El cine de los 70 tenía algo que no he vuelto a ver en otra época con tanta claridad: sudor. Fisicidad. En muchos de sus filmes, siento que podría tocar a sus personajes si alargara la mano. Creo que incluso puedo adivinar cómo huelen y cómo saben los platos de carne y patatas que comen. El dolor que experimentan cuando las balas impactan en sus cuerpos. En los 90, incluso mucho antes del estreno de Matrix, lo que comencé a percibir fue una progresiva apuesta por la artificialidad. Los decorados ya no eran de cartón piedra sino que comenzaban a ser remedos de la realidad virtual. Quienes morían, follaban y comían en la pantalla no parecían personajes sino símbolos. Garabatos.
Por otro lado, lo que siempre me ha llamado la atención de los filmes de los 60 ha sido su iluminación. En las películas de aquella época destacaban con absoluto poderío el sol y la luna. La luz y la noche. La apoteosis astral. Las deidades naturales. La luz artificial parece solar. Los decorados un homenaje a la primavera o al invierno. En cuanto a los 80, creo que lo importante eran las sensaciones. Las canciones, la estética fardona, el sonido, la atmósfera. Era tan trascendente colocar un póster en una habitación de un adolescente o los cereales adecuados para el desayuno como hilvanar una trama contundente. Un personaje se definía casi más por la ropa que vestía que por sus palabras o acciones. Shalam
الفجور في النهاية يضر بالروح
El libertinaje acaba dañando el alma
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