Siempre hubo algo adolescente en The Replacements. Su actitud nunca fue del todo profesional. Llevaron al límite las reglas no escritas del rock. Nacieron para perder. Para destrozar su mito y reconstruirlo incendiariamente. Eran kamikazes. Solían realizar conciertos épicos en medio de desangeladas salas y tugurios vacíos y bajaban un poco el pistón cuando se enfrentaban a multitudes o aparecían en importantes eventos. Su temperamento era suicida. Parecido al del joven de quince años que, teniéndolo todo para pasar de curso, aparecía borracho en el examen, decía unos cuantos improperios y se largaba a la calle a continuar bebiendo ante la sorpresa de sus compañeros y el profesor.
The Replacements eran más punks y crudos que muchas bandas que se jactaban de su salvajismo. A pesar de que probablemente nunca grabaron un disco perfecto y las producciones en muchos casos les perjudicaron, hay más descaro y rebeldía en cualquiera de sus composiciones que en la discografía de bandas enteras que llenan estadios y son recibidos como los nuevos Mesías del rock. Cuando Paul Westerberg, Tommy Stinson y compañía agarraban sus instrumentos se percibía inmediatamente que podía ocurrir cualquier cosa. Una demolición, un terremoto o un via crucis. Sus canciones olían a peligro y a bourbon. A caos y abatimiento. Propiciaban choques, colisiones con el blues salvaje, el punk y el legado de leyendas del cariz de Tom Waits, Johnny Thunders o los Stones. Pero al mismo tiempo poseían un cierto matiz universitario o intelectual que las ayudaba a trascender. A elevarse por encima del vicio y la locura y provocar sentimientos encontrados como tristeza y melancolía. Muchos de sus discos son de hecho un grito. Un lamento airado por la pérdida de una juventud a la que parecían querer agarrarse desesperadamente. Y algunas de sus canciones más que explícitos homenajes a Alex Chilton suenan a dream pop años antes de la eclosión del estilo; desgastado, nihilista y fuera de control pero dream pop al fin y al cabo.
La grandeza de The Replacements radicaba en su imperfección. En su profunda e íntima conexión con todo lo equivocado y lo erróneo y en su escasa habilidad para lograr dar los pasos adecuados y tomar decisiones acertadas. La banda de Minneopalis era capaz de condensar el espíritu del rock en unos pocos minutos y a continuación tirarlo por la borda debido a su espíritu alocado y frenético. Eran la viva imagen de la insatisfacción y la falta de previsión. Probablemente sus mejores conciertos los dieron en su local de ensayo y las tomas más reales y veraces de las grabaciones que hicieron, se encuentran perdidas en el cajón de uno de sus productores. En realidad, no eran demasiado originales. Su originalidad radicaba en su fanatismo. En la fe ciega con la que golpeaban sus instrumentos diariamente. La convicción con la que lo hacían además de su talento nunca les permitió aburguesarse. Siempre parecieron músicos errantes y perdidos. Salidos de callejones llenos de basura. Perros malolientes; migrantes y vagabundos folkie cuya razón de ser era viajar, tocar y emborracharse. Vivir la vida como si fuera un viaje en un tren o una cita con los amigos de toda la vida en el bar de la esquina para escuchar unos cuantos clásicos entre cerveza y cerveza.
Tras contener sus histriónicos arrebatos punk (Sorry Ma, Forgot To Take Out The Trash, Stink y Hootenanny) que hay quienes aseguran que son lo mejor que hicieron nunca; es decir, desde Let it be, no grabaron un disco que bajara del notable pero probablemente tampoco uno que alcanzara la matrícula de honor. Porque The Replacements eran reales. Su genialidad consistía en su autenticidad. No daban la impresión de ser muy distintos de cualquiera de nosotros. Podían acertar varias veces pero antes o después erraban el tiro o no daban en la diana con la violencia y exactitud deseadas. Algo que engrandecía su leyenda. Los convertía en colegas de sus fans que por lo general los querían como si fueran familiares. Sus canciones eran bombas. Estallaban en todas las direcciones. Eran incontrolables hasta el punto de que a veces la metralla les golpeaba a ellos. Un fusilamiento con el que al fin y al cabo parecían disfrutar conscientes de que consumirse era la mejor forma de honrar los músicos que amaban. Su nivel de intensidad era tal que les bastó con ser ellos mismos para acabar de un tirón con las etiquetas de los críticos que deseaban encasillarles dentro del Nuevo Rock Americano. Puesto que eran capaces de transformar con absoluto descaro, atrevimiento y clase una tonada a lo Dylan en música de taberna, una canción sobre la soledad en un himno stoniano y un riff trabado en un filete bien hecho que homenajeaba al blues.
Si Springsteen nunca se hubiera desviado del lado salvaje y tampoco hubiera conocido las dulces mieles del éxito, probablemente habría seguido algunas de las rutas abiertas por estos locos atrevidos cuya discografía puede leerse como el reverso en el espejo de un disco como Darkness on the edge of town. Una mezcla entre la elegancia mod y el rancio y seco cuelgue de los bluesmen de antaño que huele a frontera y a límite. A rebeldía, integridad, libro de Jack London y poema beat; a caos, cigarrillo de marihuana y pelo negro, sucio y grasiento del cabello de Keith Richards; a eterna incomprensión, belleza y alcohol; y, por supuesto, también a aventura, vicio y locura. Los ingredientes en definitiva que convirtieron el rock en un estilo vivo e intenso y, sobre todo, necesario. Absolutamente necesario. Un trocito de la cola del diablo bañada en alcohol corriendo libremente por las praderas y sombríos rincones de las ciudades. Shalam
الشجاعة لا تملك القوة لتستمر. هو الاستمرار عندما لا يكون لديك قوة
El coraje no es tener la fuerza para seguir; es seguir cuando no tienes fuerza
0 comentarios