Mike Patton no canta sino que aúlla y no graba discos sino que toma riesgos. De hecho, no parece estar en el negocio musical sino en el artístico. Me recuerda a uno de esos pintores expresionistas que arrojaban pintura por todas las partes de su estudio y componían figuras geométricas imposibles en el suelo con los dedos de sus pies y manos. Y casi que hasta con la lengua. Y también a uno de esos performers que van de pueblo en pueblo como juglares pero en vez de recitar temas populares acompañados de su guitarra, arrojan unos cuantos cristales al suelo y se ponen a berrear. Lo mismo hacen de perro lobo que de payaso pero siempre causan una sensación de extrañeza y cierto malestar e incomprensión en el público. Y también lógicamente dejan a unos cuantos espectadores maravillados.
En realidad, creo que Patton no actúa sino que realiza exorcismos. Le abre camino a las voces de sus demonios internos. En cierto sentido, esa es la función de todo artista. Aprender a convivir con sus úlceras existenciales y diablos y dejarlos que se expresen según sus anhelos y deseos. La mayoría de personas no lo hacen y caen en la atonía y la rigidez o el desequilibro, las obsesiones y la locura. El victimismo, el lamento o el crimen. Pero en absoluto es ese el caso del inquieto frontman norteamericano. Un sagaz prestidigitador artístico que se ha erigido en épico defensor del delirio y los estertores del rock. Pues en cierto modo, canta como si hace tiempo que este estilo musical estuviera muerto o como si por el contrario, se encontrara en su mejor momento. Superando frontera tras frontera y límites continuamente tanto de manera natural como por imperativo moral. Como si cada mañana al levantarse y mirarse al espejo, vislumbrara las colinas del Averno y el rostro de Mefisto ansioso por escucharlo entonar salmos y poemas destructivos. Corroer un poco más la música.
Mike Patton ha sido un outsider toda su vida. Con el tiempo, su rostro -mucho más que el de otras personalidades más famosas en su tiempo- es el que mejor se adecúa para definir el rock alternativo de los 90 y parte del del siglo XXI. Si los surrealistas, apoyándose en Lautreamont, definieron su movimiento como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección. Lo que hacían Faith No More podría perfectamente resumirse como el encuentro entre una taladradora y un martillo gigantesco en medio de un temporal. Ciertamente, si tuviera ilustrar aquello en que podría haberse convertido el rock contemporáneo de dejarse llevar por el riesgo y la experimentación aludiría tanto a Angel Dust como a Epic. Dos discos en los que la creatividad fluía y a pesar de las locuras y las excentricidades existía un equilibrio inestable. De hecho, eran un par de rocas llenas de granito muy difíciles de definir porque lo mismo remitían al rock clásico que al hardcore o al rap que a los sonidos industriales o al funk. Y a pesar de ser realmente peligrosas y audaces también tenían su faceta melódica (y hasta cinematográfica) así como un par de singles infecciosos y pegadizos. Eran, sí, un auténtico delirio rítmico. Una mezcla entre Metallica, Hüsker Dü, Van Halen, Spandau Ballet, el soul negro y Run DMC. Entre el heavy y el hardcore y entre Ramones, el jazz clásico y el rock progresivo aderezado por una sofisticada y al mismo tiempo terrenal y cruda producción. ¡La cuarta dimensión musical!
Cualquiera hubiera pensado que después de Faith no more y teniendo en un puño al público de la MTV, Mike Patton escogería el camino fácil y se dedicaría a vivir de las rentas o a experimentar con cualquiera de los estilos electrónicos tan en boga de la época. Hay músicos por ejemplo que pasan décadas intentando crear obras tan complejas y centradas como Angel Dust y en principio no habría habido demasiadas voces críticas en contra de proyectos más estereotipados o con una mayor proyección comercial. Pero en absoluto fue este el caso de este granjero espacial. De hecho, cada uno de los proyectos en los que se fue embarcando a medida que se intuía el ocaso de Faith no More era más deliciosamente delirante y extraño que el anterior. Alguno de sus discos en solitario casi que podían atreverse a mirar de frente al Metal Machine Music o a cualquier disco de ambient psicótico y otros eran directamente una mezcla deliciosa entre la canción italiana y la de California que lo mismo podían sonar en el festival de San Remo que en mitad de una película de David Lynch. Por otro lado, los que grabó con Mr Bungle tenían momentos tan ralos y alucinados que lograban que los de Faith No More parecieran nanas infantiles para rockeros clásicos. Algo que también ha ocurrido tanto en las lunáticas colaboraciones con John Zorn como en sus proyectos junto a Tomahawk y Fantômas. Bandas con las que ha creado obras que lo mismo podrían ilustrar las imágenes de un tortuoso filme Gallio como de un funeral apocalíptico o una guerra nuclear en medio de las que aparecen voces de almas muertas y ritmos tribales que hacen pensar en la celebración de rituales en homenaje al fin del mundo. Al incendio cultural provocado por la tecnología durante el siglo XXI.
En fin, Patton es otro de esos escasos músicos cuya carrera musical es una aventura. Una odisea creativa parecida -por el influjo latino que hay en ella- a una inmersión en LaDivina comedia o a uno de esos libros mágicos de Ailester Crowley. De hecho, es en cierto modo el Fausto del rock actual. Un volcán telúrico a punto siempre de entrar en erupción que incendia los escenarios en cuanto pone un pie en ellos. Yo tuve la suerte de verlo actuar en una ocasión y me hizo sentir en un templo gótico. En medio de una iglesia por la que resonaban guitarras, baterías y voces espasmódicas parecidas a reflujos espirituales. Páginas de la Biblia volando por el aire que emitían graznidos en cuanto se posaban en el suelo y obligaban a los oyentes a esta constantemente alerta. Mover los pies y bailar de algún modo o prepararse para morir. No regresar jamás y perderse en medio de un ignoto cuarto negro. Shalam
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