¿Hay un grupo actual más intenso, arisco y demoledor que Swans? Lo dudo mucho. Acabo de terminar de escuchar por enésima vez To be Kind y aún estoy recuperándome del impacto. The Seer era una obra maestra, una ceremonia colosal parecida a un acto de brujería o a un ritual mágico. Una cacería por el desierto en busca de animales que no existían. Un baño en un agua que ardía y estaba repleta de llamas que encogían el corazón. ¿Era posible superar eso? Prácticamente imposible. Pero casi me atrevería a decir que To be kind lo consigue. No porque sea mejor que su antecesor, aquella cabeza de búfalo que se separaba del cuerpo y caminaba entre sombras, sino porque, aunque parezca mentira, abre nuevos caminos, retuerce aun más las metáforas y las guitarras en espiral de un grupo que se ha propuesto exprimir el sonido al límite. Creando un territorio salvaje que sólo existe en la cabeza de Michel Gira. Únicamente él puede dibujar.
A veces, entre tanta miseria moral y tecnología, olvidamos nuestra parte animal. La música de Swans nos la recuerda. Nos hace entender con el impacto de una sola de sus guitarras que tenemos más en común de lo que creemos con los perros y las bestias. Que el hombre es, sin dudas, el peor, más feroz y destructivo animal jamás engendrado. Que, en realidad, la sofisticación y la buena educación son eufemismos a través de los que las culturas hegemónicas intentan borrar sus crímenes. Y que permitiéndonos aullar, revolcarnos entre el barro y los bosques, será que podremos hermanarnos con el resto de seres humanos. Todo esto, sí, nos recuerda To be Kind. Una obra lúcida y corrosiva. Parecida a un vendaval, una cascada o a un caballo que corriera sin riendas por antiguas praderas.
¿Qué hay dentro de To be kind? De todo y siempre salvaje. Algo esperable teniendo en cuenta la personalidad de una banda que hace música como quien va de cacería. Como si sus miembros convivieran con salamandras y cocodrilos, comieran en cuevas e hicieran el amor al natural. Sin condones ni píldoras anticonceptivas. Buscando el remedio a la depresión insistiendo en las contradicciones y la pelea, la lucha y el aire de los bosques.
Encontramos, de hecho, entre sus surcos, lamentos que remiten a viejos bluesmen o antiguos rituales profanos, la alargada sombra de Muddy Waters, krautrock sureño, violento cabaret, experimentación a lo Screamin’ Jay Hawkins, psicodelia rebozada en varios filetes de música americana, ciertos toques libres y almidonados de nuevo country, guiños al Tom Waits más agreste, etc. En definitiva, nos hallamos ante un maremoto del que crecen los más oscuros monstruos, ideal para escuchar en días de tormenta. En tiempos furiosos, rabiosos como los actuales. Porque, en esencia, To be kind es una oda a la libertad. Es un puñetazo al frente que extrae vida de donde ya no creíamos que existía.
¿Comentaba hace unos días que me costaba encontrar una banda sonora para escribir Ruido? Ummmm. Esto es cierto. No resulta fácil compenetrarse musicalmente con los pensamientos del esquizofrénico escritor que protagoniza la novela. Pero tal vez To be kind, con sus ramalazos esquizoides, esos riffs de guitarras semejantes a lamentos de vacas y mugidos de toro y esas incendiarias melodías que duran más de treinta minutos y, mientras estallan en fuego, hacen perder la conciencia de dónde y con quién estamos, sea una más que digna banda sonora para el libro. ¿Puede, de hecho, compararse algún disco en los últimos cinco años con éste? Aparte del Bish Bosch de Scott Walker, al menos dentro del rock, no se me ocurre ninguno. Shalam
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