Recientemente, ha aparecido el número 32 de la revista El coloquio de los perros donde publico un artículo sobre el gran Leopoldo María Panero. Dejo a continuación el texto:
Leopoldo María Panero: el acantilado de los locos.
“Resido igualmente en los muertos y en los seres que todavía no han nacido”
Paul Klee
Con personas del cariz de Leopoldo María Panero suele resultar muy difícil separar el artista del personaje, el poeta del loco, y el genio del esteta. Recuerdo, sin ir más lejos, encontrarme leyendo un texto sobre su poesía durante un Congreso celebrado en Zaragoza cuando, de repente, apareció en la sala donde se desarrollaba el acto. Y cómo, al poco tiempo, sentado en primera fila, mirándome divertido, comenzó a arrojarme cigarrillos a medio fumar, interrumpiendo mi lectura con exclamaciones e interrogaciones, en algún caso, pertinentes pero, en la mayoría de los casos, incomprensibles. Por supuesto, esto no me molestó en nada. Al contrario, me resultó muy divertido además de que, en mi interior, me sentí complacido de tener frente a mí al mítico artista. De hecho, no me hubiera importado en absoluto cederle mi puesto y que comenzara a hablarnos de cualquier asunto que se le ocurriera. Probablemente, lo hubiera preferido. Algo que tal vez debió percibir pues, al día siguiente, me saludó varias veces con mucha amabilidad. Tanta que, al cabo de los años, sigo teniendo un brillante recuerdo de él. Continúo sintiendo el alma noble de niño escondida tras la máscara de locura (real o no) de este artista imprescindible, que aún me pregunto cómo pudo nacer y crecer en la España de Franco.
No quisiera referirme aquí ahora a las circunstancias de su vida. Todos los que conocen al poeta o deseen hacerlo pueden contemplar la legendaria El desencanto, las entrevistas que hay en youtube o revisar el excelente, nutrido libro, El contorno del abismo que le dedicara J. Benito Fernández, para hacerse una idea de su destino así como el de su familia. Más me interesa hacer alusión a su poesía en sí misma. Pues, como dije al principio, el problema con Panero es que su monstruosa personalidad, el gigantesco personaje construido, ha acabado devorando al artista. De tal modo que todos tenemos una opinión -más o menos formada- sobre él pero no acerca de sus obras, cuando es un poeta bastante interesante. A ratos, sorprendente. En ocasiones, genial. Y siempre grato de leer. Un verdadero monstruo de la poesía. De hecho, se tiene muchas veces la sensación de estar penetrando en las antesalas donde se cuece el arte puro al bucear entre sus páginas. En las calderas donde se forjan sus ingredientes. Muy cerca de las aguas en las que se conciben las más refulgentes piezas artísticas.
Cuando lo leí, no me decepcionó. Al contrario, sentí que me encontraba ante un hombre que había sabido navegar con maestría por los mares nihilistas y dejar un recuento valioso y veraz de su travesía; que me enfrentaba a una especie de cruce manchego entre Maurice Blanchot y Georges Bataille. Una suerte de Frankenstein moderno en cuyo laboratorio se mezclaban vislumbres poéticos, casi proféticos, historias secretas sobre minotauros, la desesperación del alma airada castellana, reflujos de la poesía simbolista francesa y ciertas vetas místicas pertenecientes tanto a la cultura hispánica como a la germánica. Además de un oscuro, nostálgico y ávido romanticismo que bebía tanto de Gustavo Adolfo Bécquer y, en cierto sentido, de Antonio Machado como de Lord Byron y, sobre todo, los poetas alemanes -Friedrich Hölderlin a la cabeza-.
Todas estas referencias parecerán tal vez lógicas y entendibles y, en parte, lo son. Ningún gran poeta europeo podría haberse librado de ellas a la hora de cimentar una obra con ánimos de trascender. Pero, en este caso, lo que me resultaba increíble, era la naturalidad con la que aquel visionario buceaba entre todos estos influjos. Algo acaso únicamente explicable, teniendo en cuenta que fue hijo de un poeta y que, por tanto, para él, estos nombres no fueron tanto inmortales artistas sino amigos con los que jugar y divertirse, tal y como lo hace el niño con los muñecos o (sí, lo siento, no me resisto a realizar esta comparación) el loco con los objetos y personas (imaginarias o no) que lo rodean.
Aún recuerdo, como si fuera hoy, el contacto con los primeros de sus versos que me tocaron el alma. Pertenecían a su poemaPalimpsestos. Mutación de Bataille: “Yo soñé con tocar la tristeza viscosa del mundo/ en el desencantado borde de una ciénaga absurda/ yo soñé un agua turbia donde reencontraría/ el camino perdido de tu ano profundo;/ yo he sentido en mis manos un animal inmundo/ que en la noche había huido de una espantosa selva/ salvaje como el viento, como el negro agujero/ de tu cuerpo que me hace soñar/ yo he soñado en mis manos un animal inmundo/ y supe que era el mal del que tú morirás/ y lo llamo riéndome del dolor del mundo”.
