemplar son semi dioses porque ningún recital tan caro puede ser decepcionante. Necesariamente tiene que ser una experiencia inolvidable.

Lo triste de esta operación radica en que con la misma se consigue que, como en tantos otros ámbitos de la vida, sea el dinero (y no tanto la música) el protagonista del concierto. Así, como suele ocurrir en la era del capitalismo zombi, la economía se convierte en el centro de todos los comentarios y miradas y la actividad por la que se paga termina ocupando el segundo o tercer plano. Algo que bien es cierto, beneficia a grupos que pueden obviar sus últimos Lps y tirar de la leyenda, conscientes de que el público (que suele además tener una edad un tanto elevada) no viene a contemplar su evolución musical sino que acude a celebrar poder encontrarse frente a un mito. Asistir a una fiesta de cumpleaños con la eternidad. Algo que el precio deja muy claro.

Me puedo equivocar pero sospecho que si todos estos grupos estuvieran grabando obras inolvidables actualmente, se preocuparían por bajar los precios de las entradas. Porque lo que querrían sería mezclarse con gentes cuyas vidas retratan en sus discos y que nadie pudiera perderse su rabioso presente. Desearían que todos fueran testigos de su exultante momento. De la milagrosa resurrección.

En la era del capitalismo zombi, se compran constantemente productos sin substancia porque importa más el hecho de comprar que la experiencia y los beneficios que reporta lo comprado. En la era del capitalismo zombi es común pagar para obtener no el producto original sino la fotocopia o el sucedáneo. Y es precisamente más cara la copia, (lo que remite al original sin ya serlo), que el original. Muchos melómanos pagan altas cantidades por conciertos que contemplan desde lugares incómodos con la vana esperanza de adquirir o revivir un sentimiento que ya es irrecuperable. Para decir que se estuvo ahí y para demostrar que se estuvo ahí. Porque, como todos sabemos, ir al concierto importa más que el concierto en sí mismo.

En el fondo, pagamos para formar parte de un funeral que lo más probable (al fin y al cabo la calidad de los músicos es indiscutible) es que termine convirtiéndose en fiesta. Fiesta muerta pero fiesta al fin y al cabo. Fiesta zombi. Porque todos sabemos o queremos creer (y de esta creencia se alimenta el capitalismo zombi) que en cuanto Eddie Vedder comience a cantar o Angus Young recorra el escenario de punta a punta, el precio del espectáculo habrá dejado de ser importante.

En este sentido, tanto el aparato empresarial como el aura que rodea actualmente a las grandes bandas de rock no difieren mucho de los de los partidos políticos. Muchos fans no dudarían en acudir a los recitales de sus bandas favoritas de rock aunque les cobrasen 1000 euros y en sus últimos discos no se escuchara una sola guitarra. Del mismo modo, los votantes de los partidos políticos continúan dirigiéndose a las urnas a pesar de que no hay día que no se descubra un caso de corrupción y sus líderes hayan convertido sus vidas en un elogio al cinismo y a la psicopatía.

A día de hoy, lo que saben tanto las empresas multinacionales que organizan conciertos como los partidos políticos es que sus fans y votantes están dispuestos en muchos casos a pelearse con un gran número de conocidos y amigos por ellos. Incluso estarían encantados de morir junto a sus ídolos. Y mucho más, en sus manos.

Parafreseando el título del magnífico libro de Erich Fromm, resulta fácil detectar el miedo a la libertad de los seres humanos en nuestra continua idolatría de políticos y músicos. En algún caso, ya intercambiables. Días atrás, charlé, por ejemplo, con un muchacho (actualmente en paro) en un bar, que aseguraba que no le importaba lo que cobrasen AC/DC. Los había visto en cinco ocasiones y ésta sería la sexta. Si tenía que quedarse sin comer, lo haría.

Sospecho que los promotores de conciertos y los psicólogos de masas conocen bien estas actitudes y saben bien cómo provocarlas. Tal vez poniendo a las entradas a 20 euros, este muchacho no podría distinguirse ni llamar la atención sobre su fanatismo suicida.

En el capitalismo zombi, se va a los conciertos como se va a misa o se vota en nuestro sistema. Se va a presignarse y a expiar los pecados. Para que se produzca la necesaria expiación, el precio debe doler. El fan debe entregar una parte de sí mismo al ídolo. Si el partido al que se vota no es corrupto, el voto vale menos. Shalam

الحياة تبدأ حيث ينتهي الخوف

La vida comienza donde termina el miedo

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen..140€, y la mas barata 99€…..por favor…de que van!….
    …..(el arte no tiene precio),pero este pvp es demasiado (palacio vacio y ya esta, jaja)……….
    2imagen….otros que tal mean, (no se iria muy lejos si se sustituyen por el aullido de un gato al que le pisan el rabo …..
    3imagen….pearl jam no es para tanto, hombre-a-i-u-o………
    4imagen…..mas otras momias de egipto al canto……..
    5imagen…..conspiracion de 2024 años…representacion del fantasma de la libertad….para todos sus fans…..sonrisa…..
    PD.https://www.youtube.com/watch?v=FaCTFppQ2GA.buñuel1974
    PD2…https://www.youtube.com/watch?v=Vet6AHmq3_s…aretha franklin-1980….

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    • Alejandro Hermosilla

      1) A todo esto hay que unir gastos de envío y coste de gestión como en los tickes de autobús..jajaj. 2) A mí sí me gustan mucho. Quiero leer ahora la biografía de Brian Johnson. En cualquier caso, ya han vendido todo del primer concierto. Bien. Lo dicho, viva el zombi que diría Almodovar. Viva mi zombi. 3) Intentando rememorar los tiempos en que Vedder era un surfero. 4) Cadáver no exquisito. Timo juvenil desde hace unas cuantas décadas. Discos para tribunales de justicia. 5) Música de La Profecía sonando de fondo. PD: Maravillosos los dos vídeos. Espontaneidad y pureza en ambos de diferentes maneras. Yo hubiera elegido no obstante un tema como «Respect» para enviarlo al casillero de ciertos músicos.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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