El gran error de la carrera de Kiss fue descubrir sus rostros. Aparecer sin maquillaje. Un golpe de efecto que los sacó de golpe de la mitología y los implantó en el mundo real. Sus primeros discos son deliciosos. Puro rock and roll. Una locura que mezcla el glam y la fantasía de manera muy equilibrada. Y si a eso le unimos su aspecto, la seducción es total y completa. Era obvio que tenían que terminar protagonizando cómics porque eran superhéroes. No humanos. Estaban más cerca de Batman que de los rockeros de su entorno. De hecho, en gran medida, eran primos hermanos del Joker. Unos demonios divertidos que convertían los escenarios en circos y sus camerinos en decorados de películas porno. Combinaban sensibilidad y fiereza con un talento especial. Y era más fácil imaginarlos poniendo en jaque al mundo y combatiendo mano con mano con Misterio o Magneto contra la Patrulla X o Superman que tomando una pizza o un refresco en un puesto de comida callejero.
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Hay quien se pregunta todavía si la versión que realizaron The Replacements de la inmortal «Black diamond» era una broma o un rendido homenaje. Supongo que quienes lo hacen no han comprendido la trascendencia que tuvieron Kiss en la Norteamérica de los 70. Su sombra e influencia era más que alargada, gigantesca. Y millones de chavales crecieron fascinados por sus siluetas y las melodías que interpretaban. Podían no gustarte pero era imposible obviarlos. No eran personas normales sino leyendas. Formaban parte del inconsciente colectivo de aquella nación. Y obviamente, también colonizaron la mente de Paul Westerberg y sus compinches. Una de las bandas más kamikazes y suicidas de la historia del rock a la que actualmente todo el mundo cita como una referencia incontestable y no me extraña porque en cualquier guitarrazo confundido y extraviado de The Replacements hay más ebriedad rockera que en la discografía entera de muchas de las medianías que ejercen de cabeza de cartel en los festivales de medio mundo. Todo en ellos remite al fracaso y a la locura. Pocos músicos tenían más talento y pocos los tiraron por la borda en tantas ocasiones. Algo que sólo ha hecho engrandecer su leyenda. Su derrota bestial.
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Kiss no eran barrocos. Eran grotescos. Mi disco favorito de ellos es Unmasked. Una golosina entrañable con una portada que resume en una instantánea lo grandes que fueron y lo que consiguieron: lograr que los niños sintieran idénticas emociones al escuchar una de sus canciones que cuando leían un cómic de la Marvel. Muy cerca colocaría por supuesto Dinasty. Los Kiss discotequeros eran sumamente divertidos. Deberían de haber seguido incursionando en la cultura de club. Amaría haberlos visto actuando junto a Gloria Gaynor o Diana Ross o siendo producidos por Giorgio Moroder. Nunca olvidaré la noche en la que un Dj pinchó «I was made for loving you» en un escondido club de playa del Carmen y la gente enloqueció como si se hubiera inyectado una dosis de adrenalina y felicidad. Prueba de que la música es la mejor droga que existe. No caduca y tampoco provoca ningún mal a la salud. Y en tercer lugar, elegiría cualquiera de sus tres primeros discos. Metralletas sexuales y rockeras cuya magia no es posible explicar. Se siente o no, como un dibujo de John Romita Jr. De hecho, creo que intentar explicarlos o ponerlos en su contexto es perder el tiempo en este caso. Si alguien no percibe lo que esconden al contemplar sus portadas y al escuchar la profundidad con la que retumban el bajo y las guitarras así como lo compactos y al mismo tiempo desenvueltos que suenan el resto de instrumentos, poco se puede realmente hacer.
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Kiss eran un sábado por la noche. Una inmersión en el mundo de la caverna que olía a divinidad prehispánica y carnaval veneciano. A festival, travestismo y circo. Y no tengo dudas que, de no conocer su identidad, nadie repararía actualmente en la voracidad económica y las manías egocéntricas de sus miembros. La mayoría de fans se dedicarían a glosar su gloria y a disfrutar con el misterio que perdieron ese día marcado con una x muy grande en la cultura pop en el que se estrenó el vídeo de «Lick it up». Una macarrada que mezclaba el escenario apocalíptico de los cómics de serie B y los filmes de John Carpenter con el género de espada y brujería tras el que Kiss dejaron de ser héroes para convertirse únicamente en músicos.
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¿Qué es lo que provocó que los miembros de Kiss se desenmascararan y los de The Residents no? Probablemente que The Residents deseaban subvertir el pop y Kiss magnificarlo. La banda neoyorquina ansiaba alcanzar la popularidad. Transformarse en ídolos de masas. Y el colectivo de Lousiana tenía como objetivo mantener el anonimato. Revertir las concepciones habituales de la música pop. Kiss querían protagonizar anuncios publicitarios y convertirse en estrellas. Aspiraban a la grandeza. Eran casi miembros de la Marvel. Y The Residents querían poner de manifiesto la artificiosidad de la televisión. Eran artistas vanguardistas que rendían culto a lo minúsculo. Se inventaron sin saberlo a David Lynch. Puedo imaginar a Paul Stanley o Gene Simmons en Dallas o Dinastía y a cualquiera de los anónimos miembros de The Residents paseando con su famosa escafandra en un museo de vanguardia así como participando en un cabaret minimalista o en una obra de teatro en un bar perdido en medio del Oeste. Kiss podían aparecer en un especial Playboy y The Residents tan sólo en uno dedicado a Marte o a La dimensión desconocida. Aunque desde luego tampoco le hubieran hecho ascos a colaborar en cualquier episodio de Historias de la cripta.
Lo que nunca comprendieron Kiss es que hubiera sido maravilloso contemplarlos aparecer en Falcon Crest o en las páginas de una revista como Penthouse con su eterno maquillaje y no con su rostro real.
Muchas veces me he imaginado qué canción hubiera colocado en la última escena de Los Soprano. Conste que la elección de David Chase me parece sensacional. El día que llegué a Nueva York en un autobús estuve escuchando el mítico tema de Journey una y otra vez. Pero, de no poder hacerse con los derechos de «Don’t stop believin», yo hubiera sugerido que sonara un tema de Kiss: o bien el «Only you» de The Elder o bien el «Magic Touch» de Dinasty. Puedo imaginar perfectamente a la familia de Tony Soprano reuniéndose en aquel restaurante antes de que se produzca el mítico fundido en negro con el que finaliza esplendorosamente ese monumento televisivo mientras suenan cualquiera del par de temas escogidos. Shalam
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