Todavía siento escalofríos. Ante mí se encontraba el alma putrefacta de la poesía. La bestia que traspasa el infierno, sacude al ser humano, lo enfrenta al abismo y le obliga a revolcarse en el estiércol. En aquellos versos aparecía el horror de Poe y la risa de Lautreamont, los sueños de los miserables y los gritos de las prostitutas. De todos aquellos olvidados por ese Gran Padre (Estado moderno) que amenazaba con devorar a quienes quisieran ser libres. Guiarse por su propio inconsciente sin tener por qué perpetuar la especie u obedecer sus leyes.
De la lectura de sus poemas se deducía que Panero era un escritor contra-cultural, o más bien, contra-temporal. Puesto que era muy difícil situarlo en una época o momento concreto. Se mantenía conscientemente alejado del tiempo. En esa zona secreta, angosta, que limita con la realidad y la fantasía -a la que no sólo llegan unos pocos hombres sino muy escasos poetas- donde todos los deseos se mezclan y bifurcan, formando una especie de espora artística envolvente, que muy fácilmente puede convertir a quien la crea o ha decidido vivir en ella, como era el caso de Leopoldo, en un desterrado. Pocos versos, por ejemplo, como los de El beso de buenas noches describían con mayor crudeza la soledad del individuo ante los padres-dioses. No únicamente el consanguíneo: “Padre, estoy muerto, y es la tumba/ una cuna mucho mejor/ padre, no hay nadie, ya estoy solo/ padre, si alguna vez de nuevo/ vuelvo a vosotros, padre si otra/ vez yo vivo/ no sé con qué voy a soñar”.
Para Panero, la historia de Occidente era lo más parecido al relato de un gran engaño. Y en su poesía, esto quedaba claro. Puesto que en ella, los locos y los muertos (los negados, los no vistos) bailaban una danza irrefrenable, continua, de resonancias carnavalescas, sobre las tumbas de condes y reyes cuya gloria y riquezas fueron cimentadas a través de guerras insensatas. De hecho, él mismo acabó confinado, como si fuera un apestado, en psiquiátricos, manicomios. Pero, contrariamente a lo que pudiera pensarse, no ejercía de víctima en sus textos. Ni tampoco era únicamente una especie de gnóstico pasional e intuitivo. También era un poeta moderno, capaz de enmascararse cuando lo necesitaba, en punk, ácrata, anarquista o cualquiera de los disfraces que necesitara para poner en jaque al poder, zarandearlo y mostrar sus mentiras. A mi memoria vienen ahora, por ejemplo, sus revisiones de ciertos relatos infantiles en los que parecía más un guionista de una revista de ciencia ficción de serie B o un componente de los Sex Pistols o Kaka de Luxe que un poeta clásico. Decía en Captain Hook: “El Hijo de Dios orina en mi cabeza/ calva como la del Captain Hook/ y una flor crece sobre mi cabeza/ calva como la del Captain Hook”.
Uno de los aspectos más interesantes, en cualquier caso, de su propuesta radicaba en que cada uno de sus versos adquiría una serie de resonancias simbólicas que nos ponían en contacto con un pasado literario actualizado constantemente de tal forma que, por ejemplo, la sombra de ese Captain Hook al que acabamos de hacer referencia, se podía confundir con la de Hamlet o el capitán Ahab. Convirtiendo cada uno de sus libros en un viaje al Averno, lleno de símbolos culturales gritando desde las sombras. Un pasadizo repleto de ecos y voces de otras voces arrojadas al vacío. Invocando limbos y mundos perdidos.
Realmente, la imagen pública generada sobre Panero no ha permitido tal vez tomar total conciencia de lo agudo de su pensamiento. Ajeno a la trampa narcisista, en vez de mirarse en el espejo, el poeta manchego lo rompía. Introducía su brazo en el boquete, sin miedo a sangrar, y transmitía con veracidad todo aquello que encontraba al otro lado de la realidad, a través de palabras crudas y veraces.
Mucho más Dionisos que Apolo y amante del caos que del orden, lo que quedaba claro, en todo caso, tras una instintiva o meditada lectura de su poesía, es que Panero había nacido predestinado. Él era un verso salvaje, deslabazado y feroz. Alguien parecido a un guitarrazo de Lou Reed. Ese paseante del lado salvaje con quien no me resisto a dejar de compararle. Pues, con el tiempo, me recuerda a un rockero nacido fuera de tiempo y, por supuesto, en el lugar equivocado: el prototipo de artista caído. Un ser que sentía su estancia en este mundo como un castigo pero intentaba, a pesar de todo, disfrutar con los goces de la vida. Aunque también me seduce contemplarlo como un caballero sin armaduras que se hubiera ido al destierro por voluntad propia y volviera de su viaje con unas rosas en sus manos. Por más que me inclino finalmente por verlo como un místico sin miedos a desafiar la muerte diariamente. A reírse de ella o besarla como si fuera su amante vulgar. De ahí, de ese desparpajo para dialogar con la Parca, en gran medida, creo que extraía la fuerza para componer sus poemas, llenos de versos en los que aullaba más que hablaba. Como si los hubiera escrito con sangre y consciente de que urdirlos, sería probablemente lo único realmente importante que hiciera en toda su vida. Shalam
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