Cuando leo a Thomas Pynchon percibo algo que tan sólo experimento en sus novelas. Esto es; que algunos de los diálogos y comportamientos de sus personajes parecen estar influidos por los dibujos animados clásicos. Tengo por ejemplo la impresión de que traza ciertas escenas y conversaciones que aparecen en Contraluz como un escritor pop cuyos referentes no son precisamente las canciones de Frank Sinatra o los lienzos de Robert Rauschenberg sino más bien las míticas series animadas de Hanna-Barbera que hacían furor en la televisión durante los años 60. Otra capa más de complejidad a añadir para desentrañar y familiarizarse con uno de los estilos artísticos más extraños y alucinógenos que se conocen. Una fibra eléctrica bañada en LSD cuyos rayos impactan en los más distópicos y disparatados lugares. Shalam
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