Se me ocurren pocos festines tan suculentos para disfrutar durante estos días como la reciente reedición del mítico 1999 de Prince. Un disco lleno de colorido, vida y fantasía. Un cruce entre Walt Disney, el funk, la noche, el sexo sucio, el soul, un peep show y una adaptación Blaxploitation de una historia de amor juvenil. Una locura creativa parecida a una telenovela soul que obviamente no es perfecta (ni falta que hace) pero demuestra bien a las claras quién era el diablillo de Minneapolis. Un señor que poseía el desbordante talento de una divinidad ebria, era la encarnación del ritmo erótico, componía canciones al compás que respiraba y mezclaba de manera suntuosa y febril el barrio con el lujo, las noches de blanco satén con las de vicio y desparrame y la púrpura espiritual con el rojo pasión.
Ciertamente, en esta pantagruélica reedición aparecen un sinfín de temas inéditos de indiscutible calidad (también otros más irregulares) que realmente no hubieran desentonado en el disco original y permiten vislumbrar aún con mayor claridad el caleidoscópico rostro artístico de este duende del rock. Porque aquí hay de todo: rhythm & blues galáctico, techno guarro que parece sacado de una película porno, hip hop vacilón, nu jazz, riffs rockeros parecidos a masturbaciones, sensualidad pop y erotismo de cabaret. Una explosión creativa plena de imaginación que más que anunciar Purple rain, creo que debería ser considerada la cara A del mítico disco. Porque la efervescencia de Prince era tan grande que no quitaba el pie del acelerador un solo instante. Pasaba días y noches encerrado en su estudio sin prácticamente dormir, componiendo y grabando canciones a un ritmo que ni el Andrés Calamaro más estimulado y motivado podría soportar.
No sé cómo reaccionarían hoy en día las hordas censoras ante una figura como la de Prince. Pero sí tengo muy claro que le costaría más de un disgusto comportarse como estaba acostumbrado a hacerlo. Gimiendo tal si estuviera a punto de llegar al éxtasis a cada momento, moviéndose por el escenario como si fuera una cama y el suelo una amante a la que realizar constantes cunninlingus y jadeando, emitiendo chillidos y pronunciando palabras obscenas en discos que son una celeste batidora pop. Una maravillosa invitación a penetrar en la tierra de Oz de la música negra como deja claro cualquiera de las tomas en directo, sabrosos descartes y temas centrales de 1999. Una orgía de música popular que mezclaba la rabia y la dulzura con la religión y la obscenidad con absoluto desparpajo. Demostrando lo cerca que a veces pueden llegar a encontrarse la creatividad, la rebeldía y la chulería del corazón de Dios. Shalam
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