No sé si realmente quien come carne sin necesitarlo, merece el calificativo de asesino. Yo lo estuve haciendo hasta hace casi tres años y no me consideraba desde luego un criminal.
Pero desde cierta perspectiva, supongo que sí es la denominación adecuada. ¿Qué pensarían por ejemplo muchos de los que se escandalizan por ser considerados de esta manera si agarráramos alguno de sus perros o gatos, los colgáramos de pinchos en una fábrica y luego nos los comiéramos ajenos a su tragedia observando una emisión televisiva?
En ese caso, lo menos que nos dirían probablemente sería psicópata. Una denominación muy adecuada que en el fondo calza perfectamente a nuestra sociedad. Un centro maníaco-depresivo que favorece la aparición y desarrollo de todo tipo de transtornos (¿no era en el fondo aquella portentosa novela de Thomas Bernhard, Transtorno, más que un deformante fresco expresionista una calcomanía hiperrealista de nuestra sociedad?) y personalidades sociópatas sin piedad alguna y donde por lo general, los individuos con cierta sensibilidad y sentimientos terminan aislados (con riesgo y peligro, a su vez, de desarrollar por lo tanto nuevas psicopatías).
Celebramos la muerte. La ley del aborto. Y sentimos temor de la vida. De engendrar un hijo. Estamos enfermos. Somos una sociedad construida por y para la muerte. Y, desde luego, nuestro consumo de carne es un reflejo de ello. Pues reclamamos como ciudadanos o trabajadores que nuestros derechos sean tenidos en cuenta pero nuestro comportamiento con los animales, (con esos pollos, cerdos, vacas, borregos que asesinamos cotidianamente) es idéntico al que tienen nuestros políticos con nosotros: cruel, lascivo, sádico.
Es una frase hecha, pero es cierta. Para las élites no somos más que ganado. ¿Pero realmente somos tan diferentes a ellas teniendo en cuenta que cuando podemos frenar la matanza de inocentes y tenemos ante nosotros alguien más débil (los animales) justificamos con todo tipo de consignas y palabras vacuas nuestros actos y festejamos con orgullo el ingerir la carne de «los más débiles»? ¿Alguien puede creer que una práctica como la zoofilia ha surgido por generación espontánea (de ninguna parte) y no está relacionada íntimamente con la esperpéntica frivolidad con la que sacrificamos animales tras someterlos a torturas que resulta imposible calificar?
Nos puede costar más o menos darnos cuenta pero es así. Por más cambios políticos que deseemos o partidos políticos supuestamente revolucionarios que apoyemos, nada va a cambiar en esencia mientras no modifiquemos nuestro comportamiento con los animales. Comer la carne de un animal debería ser un acto sagrado. Casi un momento religioso. Y de hacerlo, deberíamos efectuarlo por motivos trascendentes que lo justificaran. Por supervivencia, enfermedad, falta de nutrientes o por una causa mayor. No únicamente por placer dado que, actualmente, se puede seguir un estricto y gozoso régimen vegano que haga frente a todas las necesidades de nuestro organismo.
Vivimos actualmente en una cárcel de manipulación sociopática. En una sociedad piramidal donde cada uno de nosotros es esclavizado (o intenta serlo) por aquel situado en una posición de poder sobre nosotros. Pero si aspiramos a la libertad (el mundo de la responsabilidad infinita), no sólo deberíamos tratar bien a quienes son nuestros subalternos (humanos) sino a los animales.
A veces, vista la inconsciencia con la que contribuimos a su sacrificio, creo que aquello a lo que aspiramos al comerlos, no es más que suplantar a dios. Poder decidir durante unos minutos si alguien muere o vive sin importarnos (¡he ahí la psicopatía!) el sufrimiento o padecimiento de ese ser. En el fondo, el objetivo del consumismo. Una ideología nihilista y darwinista que convierte la cultura en ocio o espectáculo y aspira a borrar todo rastro de religiosidad (ritual) o de dios (o los dioses) del horizonte, para convertirnos en súbditos de Ciencia y Mercado. Los Emperadores de la muerte. De la no-vida. Los tótem que han conseguido (simbólicamente) que no necesitemos morir para experimentar la muerte y ansiemos extinguirnos (anorexia, píldoras antidepresivas, consumo masivo de internet) para saber si es posible experimentar un momento de vida verdadera y no manipulada. Las efigies sin rostro que, con nuestro silencio y complicidad, nos han transformado en animales vestidos de Armani y a los animales, en seres humanos desnudos reclamando piedad y compasión. Shalam
ما حكّ جْلْْْْْدك مثل ظْفرك
Todo lo que le ocurre a los animales, pronto le ocurrirá también al hombre
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