Son por lo general fascinantes las apariciones de los eclipses en el arte y, en concreto, en el cine. Melancolía, el film de Lars Von Trier, describía apocalípticamente el ensombrecimiento de nuestras creencias espirituales. Y la famosa película de Antonioni cuyo título –El eclipse– hacía alusión a este fenómeno, era una radiografía del apagón existencial creado por la sociedad industrial. La época de la incomunicación. No obstante, sus apariciones dentro de la música también son ciertamente intrigantes. En Dark side of the moon, por ejemplo, Pink Floyd dedicaban una canción a un eclipse solar que era una mera excusa para mofarse y criticar el insano afán de posesividad de los ciudadanos occidentales.
Por otra parte, desde luego que también acostumbran a ser trascendentes las alusiones a ellos que se producen en la literatura. En El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad les consagra un discurso. La embarcación de Charlie Marlow se desplaza lentamente por el río Congo donde los cánticos de los indígenas se mezclan con los rugidos de las bestias y las voces, latigazos y ronquidos emitidos por los soldados ingleses. El joven aventurero contempla ensimismado las ondas de agua, los perfiles de los árboles y las matas de hierba gigantesca que rodean la madera humedecida e invadida por flores salvajes hasta que aparece de nuevo en su mente el obsesivo recuerdo de Kurtz, el comerciante de marfil al que debe matar. Un ángel caído que con tan sólo un gesto es capaz de gobernar a los indígenas y ha llenado su poblado de cruces invertidas bañadas en sangre de cabrito en torno a las que realiza extrañas danzas al amanecer.
Marlow compara a Kurtz con un eclipse. Un fenómeno que, según nos sugiere, mientras afila su machete y observa fijamente el horizonte prestando atención a una estructura arbórea que le recuerda a los zigurats, en Babilonia era símbolo del ocaso de una civilización.
Por otro lado, el protagonista de Muerte en Venecia, Gustav von Aschenbach, aseguraba que, durante el desarrollo de un eclipse, los muros de la Torre de Babel comenzaron a temblar debido a corrimientos de tierra y que, desde entonces, en Mesopotamia se teme tanto o más a esos fenómenos que a las sequías y animales salvajes.
En cualquier caso, las alusiones de los escritores de El duelo y La montaña mágica a estos fenómenos que Antonin Artaud calificó en El ombligo de los limbos como pesadillas de perros, no son los únicas.
En el Doctor Fausto, Thomas Mann realizaba una comparación entre el deseo del airado Adrian Leverkün por componer la sinfonía total con el comportamiento de la luna durante un eclipse puesto que, en cierto modo, desea imponer su voluntad sobre el sol para imponer la noche absoluta. Y en su primera novela, La locurade Almayer, Joseph Conrad hacía referencia a ellos como metáfora de la caótica situación vivida por el melancólico Kaspar Almayer en la isla de Borneo, a orillas del río Pantai.
El oriundo holandés observa a su hija mestiza, Nina, en brazos de su marido, Dain Maroola, navegando por unas aguas turbias y revueltas entre los resplandores de las estrellas, mientras se siente invadido por un terrible sentimiento de frustración y soledad que le hace hilar una reflexión cuyos flecos se entretejen con la desesperada situación que vive. Una meditación en la que nos informa que los pueblos asiáticos identificaban a la luna con un dragón gigante ingiriendo lentamente el Sol. Por lo que cuando se producía un eclipse solar intentaban ahuyentarlo emitiendo ruidos con todo tipo de instrumentos y realizando sacrificios y rezos. Además, pensaban que, durante los eclipses, solían desprenderse de los cielos esencias negativas que transmitían enfermedades que diezmaban poblaciones, contaminaban alimentos, pervertían las costumbres, causaban desgracias, corrompían corazones y acrecentaban la melancolía y la tristeza. Los faros de la indolencia y las tentaciones, según Confucio.
Un sinfín de penalidades que, de un modo u otro, experimentará el héroe de Conrad antes de suicidarse en una cruenta, maravillosa escena que es uno de los mayores atentados contra el mundo del progreso jamás escrita. La cual, por supuesto, se lleva a cabo mientras la luna comienza a superponerse al sol.
Ciertamente, los eclipses, como el lodo y el fango, son brumas poéticas y artísticas de tan alta intensidad que únicamente si se es un auténtico escritor, un verdadero artesano, deberían ser transitadas. El romanticismo, por ejemplo, acabó aniquilando su efecto alucinatorio por su uso reiterado. Pero no hay duda de que Conrad les da realce de nuevo. Probablemente porque su prosa impresionista funciona como estos enigmáticos fenómenos. Es capaz de iluminar escenas donde sólo hay oscuridad y de oscurecer las zonas de luz que en una historia pudiera haber. Shalam
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