La mayoría de escritores -incluso los más grandes- tienen al menos un libro maldito en su trayectoria. Parece, de hecho, un requisito para lograr el éxito. Pues el fracaso de uno de nuestros proyectos es un buen indicio en ciertos casos para saber los defectos que tenemos y cuáles son, por tanto, los pasos que no debemos volver a dar para evitar estrellarnos de nuevo con el vacío, incomprensión o silencio de los lectores. En mi caso, ese libro no se hizo esperar. Se llama Bruja. Y es mi Metal Machine Music particular. Un texto rebelde y un tanto esquizofrénico que provocó la deserción de muchas personas que se sintieron agredidas por una escritura parecida a la garra de un lobo herido. Por una novela que, como todas las mías, no daba tregua temática pero, sobre todo, formalmente. De hecho, era prácticamente un poema simbolista extendido durante más de 200 páginas sin capítulos ni resquicios donde agarrarse para poder orientarse entre el vendaval de palabras.
En realidad, el libro parecía estar preso de una maldición oracular porque ya la misma tarde en que lo recibí y pude al fin acariciar con mis manos su siniestra portada, la caja de cartón que sostenía los ejemplares se abrió provocando un derrumbe que, en cierto modo, era un presagio funesto. El grito de un cuervo anunciando el fracaso de mis ilusiones. Ciertamente, yo a Bruja le tengo miedo porque temo que quien haya intentado leerlo, no se adentre en El jardinero o Martillo o bien tenga reparos en leer otros textos míos. Bruja, sí, está embrujado. Y cada vez que he vendido o firmado un ejemplar a un desconocido no he sabido si alegrarme o sufrir. Pues tenía la impresión de que tal vez pudiera perderlo para siempre. Incluso el texto de la contraportada me ha generado problemas (algo previsible por otra parte) y no dudé con los meses en dar orden de cambiarlo en las páginas webs correspondientes donde se vendía.
Obviamente, mi relación con Bruja no es la mejor. A veces desearía quemar la novela en una hoguera o arrojarla a un océano. Y muchas veces, durante las últimas semanas, he pensado en lo dichoso que me sentiría si las únicas que tuviera publicadas fueran Martillo y El jardinero. Además, Bruja fue la novela que más me costó hacer. En gran medida, fue como coser un vestido antiguo de una hechicera medieval y es lógico que terminara llorando emocionado cuando le puse fin. Sin embargo, es un libro que la mayoría de los lectores han dejado a mitad. Quienes lo han terminado por lo general lo han disfrutado. Pero incluso estos submarinistas de las letras han tenido que pelearse con el texto para llegar a un final que si por lo general, les ha sobrecogido, ha sido después de más esfuerzos de lo acostumbrado. Eso sí, al menos las escasas personas que lo han terminado y han completado la aventura me han felicitado. Han vislumbrado los contornos de la espectral historia (incluso hubo uno que la comparó con La muerte de Virgilio provocando mi regocijo interno) y se han visto recompensados por el texto más exigente que he escrito y escribiré.
No obstante, Bruja es un libro que tampoco vendió mal. Lo hizo menos que Martillo pero tampoco demasiado menos. De la primera edición tampoco quedan tantos ejemplares, de hecho, y sería muy factible ir pensando en lanzar una segunda para dentro de un año o dos. Pero yo al menos no apoyaría la propuesta. Quienes han leído la novela, saben que al final de la misma todo encaja y que, en realidad, esconde una historia preciosa y sombría en su interior pero la compliqué hasta tal exceso manierista que no me agradaría que volviera a publicarse sin una corrección severa.
Yo amo Bruja. Amo ese libro con todas mis fuerzas. Pero soy consciente de que para destacar sus virtudes debo volver a trabajar en el texto, pulirlo, simplificarlo y realzar sus virtudes. A bote pronto, creo que quitándole 50 páginas y aclarando dos o tres nudos argumentales, la novela tal vez no mejorara en fuerza simbólica y literaria pero sí sería mucho más legible y disfrutable y podría venderla sin temor a perder nuevos lectores. En fin. Supongo que antes o después me pondré a corregirla pero mientras ese día no llegue, tendré que convivir con una obra que es mi particular agujero negro. Mi naufragio y mi vacío. Esa parte de nosotros sin la cual no podríamos vivir pero que si pudiéramos, no dudaríamos en modificar. La vigilia criminal. Shalam
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