Dejo a continuación un nuevo avería dedicado en esta ocasión al reciente torneo de Wimbledon. El cual, debido a su extensión, dividiré en dos partes. Hoy publico la primera y en breve haré lo propio con la segunda.

Un vetusto y majestuoso torreón (1)

Wimbledon tiene algo especial. Muchas de sus absurdas normas (por ejemplo, el horario de los partidos) contribuyen a dotarle de un halo anticuado, fuera del mundo global, que, sin embargo, le aportan, a su vez, elegancia y personalidad. Wimbledon da la impresión de ser una isla tenística que, a su propio ritmo, va digiriendo las novedades del mundo del deporte. Sin prisa, sin pausa. Y eso, a la larga, le continúa aportando prestigio. Son muchos, por ejemplo, los que afirman que la hierba está condenada a desaparecer para siempre del circuito tenístico. En parte, la superficie ya se ha convertido en algo extraño en la ATP. Una fortaleza románica en medio de una ciudad moderna. Pero es precisamente la apariencia inmovilista de Wimbledon (las normas de su restringido club, la indumentaria blanca de los participantes en el torneo) lo que le da su carácter exclusivo y lo hace realmente atractivo. Le confiere un magnetismo inusual incluso para quienes disfrutan mucho más de los pausados y aguerridos torneos de tierra o de las explosivas pistas duras.

Sí, hoy en día la hierba no es lo que era (las bolas son más lentas a tono con los cambios experimentados en la superficie en las últimas dos décadas) pero continúa siendo hierba. Césped verde. Algo que imprime majestuosidad y un aroma diferente a un torneo que, en la medida en que continúa ensimismado consigo mismo, logra (paradójicamente) mantenerse atractivo. Poseer un toque diferencial que hace que quien lo gane pueda considerarse monarca de un vetusto, sí, pero también egregio y fascinante reino tenístico. Un rey digno de aparecer en los tomos de la historia de Occidente.

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La ralentización de las pistas de hierba ha producido que hoy sea mucho más difícil encontrar especialistas como antaño. Hubo un tiempo (no tan lejano) en que el saque-volea era el recurso más habitual de todos los tenistas que aspiraban a ganar el torneo. No había muchos más secretos que un saque matador, una volea ganadora, unas pizcas de talento y un poco de suerte a la hora de restar para conseguir pasar rondas en Wimbledon.

Hurbert Hurzack, en cierto sentido, es uno de esos tenistas alistados con la vieja idea. Sus partidos fueron ejemplares a este respecto. Su enfrentamiento con Djokovic fue mayestático. Hurzack jugó espectacularmente y con eficacia. Hizo lo correcto para frenar al serbio pero se le encogió la mano en los dos primeros tie-breaks, sintió la presión y el miedo, y tiró por la borda sus encomiables esfuerzos tácticos.

Otro tenista de la vieja guardia que jugó como los ángeles y ofreció algunos de los más divertidos momentos del torneo fue Christopher Eubansk. Su saque fue un pizpireto misil lleno de pimienta y efectos y sus subidas a la red un espectáculo. Perdió ante Medvedev ni más mi menos que en 5 sets porque su rival poseía mucha más experiencia en los momentos decisivos. Fue más templado y estoico cuando había que serlo. Pero Eubansk dejó todo tipo de matices e inolvidables jugadas propias de un aspirante a formar parte de unos hipotéticos Globetrotters del tenis mundial. Se robó el corazón del público y dignificó la superficie que pisaba. No son pocos premios para uno de esos deportistas condenados a vagar de pista en pista sin lograr destacar.

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El rey de Wimbledon fue Carlos Alcaraz. Su victoria comenzó a forjarse tras la derrota con Djokovic en Roland Garros y, sobre todo, tras superar su pésimo primer partido de ronda en Queens contra Arthur Rinderknech. Un encuentro en el que estuvo torpón, nunca halló su juego y pudo superar por galones, casi por casta, que le dio el pasaporte a nuevas rondas en las que poco a poco fue familiarizándose con la hierba y adquiriendo confianza en sí mismo.

En realidad, Alcaraz nunca desplegó todas sus virtudes tenísticas hasta su choque con Berrettini. Antes, sí, le había ganado al chileno Nicolás Jarry uno de esos partidos a cara de perro en el que no se puede brillar y hay que apretar los dientes y estar preparado para aprovechar las escasas oportunidades que se tengan. Alcaraz lo hizo y recibió nuevas dosis de confianza. Para ser un campeón hay que ganar como sea. Incluso jugando contra natura. A este respecto, su lenguaje postural tras perder el primer set ante Berretini no engañaba. Carlos se encontraba totalmente tranquilo. No emitía nervios ni transmitía dejadez. Estaba suelto. Consciente del desafío que enfrentaba y lo que tenía que hacer. Dicho y hecho, en cuanto le leyó el saque a Berretini y se colocó mejor, desplegó una serie de profundos golpes acompañados de ágiles movimientos que dejaron seco al tenista italiano. Fue en ese momento que apareció, sí, el Alcaraz aspirante a campeón. Una candidatura que refrendó en su partido de cuartos ante Rune (que controló siempre desde lo mental) y, sobre todo, en sus semifinales frente a Medvedev donde, por momentos, fusionó la belleza con la efectividad de sus golpes. Alcanzando cotas pocas veces vistas desde Federer de tenis-arte. Una exquisitez a medio camino de la orfebrería táctica y la contundencia del tenis moderno.

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Probablemente Janick Sinner y Rune sean un día un par de tremendos azotes del circuito. Dos furias inhóspitas. Parecen destinados a ello. A convertirse en tiránicos vendavales. Pero todavía les falta un hervor. Sobre todo, a Rune. Porque Sinner es bastante más completo. Está más hecho que el danés. Aunque si algo le falta es un carácter ganador. Resulta extraño, de hecho, que alguien con tanto talento y tantas expectativas puestas en él, aún no haya ganado ni un solo Master 1000. De momento, se queda en el rival perfecto para Alcaraz y el sparring ideal para Djokovic. Este último hizo lo que quiso en las semifinales con él. Cuando no le llegó el tenis para vencerle, lo hizo con su mera presencia. En el tie-break del tercer set, al serbio le bastó con pasar las pelotas para intimidar al italiano y provocar sus errores. Sinner fue la imagen de la impotencia. Del conformismo. Una víctima más del depredador serbio. Su partido destiló cierta inocencia que comienza a ser imperdonable. Si en un año y medio no llega a ninguna final de Grand Slam su caso comenzará a ser preocupante. De momento, tan sólo es digno de mención. Aún tiene tiempo suficiente para brillar.

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De Tsisipas, Zverev o Dimitrov decir lo de siempre. (O casi). Mucho ruido y pocas nueces. Su papel como animadores del circuito es indiscutible pero supuestamente habían venido a ser campeones. Así que las decepciones se suceden una y otra vez. Entre medias, tenistas como Rublev o Ruud (con mucho menos ruido a sus espaldas) tienden a dejar buenas sensaciones. No pueden aspirar a la gloria pero tampoco fracasan cuando no han de hacerlo. El partido, de hecho, que le jugó Rublev a Djokovic fue muy meritorio. Desde el fondo de la pista lo puso en aprietos. Y si bien Ruud cayó en segunda ronda, convendremos que hay muy poco que regañar a alguien capaz de llegar a tres finales de Grand Slam siendo un tenista cuyas mayores virtudes son su eficacia y su temple. La fiabilidad que desprenden sus golpes y una cabeza correctamente amueblada. Shalam

الحب جريمة لا يمكن تنفيذها بدون شريك

El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice