Los cambios sociales cada vez son más vertiginosos. Además de a la música, los padres de Disasterpeace (de nombre real Richard Vreeland) eran aficionados a los videojuegos y en su casa era habitual escuchar los tradicionales chips de 8 bits procedentes de la videoconsola. Lo que provocó que cuando su vocación artística despertara, no soñara -como era habitual para muchachos de anteriores generaciones- con alzar su guitarra para un público enfervorizado dentro de un estadio con inmensos altavoces sino en mantenerse en un segundo plano -tal vez en el anonimato- y componer melodías constreñidas ante todo al mundo gamer. Un orbe lleno de ideas interesantes y vivas donde existe una efervescencia creativa inusual porque todavía está sin regular y no se ha dado a conocer masivamente y al mismo tiempo, existen ya grande cantidades de dinero y fans que apoyan todo tipo de proyectos en los que la música -al no tener un papel secundario respecto a los gráficos- puede intentar alcanzar límites extremos. Emprender aventuras inconcebibles dentro de las vertientes tradicionales del pop.
Por ejemplo, cuando aún era desconocido, como si estuviera arrojando botellas con mensajes secretos al mar, Vreeland empezó a colgar en internet las melodías que iba urdiendo para videojuegos imaginarios. E inmediatamente, algunas de ellas se hicieron muy famosas entre los amantes de juegos de rol basados en la lucha libre. Encontraron receptores tan extraordinarios y «raros» como su propio proyecto musical.
Una experiencia que lo animó a profundizar en un camino que tiene varios hitos creativos como era el caso de la maravillosa OST del videojuego imaginario Rise of the Obsidian Interstellar. No sólo un disco que permitía rememorar la experiencia de jugar en aquellas míticas máquinas de marcianitos Arcade que crecieron como esporas en las salas recreativas durante los 80 sino que animaba a realizar todo tipo de reflexiones sobre el futuro y desarrollo de la música en general. Porque si logramos abstraernos de los tradicionales 8 bits que comprimían el sonido, convendremos que la obra en sí misma era tanto puro rock progresivo como ambient. El irreal encuentro entre Brian Eno y un disco instrumental de Yes en medio de una batalla interespacial. Era una obra que rebosaba una creatividad inmensa que sacaba dos estilos musicales de su contexto y los llevaba a otro terreno donde transformaban, mutaban totalmente su rostro sin por ello dejar de ser reconocibles. Perdiendo cierta carga de trascendencia para ganar en carácter lúdico. Una maravilla de cuyas consecuencias y últimos alcances tal vez no comencemos a ser conscientes hasta dentro de unas décadas. Cuando las ost de videojuegos sean totalmente mainstream y objeto de sesudos artículos en suplementos culturales de periódicos. Algo que por el bien de su creatividad, confío que nunca ocurra.
No obstante, es imposible mencionar a Disasterpeace y no citar la banda sonora que lo encumbró y dio a conocer e hizo que David Mitchell lo animara a adentrarse en el cine. Me refiero lógicamente a la de Fez. Una delicia minimalista y ambient. Un caramelo tecnológico que sublimaba las bellas imágenes del juego Phil Fish. Una exploración geométrica por el alma de las videoconsolas que merecía una música como la que compuso Vreeland que homenajeaba secretamente a ciertos pasajes atmosféricos y melodías de los primeros videojuegos y al mismo tiempo, incursionaba en nuevos territorios. Era casi una aproximación a la cuarta dimensión del sonido tan evanescente y evocadora como juguetona. Un caramelo abstracto que reflejaba perfectamente las sensaciones experimentadas por los niños cuando iban descubriendo el mundo, familiarizándose con el lenguaje o comenzando a caminar que tenían su espejo y contraparte en el plácido puzzle llenos de ritos de iniciación creado por Phil Fish. Un homenaje total al mundo pre-linguístico y pre-racional imbuido no obstante de extrema (o más bien intuitiva) racionalidad y un lenguaje gráfico tan elaborado y plácido que era capaz de crear continuos orgasmos mentales y anímicos. Crear atmósferas cerebrales y pictóricas que provocaban inquietud sin necesidad de fracturar las ilustraciones ni el sonido o de convocar imágenes cruentas. Con tan sólo el dibujo de un cielo límpido o el balanceo insistente de dos plácidas notas sonando en amplios intervalos de tiempo.
El talento de Vreeland era tan manifiesto y exultante en Fez. Era tan rebosante que, aunque en ningún momento entrara en sus planes, es lógico que llamara la atención del mundo del cine independiente y que su música ya sea inseparable de las creaciones de David Mitchell. Su banda sonora para It follows es prácticamente una obligación escucharla atentamente para cualquier aficionado. Ante todo, porque es una creación revisionista pero tremendamente adelantada a su tiempo. No sé si futurista es la palabra adecuada pero sí tal vez vanguardista. Es decir; es una obra que no cesa de citar directa o indirectamente a algunas de las referencias del género de terror (sobre todo, a las de John Carpenter) y también a las que él mismo ha creado para videojuegos pero al mismo tiempo, centrifuga el sonido con tanta intensidad y en tan breves intervalos que les modifica totalmente la faz a esas atmósferas clásicas. De tal modo que es casi una introducción -todo esto dicho entre comillas- a la virtualidad de las ost de terror. O más bien -aunque he de reconocer que no me gusta utilizar esta palabra- una deconstrucción de las mismas. Un experimento que trasciende plenamente en conjunto con las imágenes y en eso es un tanto distinto de otros soundtracks por músicos más tradicionales que no eran tan dependientes del filme que acompañaban.
Podría citar unos cuantos hitos más en la vida artística de Disasterpeace pero entiendo que una atenta escucha de estos tres bastan para familiarizarse con este pionero. Uno de los primeros aventureros que han dado el salto del mundo del videojuego al del cine abriendo ventanas a descubrir un territorio lleno de inquietantes exploraciones que, poco a poco, como si fuera uno de esos extraños virus mutantes que aparecen en las obras de David Cronenberg, están adentrándose en la vida cotidiana hasta condicionarla totalmente. Al fin y al cabo, ¿existe alguna duda actualmente de que la realidad es un videojuego y un videojuego la realidad? Si existen todavía, tal vez no las haya dentro de unas cuantas décadas. Probablemente a eso aluden esos nostálgicos sonidos que presienten nuestro futuro y casi que lo condicionan compuestos por Disasterpeace y muchos de los anónimos héroes chiptune. Shalam
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