La mayoría del arte que merece la pena ha nacido de la depresión y la neurosis. La necesidad de vivir aceptando la tristeza y la imposibilidad de hacerlo. En realidad, estos síntomas son comunes a la mayoría de los ciudadanos pero deben ser mucho más acusados en personajes que han rozado el éxtasis con sus manos, como es el caso de Dave Gahan. Un muchacho que bailaba como un ángel y entonaba con contundencia himnos techno-pop que han quedado grabados en el inconsciente colectivo de la música popular de los 80 y se quedó atrapado en la imagen del eterno adolescente. El reflejo que emitían vídeos y fotografías en las que comandaba multitudes y parecía más cerca del cielo que de la tierra. Algo comprensible pues quién no desea reeditar las sensaciones de la juventud. De los primeros bailes y besos. De aquella locura desenfrenada en discotecas donde cuerpos y rostros eran parte de un menú degustación en un buffet existencial del que nada estaba prohibido.
Es lógico que la mayoría de ídolos juveniles queden traumatizados. La vida es para ellos danza y sexo. No hay días sino noches infinitas. Y no tiene más condimento que el transcurso de viajes y conciertos y el consumo drogas que prometen que ese momento nunca se irá. Que serán jóvenes eternamente. La heroína en concreto acaba con cualquier sufrimiento y malestar. A los pocos segundos, todo da la impresión de estar en su sitio y de que nunca se va a mover. Dave por ejemplo al consumirla sentiría que Depeche Mode nunca dejarían de grabar discos memorables y él siempre planearía sobre los escenarios de medio mundo y mantendría su imagen de efebo renacentista. Pero por el uso y abuso de la droga, casi acaba convertido en un cadáver. Su imagen durante los 90 era parecida a la de un espectro. Un fantasma que venía en un barco pirata a vengarse de las afrentas de su tripulación. Pérfidas traiciones inconmensurables.
En cualquier caso, lo cierto es que los problemas con las drogas de tantos y tantos músicos los hacen creíbles y humanizan. La mayoría de rockeros profesionales que no han pasado por esos infiernos terminan por estandarizarse hasta niveles a veces realmente infumables. Muchos no parecen artistas sino profesores. Profesionales del andamio que componen a unas horas determinadas y no se salen jamás del guión establecido. Caso contrario a personajes como Nikki Sixx o Dave Gaham. Gente a la que puede uno imaginar todavía bebiendo en un after buscándose a sí mismos, alargando un concierto mucho más tiempo del considerable y con la que entiendo que sería interesante charlar con un whisky en las manos y buena predisposición por su parte.
Si tuviera frente a mí a Dave tengo muy claro la pregunta que le haría: ¿Por qué todo ese arsenal de drogas si lo tenías todo? Y ¿quién sabe lo que respondería? Supongo que tal vez diría que deseaba tener aún más o que no tenía un motivo en concreto. Cuando veo a Gahan de joven contemplo a un muchacho feliz que ha encontrado en la música la manera de alcanzar el absoluto. Un niño que piensa que podrá pasar el resto de su vida bailando sin problemas y que además, cobrará por ello. El Gahan adolescente había llegado al cénit. Podía hacer prácticamente lo que deseara sin sufrir reprimendas de jefes o padres y siempre tendría techo, dinero y mujeres a su disposición. Una tentación demasiado fuerte para almas débiles. Sobre todo, teniendo en cuenta que Dave no aceptaba probablemente ciertas facetas de su personalidad y existían agujeros oscuros, episodios grises en su infancia que lo perseguían de un modo u otro.
Ya adulto, no obstante lo percibo como un caballero que ha saltado varias vallas. Un hombre que se ha vencido a sí mismo. Un superviviente que danza dando gracias por encontrarse vivo y coleando. Se ha convertido, sí, en un hedonista trágico. Un Fausto juguetón que mira atrás aliviado y cuando canta ya no se dirige tanto a su público como a la Muerte. De hecho, parece estar siempre solo en el escenario y hablar un lenguaje que únicamente ciertos artistas entienden. Ya ha dejado de competir y casi de disfrutar o sufrir. Es un cantante zen que no importa que entone cánticos adolescentes o adultos, está siempre de una manera u otra hablando de la redención y la expiación. La condena, el martirio y la resurrección. Es, sí, un hombre que lee el mismo poema en todos sus recitales: uno que versa sobre la paz que concede volver de nuevo al hogar y de los peligros y aullidos de infierno. Shalam
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