Desde hace un tiempo (tal vez un año o dos) asisto con cierto asombro a un redescubrimiento de la filosofía estoica por la sociedad contemporánea. Abro youtube y me aparece un vídeo sobre las virtudes de la resistencia y del silencio. Entro en una librería y los libros de Marco Aurelio y Séneca se hallan en un lugar destacado. Un amigo que se entrena para correr una maratón tiene sus consignas metidas entre ceja y ceja. Antes de comenzar a calentar, escucha un vídeo de cinco minutos con un remedo de frases de Zenón de Citio, Epicteto y compañía. Y por aquí y por allá, donde miremos, se nos conmina a ser resilientes. Esta última una de las palabras que (debido a su uso interesado) más detesto.

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Obviamente, no tengo nada en contra de los estoicos. Meditaciones de Marco Aurelio me parece un libro esencial. Lúcido y exacto. Un soberbio tratado de moral castrense y ciudadana para hombres que aspiran a ser dueños de su destino y respetar, al mismo tiempo, la voluntad de los dioses. Séneca es, a su vez, imprescindible. Y es claro que en la Grecia Antigua el estoicismo era necesario para infundir disciplina y aire  a soldados y civiles acostumbrados a la dureza de la vida pero que participaban de una civilización y cultura bastante elaboradas. Por lo que necesitaban una ética de trabajo, sí, pero al mismo tiempo regirse por unos referentes virtuosos de conducta que concernieran al ser humano en su conjunto de manera integral, total.

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No miento al sugerir que desconfío de casi todo lo que se convierte en moda en las sociedades posmodernas. Es difícil no hacerlo. El mundo posmoderno es cualquier cosa menos ingenuo e inocente. Su objetivo es forjar ciudadanos crédulos y sumisos (que creerán ser libres e independientes) a través de la publicidad, el conductismo, la confusión y la metralleta mass-mediatica. Así que no puedo evitar mirar con sospecha este nuevo fenómeno de pastoreo y manipulación: la invasión estoica.

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Los ideólogos de masas saben muy bien dónde tocar. Según el célebre John Forbes Nash, «si queremos una sociedad predecible y controlable, debemos dividirla lo máximo posible».

Las conclusiones de Nash son verificables actualmente en cualquier lugar. Basta echar un vistazo a las redes sociales. Pero en este caso, me interesa aplicarlas al tema que estoy desarrollando.

Gran parte de la sociedad se encuentra fatigada de todas esas compulsivas manifestaciones de muchachos de lágrima fácil que gritan sin consuelo si se les estropea el teléfono, se cae internet, su mascota enferma o descubren que su ídolo pop no era tan resplandeciente como parecía. Así que toda esa parte de la sociedad que aún conserva el sentido común, entiende que la vida nunca ha sido fácil y es necesario trabajar duro para alcanzar ciertas metas, recibirá de buena gana (como un alivio o un maná) un antídoto contra el hostigante sensacionalismo sentimentalista: la filosofía estoica.

Frente a todos esos débiles ninis o muchachos privilegiados que se quejan por caminar dos o tres kilómetros se alzarán una manada de trabajadores solitarios que recorren el metro y las ciudades modernas diariamente sin proferir una sola queja, que lógicamente se sentirán justificados y reconfortados con las doctrinas estoicas.

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En realidad, la jugada llevada a cabo por los publicistas e ideólogos del sistema con la filosofía estoica es muy clara: todos esos camareros que tienen que soportar jornadas durísimas de sol a sol, todos esos emigrantes recién llegados de África o América que trabajan en malas condiciones, todos esos autónomos masacrados por un sinfín de absurdos impuestos y normativas fuera de control, de repente, no son víctimas del capitalismo sino que son estoicos. Sí, estoicos. Aún más, son guerreros. Héroes solitarios admirables. Su silencio, por tanto, no es muestra de sumisión al sistema sino de virilidad y su serenidad ante las malas circunstancias, la mejor prueba de sus virtudes.

Todos ellos, sí, son héroes por soportar la dureza de la vida en silencio y callar. Por soportar las malevolencias de los políticos, jefes y empresarios con total resignación. La consabida y «odiosa» resilencia.

En fin. ¿Es necesario añadir algo más?

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El triunfo del estoicismo tiene mucho que ver no sólo con el fracaso de las religiones o con el escaso valor que a la espiritualidad profunda se le da en las sociedades modernas. También con el fracaso de muchos de los proyectos humanitarios (¡ONGs al poder!) creados por la socialdemocracia que básicamente eran o bien centros para blanquear dinero o desviar fondos económicos o bien hipócritas lavados de cara del socioliberalismo.

