Es increíble lo vacío que me encuentro. Parece como si concluir la Trilogía del horror me hubiera dejado sin palabras. Como si todo lo que tuviera yo que decir, hubiera sido transcrito ahí y añadir cualquier pensamiento más, fuera absolutamente innecesario. He de reconocer que no comparto bastantes de los puntos de vista del personaje de Ruido. Muchos de los artistas detestados por él, son amados por mí. Y, desde luego, que tampoco estoy en absoluto de acuerdo con su visión sobre varios movimientos artísticos. Pero en lo que sí conecto íntimamente con él sin ningún género de dudas es tanto con su rabia, la violencia con la que se expresa, como el odio que siente al mundo que lo rodea.
Día tras día, consulto los periódicos y al ver la deriva de la sociedad, la evolución del feminismo, la política de géneros, los partidos políticos y la constante manipulación, siento deseos de gritar y atacar a medio mundo pero finalmente, callo. No merece la pena añadir una voz más al caos puesto que muy pocos comprenderían adonde deseo llegar y, al fin y al cabo, yo ya he escrito Ruido. Un libro donde toda esta ira brotó -creo- de la mejor de las maneras. Sí, es cierto que inmensos abismos me separan de mi personaje pero también que una gran parte de mí que no he mostrado a nadie, se encuentra en él. Y que si bien no comparto muchas de sus opiniones, sí que cada vez me aproximo más a su actitud. En cualquier caso, estoy convencido que de no haber escrito aquella novela que pronto retomaré para corregir, más de una vez lanzaría un sinfín de exabruptos al aire. Sería yo una especie de viejo chivo insoportable. Pues tal y como veo actualmente el mundo, los supuestos defensores de la libertad se han convertido en unos fascistas de la diversidad. Los autoritarios se han escondido tras una serie de adjetivos y buenas intenciones que revelan que para ellos es más importante el dinero que la progresiva aniquilación de su personalidad y voluntad. Y hombres y mujeres han perdido su capacidad de amar a cambio de hacerse expertos en su capacidad de de manipular.
Veo hoy en día, por ejemplo, a decenas de hombres defendiendo el feminismo, las mujeres y la paridad debido a que es lo que más les conviene e incapaces de levantar la voz contra una injusticia si su acto puede ser tachado de reaccionario. Hacerles perder credibilidad. Hay personas que pretenden liderar corrientes de pensamiento plurales que son manifiestamente intolerantes contra todo aquel que sepa (y pueda) indicarles lo superficial de su punto de vista. La religión no es respetada y pretende ser sustituida por un laicismo que es una máquina de aplastar valores, manipular la historia y destrozar costumbres y cultura con la excusa de la tolerancia. El nacionalismo y el patriotismo se equiparan con el fascismo. Y la mayoría de personas traicionamos nuestros ideales para obtener el mal menor. Es decir, anteponemos la igualdad o la seguridad a la libertad. Craso error que nos convierte en marionetas de un sistema que con razón, premia a los psicópatas y sociópatas. Pues el progreso ha terminado destrozando a la tradición. Y, a estas alturas, esperar algo de este mundo es absolutamente inútil. Y mucho menos, con la forma en que se encuentra estructurada actualmente Europa.
En realidad, un mundo en el que la inmensa mayoría tacha de reaccionario a quien considera que el futuro -al menos en España- se llama peseta y no euro, se encuentra absolutamente cegado. Vive atento a las consecuencias pero desconoce las causas porque se encuentra lleno de oportunistas. Contrariamente a lo que se cree, esos que tanto defienden hoy en día la paridad 50/50 en cualquier ámbito social o laboral serían los primeros que despotricarían contra esta idea, si el aire soplara de otro lado. Son exactamente los mismos que hace un siglo o dos, primaban al hombre muy por encima de la mujer. Por eso tampoco pueden pedir justicia contra los reyes o una infanta. Porque la única justicia que conocen es la de saber decir las palabras exactas para ganarse los elogios de la mayoría desnortada (las decenas de likes de facebook) y así, mantenerse en sus puestos de trabajo sin mayor alteración.
La dictadura de lo políticamente correcto no es realmente, pese a lo que generalmente se cree, un invento de la pseudoderecha actual o una manera de mutar la piel del fascismo sino una de las más esplendorosas (y onerosas) creaciones de la socialdemocracia. La izquierda cobarde que antepone el dinero y las subvenciones o el puesto de trabajo fijo a la libertad y a la verdad. E hipócrita, convierte su cobardía en una forma de ser y estar y actuar que permite la corrupción de toda la derecha y gran parte de la sociedad para justificar y de paso, encubrir la suya propia. Shalam
إِنَّ اللَّبِيبَ بِالإِشَارَةِ يَفْهَمُ
Por más amargos que sean los golpes de la adversidad, nunca son estériles
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