A Jauja, el film de Lisandro Alonso, le puede ocurrir lo mismo que a Zama; la novela de Antonio Di Benedetto. Puede provocar aburrimiento, abulia y extrañeza en muchos espectadores incapaces de entender las motivaciones de sus personajes pero puede fascinar a quienes conecten con sus motivaciones internas. No creo que exista punto medio. En cualquier caso, estoy seguro de que su particular manera de concebir el tiempo no le será ajena a los hispanoamericanos en general.
El tiempo no transcurre de igual modo en las diferentes edades del ser humano y tampoco lo hace de manera similar dependiendo del lugar donde nos encontremos. Existe un tiempo explosivo y adrenalítico, en el que se generan decenas de emociones por segundo, que se corresponde con el de ciudades como Nueva York, otro tiempo seco, constante, árido y lejano que predomina en los desiertos y otro inmóvil, prodigioso, pausado, florido y mortal que prevalece en muchas de zonas de Hispanoamérica. Quien ha estado allí lo sabe y probablemente le será muy fácil empatizar con las imágenes de Jauja.
Una película que se desarrolla en La Patagonia argentina y utiliza con habilidad muchos de los recursos del cine mudo y experimental para narrar una historia digna de un cuento maravilloso. De una fábula fantástica.
Jauja transcurre durante «La Campaña del desierto» argentina. Concretamente, en 1882. Un momento esencial para la nación pues, debido a la matanza inclemente de indígenas, comenzó a tomar su composición racial actual. Empezó a ser ese país europeizado y «civilizado» que soñaba Sarmiento para lo que, paradójicamente, fue necesario un baño de sangre. No obstante, Jauja no es una película política sino simbólica. A Lisandro Alonso no le interesan tanto los acontecimientos políticos y las consecuencias sociales sino las metáforas. Las sorpresas y la progresiva «transmigración» de las almas.
De hecho -vuelvo a repetir- Jauja es, ante todo, una fábula maravillosa. Un breve episodio romántico y cruento que podría aparecer (convenientemente modificado) tanto en una colección de cuentos de Andersen como de Guy De Maupassant o Ambrose Bierce, narrado con el pulso estético del tiempo pampeano y patagónico. Un tiempo detenido que provoca cierto distanciamiento necesario que hace de esta película, una miniatura teatral. Un homenaje y, a la vez, una exploración profunda del alma de todos esos europeos llegados a América pensando que allí hallarían la eterna juventud, se bañarían en ríos de leche y miel y degustarían la carne asada de animales en cuyo buche habría monedas de plato y regueros de vino de Oporto. Y, sin embargo, se encontraron con parajes en los que la naturaleza era un enemigo feroz e indiferente que se carcajeaba de sus anhelos y se divertía secretamente y en silencio con su desesperación.
Lisandro Alonso describe perfectamente la irrealidad de esta ensoñación desde el principio. Filmando una burda, casi grosera masturbación de un militar con la que desmonta ya en las escenas iniciales el mito utópico y paradisíaco americano. Algo que, por otra parte, no es novedad porque ya lo lograron anteriormente otros cineastas. Aunque sí lo es, el que sea capaz de hacerlo con tal sutileza que, finalmente, convierta esta existencial oda al vacío en un cuento de Las 1001 noches. Un escondido homenaje al realismo mágico americano. Una manifestación de las paradojas del destino. De que la fantasía y la crueldad van de la mano tanto como el amor y la tragedia.
Jauja es una de esas obras que desesperan o fascinan. Yo he pasado casi dos horas obnubilado y en calma contemplando cabalgar al capitán danés Gunnar Dinensen (Vigo Mortensen) como si en parte fuera yo quien lo hiciera. Con esa paz que provoca contemplar el horizonte y descubrir paisajes nuevos como si estuviéramos familiarizados con ellos y formaran parte indisociable de nuestro ser.
En realidad, la película es también un western. De hecho, se puede visualizar como una relectura de Centauros del desierto en clave patagónica. Pero al ser un western metafísico y poético, el argumento queda reducido al mechón de un cabello o a una brizna de sol. Pues lo que realmente ocurre siempre está al fondo de la pantalla. Detrás de las bellas, inquietantes imagénes filmadas por Lisandro Alonso y el rostro compungido y esquivo de sus protagonistas. Shalam
إِنْ كَانَ فِي الْجَمَاعَةِ فَضْلٌ فَإنَّ فِي الْعُزْلَةِ سَلاَمَةٌ
La aventura puede ser loca pero el aventurero debe ser sensato
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