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Es muy difícil actualmente que una huelga o protesta en España (como la de los agricultores) tenga éxito. En primer lugar, porque los sindicatos están pagados por el Estado. Los Sindicatos se deben al Estado. Son esclavos del Estado. Así que su función es defender al Estado y no a los trabajadores.

No obstante, por si a los trabajadores o a los autónomos se les ocurriera hablar y forjar un sindicato propio, ya está el estoicismo delante, como nueva barrera, indicándoles que el silencio ante la adversidad es la virtud del héroe. Que soportar cualquier penalidad en soledad los convierte en samuráis y que es mejor que guarden sus quejas para sí mismos. ¿No habéis escuchado a Marco Aurelio y Séneca, queridos niños? Al menos antes había guerras, ¿Os vais a quejar vosotros por trabajar 16 horas al día?

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¡El estado depende de ti querido trabajador estoico! ¡Los hospitales y las carreteras!

¿Tu medalla, tu premio? ¿Pero no has escuchado a los estoicos, es que no eres estoico? Tu medalla, tu premio son tu soledad y tu capacidad de resistencia.

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Para desactivar a los agentes sociales, los ideólogos realizan dos caricaturizaciones complementarias. Por un lado, se trabaja en crear una sociedad débil. Una sociedad de jóvenes más o menos acomodados que llora desconsolodamente si no puede hacer lo que desee cuando desee y como desee. Un hecho que se refuerza publicando por aquí y por allá vídeos a cual más inverosímil sobre las mayores estupideces. Y por otro lado, se pone el foco en el sufrimiento de las clases más desfavorecidas. Se invocan las virtudes del padre separado de sus hijos por tal o cual ley, del parado de larga duración, del trabajador hastiado o de la mujer que, tras haber sido madre, se ve obligada a mantener una rígida ética de trabajo para no levantar sospechas sobre su posible debilidad.

En fin. Los ideólogos crean estereotipos. Les interesa cualquier diatriba menos explorar el sentido común. El término medio. Sus proclamas, en esencia, atentan contra la posible unión social de las clases medias y bajas. Algo que está prohibido en favor de la continua disgregación social (ciclistas, automovilistas, peatones, catalanes, murcianos, feministas, comunistas, machistas) de la que también forma parte (confío haberlo dejado claro) el estoicismo.

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Obviamente, la inclusión del estoicismo en nuestra sociedad posee también otros objetivos y connotaciones.

Si en medio de una sociedad que hervía en dinero fácil y convertía el capitalismo en una religión (frente a la progresiva decadencia del comunismo) como la de los 80, hubiera aparecido youtube, tengo muy claro que tendría mi móvil lleno de vídeos dedicados a loar las virtudes del hedonismo. Así que la aparición del estoicismo la tomo como una advertencia de que van a seguir viniendo tiempos duros. Que no va a ser fácil formar una familia. Y que el sistema seguirá reforzando el invididualismo y creando una sociedad de seres solitarios. Mónadas atadas a internet que buscarán el placer autista y rehuirán del contacto social.

Quiero dejar claro que todas estas afirmaciones se encuentran realizadas de manera impresionista. Porque nuestra sociedad se encuentra tan fragmentada y dinamitada que esta manipulación conductista (que es lo que hay detrás de la moda estoica) va destinada a unos cuantos grupos de individuos pero no a todos.

Muchos, de hecho, no entenderán mis razonamientos (ni estarán de acuerdo con ellos) porque, por otro lado, los ideólogos no cesan de reforzar el consabido hedonismo, el disfrute, el consumismo y el frenético y compulsivo goce sexual. Una prueba de que, si en algo tenía razón Gilles Deleuze, era en presentarnos el capitalismo como una máquina de producir esquizofrenia. Otra forma, al fin y al cabo, de desactivar cualquier unión social empujando a los seres humanos a ir tras los pasos de un ilusorio espejismo de felicidad que sólo obtendrán momentáneamente por medio de las ficciones del mundo virtual y de la droga. Ya sea ésta cocaína o éxtasis, o la elaborada pacientemente, como un enorme tanque atómico, por la industria farmacéutica para recuperar la moral de los consumistas desganados, vencidos en los combates diarios: píldoras antidepresivas, euforizantes (y antieuforizantes), energizantes (y antienergizantes), etc. Resumiendo, píldoras ANTIVIDA. Shalam

أنت روح صغيرة تحمل جثة

Eres un alma pequeña que lleva un cadáver