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Diarios

Feb 10, 2022 | 2 Comentarios

La semana pasada leí el primer tomo de los Diarios de Rafael Chirbes. Puro vicio. Adicción. Una obra concisa y verdadera. Droga dura. De esas de las que ya no abundan. Me ocurría al leerlos algo parecido a lo que me sucedía cuando abría sus novelas. Que su intensidad me hacía de tanto en tanto pausar mi lectura para recuperar el aliento. Volver en mí. Porque Chirbes logra, incluso cuando habla de los temás más leves, que cada segundo parezca el último. De hecho, me llama la atención que apenas se refiera a sus planes y proyectos. Sí lo hace de las novelas que no escribe. De aquellas que no logra poner en marcha. Y también de la serenidad que le transmiten las que concluye. Pero incluso cuando se siente satisfecho, Chirbes huye del futuro. También de la eternidad.

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Como los personajes de sus novelas, Chirbes vive siempre (o casi siempre) en el presente. Sin por ello dar una sensación de ser un individuo hedonista sino más bien de ser alguien muy lúcido por entender que, de uno u otro modo, ese es el único tiempo sobre el que puede uno actuar. Indicar algo que tenga cierto sentido en medio de las frustraciones cotidianas y el maremoto de noticias diarias cuyo rumor no alcanza a ocultar el paso del tiempo. El monstruo que devora días, años, deseos. 

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Los Diarios de Chirbes respiran libertad. Franqueza. Son parecidos al café. Agrios y excitantes. Entre otros motivos, repito, porque son reflejo de su presente. Porque Chirbes no se proyecta en futuros meses o años. Vive el día a día  con lo que tiene. Sin expectativas. Sin falsos sueños. El sexo, los cigarrillos, la buena comida y los libros mataban su ansiedad. Comprimían sus miedos. Le resguardaban frente a la queja. Las buenas noticias literarias las recibe con reposo. Sin excesivas alegrías. Las separaciones amorosas tampoco le abocan a la tragedia. En cierto sentido, es un espectador de su propia vida. Cuando entra un nuevo hombre en su habitación sentimos su alivio pero también que es consciente de los sufrimientos que posiblemente le deparará la futura separación.

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Chirbes escribe siempre con madurez. Como si la juventud fuera un pecado y la verdad, su verdad, hubiera que buscarla en la vejez.  De hecho, sólo pierde el control cuando se fustiga a sí mismo cruelmente porque se ha follado a algún jovencito o un desconocido sin mostrar ni misericordia ni humanidad, o cuando entiende que no trabaja lo necesario en sus libros. Esos textos que olían a sexo y colonia y semen y frutas por todas partes en los que retrató la sociedad valenciana (y por ende, la española) desde sus entrañas. Con la acidez de quien la sufre y soporta diariamente. De quien se encuentra tan cerca del pornográfico lujo y la corrupción que es capaz de describir con minuciosidad de orfebre tanto sus herramientas de seducción como sus excrecencias.

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Rafael Chirbes era un hombre adulto. Nada que ver con las imposturas de este mundo lleno de personas de mediana edad empeñados en parecer adolescentes. Asustados de las canas y las arrugas. Adictos a las cremas y gimnasios. Así que, de alguna forma, sus Diarios transmiten dignidad. La de alguien que acepta sus vicios y no intenta luchar contra la realidad. Lo que le permite describirla con la precisión del periodista sin tener que pagar el peaje de estos últimos. 

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Los Diarios de Chirbes nos recuerdan que la literatura no está para gustar sino para recoger la experiencia humana. Que en la literatura no hay triunfadores ni perdedores. En la literatura hay vida o no hay.  Sin más.

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Tengo la impresión de que Chirbes vivía sin aspirar a la felicidad. O más bien, sabiendo que nunca la alcanzaría. Es más, que tampoco tenía mucho sentido buscarla. Y eso lo convirtió en un buen escritor. En alguien con el pulso firme que tomaba con distancia tanto los elogios como las críticas. Sin tomarse nada de manera personal.

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Chirbes era un hombre solo. No profunda sino intensamente solo. Los días (que son muchos) en los que no escribe en su Diarios pesan tanto en nuestra lectura de los mismos como aquellos en que lo hace. Sus silencios estaban cargados de seca significación. 

