Cuando el silencio termina suele producirse un maremoto. Cientos de olas con forma de sílabas se agolpan en la garganta de los mudos deseando salir y miles de pensamientos de aspecto endemoniado se alargan como sombras de papel en su cerebro. Por ello, los sabios recomiendan no hablar al menos durante dos o tres días después de una peregrinación al desierto. Porque el corretear de las palabras escondidas en el cuerpo produce una satisfacción enorme. Una mezcla entre las cosquillas y un masaje aceitoso que consigue que el mero hecho de tumbarnos sobre la cama sea una experiencia gozosa, casi mística. Sobre todo, si al ayuno de lenguaje se ha unido el de alimento y agua. Una vorágine que destruye todos los vicios del organismo y lo ayuda a fortalecerse y purificarse. Permitiéndonos escuchar la voz de dios con la claridad con la que podían hacerlo los antiguos santos o profetas o esas vírgenes que eran sacrificadas en cruces clamando por el amor de Cristo y no entregaban su sexo a ningún hombre si no era con violencia y saña.
Los habladores suelen ser muy ansiosos. Por lo que se les recomienda la meditación. La calma. Existe una especie de superstición en esta receta: la idea de que cuanto más callamos menos palabras sentimos necesidad de pronunciar por fuerza del nuevo hábito adquirido. No obstante, el silencio es un parto ancestral que destroza cualquier idea preconcebida y hay habladores que, tras un retiro, parlotean como si tuvieran gula de aire y prisa por recuperar su vicio. Eso sí, por lo general, ya no lo hacen sobre asuntos trascendentales e íntimos que ahora callan o pronuncian en los momentos precisos sino sobre temas banales que convierten su hablar en un silencio total. Porque lo que los transformaba en habladores era precisamente no saber callar sus secretos y temas personales. De hecho, muchos de ellos apenas pronunciaban tres o cuatro frases en una conversación aunque siempre eran reveladoras de su alma. Contenían aspectos de su persona que nadie debería saber.
¿Qué es lo que diferencia a los habladores de los conversadores? Que estos últimos discuten y opinan sobre innumerables temas sin dejar escapar jamás un rasgo que delate la naturaleza de su yo íntimo. Algo que también les pesa puesto que, de alguna forma, esa ligereza demuestra una concepción de la vida disipada. Lo que prueba que toda forma de silencio es recomendable incluso para los que callan teniendo en cuenta que contribuye a fumigar el alma de las personas desorientadas, cobardes o mezquinas que ven al fin abiertas las puertas de los cielos.
En cualquier caso, lo cierto es que, sí, ayunar remueve el espíritu, lo libera y lo alza y muestra con meridiana claridad que no importa en demasía lo que digamos ya que al final, la verdad siempre, absolutamente siempre se impone y dios emerge victorioso. Básicamente, porque de él no se puede ni se podrá hablar jamás con certeza. Shalam
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