Lamentablemente (o quién sabe si afortunadamente), nunca podremos ver el Don quijote de Orson Welles como estaba originalmente trazado o el genio norteamericano lo hubiera llevado a cabo de poseer la financiación suficiente y la aprobación de los estudios. En una de las continuas reelaboraciones del guión llegó incluso a pensar en la posibilidad de situar momentáneamente al caballero de la triste figura y Sancho en la luna o en convertirlos en supervivientes de un holocausto nuclear. Un delirio que, en cualquier caso, me parece coherente con la lógica interna del libro y el personaje.
De hecho, no considero para nada fallidas las dos versiones que existen sobre el material que grabó Welles. La escena, por ejemplo, de don Quijote atacando a una muchacha montada en una Vespa porque piensa que la motocicleta es un objeto embrujado me parece una genialidad sin parangón. Una astracanada que en una sola escena condensa lo mejor de Buñuel y Berlanga.
Existe cierta unanimidad en considerar este Don Quijote una oportunidad perdida. Un sueño derrotado. La voluntad de un coloso doblegada por la realidad. Y, sin embargo, para mí es una película sublime. No tanto por las ocurrencias y su desarrollo argumental -que también- sino por sus errores. Precisamente por encontrarse inacabada. Haber sufrido cientos de cambios, giros de guión e intérpretes. Encontrarse llena de planos falsos que a veces no encajan y una voz en off que igual nos guía que nos confunde. Y unir escenas de una belleza casi bucólica que recrean el encanto de esos pueblos perdidos de la España franquista con la memoria que de ellos conservamos del siglo XVII. Logrando fundir tradición y modernidad, al extraer las innumerables -vistas al trasluz del siglo XX- gotas surreales de una novela que se revela aquí cuanto más delirante, más atractiva.
Como se deduce de mis palabras, considero en definitiva los muchos fallos de la película la esencia de la obra. Así como el proceso de rodaje y creación que realmente no pudo ser más quijotesco. De tal forma que pienso que ese supuesto fracaso, todos esos deslavazados caracteres de la película, son el mejor homenaje encubierto que se le pudo hacer jamás a una novela que, como mostró perfectamente Albert Serra en su deliciosa Honor de caballería, no puede ser jamás llevada o transcrita literalmente a la pantalla. O al menos, no es el de todo aconsejable. Porque si don Quijote es posiblemente la novela más universal se debe a que retrató perfecta, totalmente la imperfección del alma humana. Y lo que se deriva de este hecho: ese deseo de alcanzar el ideal, el reposo, reverdecer el espíritu bañándose de nuevo en las fuentes de la Edad de Oro. Por lo que siendo, en cierto modo, un elogio del error, una constatación de que las almas errantes nunca se encontrarán completas, es a través de los intentos más que de los logros (por medio de obras fallidas) como se puede aspirar a retratar su esencia. Capturar ese momento en que vejez y niñez, inocencia y sabiduría confluyen en el ser humano, haciendo de cada paso por medio del que nos acercamos al abismo, un acto de fé y locura. Una acto de lúcido reconocimiento de nuestro fracaso perpetuo. Shalam
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