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Chirbes es de los que mejor han diseccionado las corruptelas y mentiras de la socialdemocracia española. En sus novelas lo hace a lo grande. En sus Diarios con pequeñas frases. Apenas destellos. Breves reflexiones parecidas a flechas que dan siempre en el clavo. En sordina, retratan la podredumbe moral. La dictadura del dinero. El férreo placer del poder. 

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Chirbes realizaba por cierto reseñas verdaderamente muy agudas de los libros que leía. No sólo era un hábil diseccionador de la sociedad, como dejaban muy en claro sus novelas. También tenía un olfato literario muy aguzado. Desmenuza en sus Diarios varios libros. Algunos con mayor o menor extensión. Pero el denominador común de sus impresiones es la certeza y la lucidez. Chirbes sabe bien dónde y cómo respira el texto que lee e identifica perfectamente sus fallas. Lee con pasión pero su cerebro es el de un arquitecto. Sus reseñas con casi teoremas literarios. Hacen evidente los problemas literarios y permiten vislumbrar cómo resolverlos.

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Da la sensación Chirbes en sus Diarios de ser un ácrata ordenado. Un anarquista que aceptaba el orden. Lo que le proporcionaba mesura. La rebeldía del descreído mezclada con la sabiduría que proporciona el trabajo constante y diario. La humildad del que concibe la literatura no como arte sino como oficio y la locura de quien encuentra equilibro en su vida gracias a las palabras. Escribiendo frases.

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A Chirbes me lo crucé en una ocasión en un hotel de Xalapa. Lo saludé y me saludó. Eso me llamó la atención. Que no me negara el saludo. Podía haberlo hecho puesto que no me conocía. Yo era (sigo siéndolo) una persona completamente  anónima. Alguien más en el trasiego de los pasillos de un edificio lleno de periodistas, escritores, público y trabajadores debido a la celebración de un festival literario. Así que lo más lógico es que me ignorara o me mirara con incredulidad o cara de pocos amigos. Pero, no, conforme abría el ascensor para dirigirse a su habitación, me saludó como se saluda a un conocido con el que hemos hablado en alguna que otra ocasión. Con cierta amabilidad. Sobre todo, con educación. Como aquel que es consciente de que es saludable respetar a quien nos repeta, saludar a quien nos saluda, amar a quien nos ama y perdonar a quien nos perdona. Por un mero tema de higiene personal.  

Tal vez esté exagerando pero en ese detalle yo al menos percibo la esencia del Chirbes escritor. Alguien tan solo, tan volcado en sí mismo y su trabajo, que no le importaba departir con cualquiera. Alguien que había llegado a ese punto en que sabe que toda conversación es un monólogo con nosotros mismos. Por eso sus Diarios son imprescindibles. Shalam

يموت الطاغية وينتهي حكمه. يموت الشهيد وتبدأ مملكته

El tirano muere y su reino termina. El mártir muere y su reino comienza

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen…..gino paoli de viejo……
    2ºimagen…..todavia fumando…….que pasa!!!!!……
    3ºimagen…..voy hacia el otro lado que el pavo!………. es guapisimo cuando dos asuntos cualquiera se muestran reflejados en el espejo……………..
    4ºimagen……soy un cachondo real………………….
    5ºimagen……le he escuchado una entrevista yrafael chirbes tiene una voz extraordinariamente «radiofonica»…..
    PD…….mira lo que he encontrao de valencia….la banda comica del empastre……….
    https://www.youtube.com/watch?v=4XJUzBVS708…………

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Español de novela de Juan Marsé recorriendo el puerto de Cuba en los años 40 del pasado siglo. 2) La vida se va yendo, se va. 3) No me había fijado en el pavo pero tienes razón. Seguro involuntario y crea un efecto que no sé bien cómo calificar. 4) imagen que inspira un lienzo con tema e influencias latinas: El vergel de la vejez. 5) No. No soy un político aunque lo parezca. Pero los conozco demasiado bien. Demasiado. PD: Muy bueno realmete el vídeo. Una curiosidad golosa. Tal vez le hubiera gustado a Chaplin. Sí.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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